No estás obligado a actuar todo lo que sientes.

Cuando se termina una relación de pareja porque la otra persona decidió salirse de ella sin decírnoslo con palabras, pero demostrando a través de sus acciones que no le interesa continuar, nos toca asumir esa realidad y salirnos también de allí. Intentar mantener la relación sólo nos producirá más frustración y sufrimiento al pelearnos con la realidad, por no aceptar que al otro ya no le interesa seguir. Fue su decisión terminar y te lo hizo saber a través de sus acciones. Te toca reconocer esa realidad y continuar tu camino.

También es sabido que uno no deja de querer al otro a pesar de sus acciones y de que la relación se haya terminado. Uno puede seguir amando a ese otro que decidió terminar con hechos la relación, pero entiende que sentir y actuar no es lo mismo. No estamos obligados a actuar todo lo que sentimos. Lo que sentimos es involuntario uno no lo decide, sino que lo reconoce, lo nombra y lo transita. Tenemos el poder de decidir qué sentimientos y emociones queremos actuar. Entre sentir y actuar hay un espacio, ahí se encuentra nuestro nivel de conciencia.

Se necesita hacer acopio de mucha voluntad y compromiso con uno mismo para a pesar de querer y seguir enamorados de ese otro que se ha marchado, decidir no actuar lo que sentimos porque comprendemos que cualquier paso dado en esa dirección para acercarnos al otro, sólo nos traerá más sufrimiento. 

Después de una separación, uno tiende a idealizar al otro y a la relación, sientes un vacío interior que relacionas con quien antes ocupaba ese espacio en tu vida. Es importante darse cuenta de que esa idealización no se corresponde con la realidad. El otro te demostró con acciones que no le interesa seguir en la relación y negarte a aceptar esta realidad sólo te producirá más frustración, decepción y sufrimiento.

Alejarte de las relaciones y las personas que te hacen daño es uno de los mayores actos de amor propio que puedes hacer por ti. Desgraciadamente uno no deja de amar cuando ha sido ese otro quien se marchó de la relación y hay que hacer un esfuerzo consciente para evitar acercarse, buscarlo o tener cualquier contacto con él o ella, pues representa un retroceso en tu recuperación y se trata de evitar hacer eso que te hace daño. 

No intentes olvidar o rechazar el recuerdo y las emociones vinculadas a esa otra persona porque lo que resiste persiste. No se trata de rechazar lo que sentimos sino de aprender a transitarlo. Hay que sentir para poder sanar. Respira para transitar tus emociones: inhalo siento, exhalo suelto, y así varias veces hasta que te sientas mejor. 

La neurociencia nos enseña que nuestro cerebro no sabe olvidar sólo sabe sustituir. Hay que crear nuevas carreteras neuronales, hábitos y prácticas, para recuperar nuestro bienestar. Debemos hacernos de una rutina que favorezca todas esas actividades y estímulos que ayudan a nuestro cerebro a producir los neurotransmisores de la felicidad, los llamados cuatro fantásticos: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina. 

Muévete, sal con tus amigos, camina, medita, lee, abraza, baila, escucha música que te anime, viaja, regálate comidas sabrosas, pasea, cumple tus antojos y busca ayuda profesional si así lo consideras. 

Es en los momentos más duros de nuestra vida cuando desarrollamos el músculo de la resiliencia. Esa cualidad tan necesaria para superar los desafíos de la vida y salir fortalecidos como resultado de todo lo que aprendemos en el proceso. De esta etapa se sale con mucho amor propio y responsabilidad emocional. La responsabilidad es capacidad para responder, estarás mejor preparada para continuar el viaje sin depender, conociéndote mejor, conectada con tus necesidades y reconociendo tus miedos, para tomar decisiones basadas en lo que quieres, aquello que es importante para ti y que suma a tu bienestar.

Tú sabías cómo estar y sentirte bien antes de que esa persona llegara a tu vida. Recuerda todo lo que te gustaba de ti y de tu vida antes de él o ella. 

Una de mis mayores certezas de vida es que no estoy sola porque estoy conmigo, me tengo a mi. Es liberador aprender a disfrutar de la propia compañía pues así las relaciones son cuestión de elección y no de necesidad. Y cuando uno elige ya no depende. Esa es la meta para poder superar la dependencia emocional y continuar avanzando en el camino del bienestar.

¿Desde dónde nos relacionamos?

En las sociedades occidentales aprendimos a relacionarnos desde la carencia, buscando afuera lo que creemos nos falta. Así nos creímos el cuento de la media naranja, donde un otro nos completa. Nos lo enseñaron las películas, las novelas, las series de televisión, las canciones y baladas que romantizan la dependencia emocional. Nos hicieron creer que la felicidad viene de afuera y hasta soñamos con el príncipe azul.

Cuando nos relacionamos desde la carencia, de igual manera se instaura en nuestra vida el miedo permanente a perder eso que hemos decidido creer es la fuente de nuestro bienestar. De este modo, nuestros vínculos se construyen desde el apego que según señalan los budistas es la principal fuente de sufrimiento.

Se trata de redefinir nuestros vínculos desde la certeza de que el amor es un espacio para crecer y compartir, que construimos desde la libertad de elegir y no desde la necesidad y la dependencia a otro. Porque cuando uno necesita ya no elige y el miedo a perder esa felicidad que has puesto afuera de ti, en tu pareja, es una carga muy pesada de sostener y nos causa mucho sufrimiento.

Debemos recordar que una relación siempre es de dos por lo que una sola parte nunca será la responsable del estado de la relación. Lo que el otro decida hacer con su mitad del puente para bien o para mal no es nuestra responsabilidad. Sólo somos responsables de lo que hacemos nosotros. Si el otro decide alejarse, ausentarse, enojarse, mentir o salirse de la relación, esa es su decisión y no somos responsables de los actos de los demás, únicamente de los propios. Hay que aprender a dejar de sentirnos culpables por lo que hace otro.

En realidad, uno nunca pierde a nada ni a nadie en esta vida pues nada se termina solamente se transforma. Cuando asumimos el sentido de temporalidad de todo en esta vida, aprendemos a vivir en el presente, valorando y agradeciendo lo que es. Se acrecienta el disfrute en el ahora y siempre podemos elegir aprender, aún en las peores circustancias.

Se trata de reconocer que uno se relaciona desde la plenitud y el disfrute, para compartir todo lo que somos sin necesitar que otro me complete o me entregue aquello que necesito. Porque me reconozco capaz, quiero y puedo entregármelo yo, porque me asumo protagonista de mi vida y creadora de mi felicidad.

El apego y las expectativas nos generan mucho sufrimiento, ambos parten de creencias erróneas y limitantes que sabotean nuestro bienestar y nuestra autoestima. Acá aparece ese concepto imprescindible que es la pareja interna. Para ello debemos observar y reconocer cómo es la relación que tengo conmigo, cómo me hablo, qué me digo, si me critico, me juzgo, me saboteo; o me acepto, me felicito, me cuido y me mimo. Se trata de hacer consciente mi diálogo interior y su impacto en mi bienestar.

A partir de este nuevo espacio de conciencia, vamos a reconstruir el vínculo con nosotros mismos desde la aceptación de todo lo que me gusta y no me gusta de mí. Sin juicios y con profunda compasión que no es otra cosa que comprendernos sin juzgar. Reconocer mis necesidades y elegir cómo, cuándo y con quién voy a satisfacerlas. Aprender a transitar las emociones y gestionar mis vacíos desde la certeza del “yo puedo” que es la base de la autoestima. El “yo puedo” tiene diferentes dimensiones: yo puedo sola, yo puedo aprender, yo puedo pedir ayuda, yo puedo delegar. Comenzar a hacer uso de todas sus variantes porque desde el “yo puedo” me siento capaz y se cultiva la confianza básica que es una cualidad imprescindible para caminar por la vida.

Una vez que hemos creado la pareja interna, nos relacionamos con el mundo desde la plenitud y con la libertad de elegir. Aprendemos a disfrutar de la propia compañía y dejamos de depender. Ya no nos sentimos solos. Asumimos que somos creadores de nuestro bienestar y nuestra felicidad comprendiendo que nadie me va a querer cómo me quiero yo, que nadie me va a cuidar cómo me cuido yo, que nadie me va a respetar cómo me respeto yo, que nadie me va a mimar cómo me mimo yo. Porque esa es mi primera responsabilidad.

Y si todo lo anterior viniese también de afuera pues será dos veces bueno, sabiendo que tengo la garantía de que me lo he entregado primero yo. Recibo el amor, el cuidado, el apoyo, el mimo y la compañía que viene de afuera con gratitud y sin depender de esto para sentirme bien, simplemente reconociendo que suma a mi bienestar.

Se trata de salir al mundo a comer sin hambre, eligiendo alimentarme de lo que me hace bien. Uno tiene el poder de elegir de qué se quiere nutrir. Elige alimentarte de todo lo que sume a tu luz y tu bienestar, evita aquello que sabotea tu paz. El autocuidado parte por observar para luego poder elegir cómo me quiero nutrir, todo aquello que incorporo a mi vida a través de los sentidos y los lentes con los que miro e interpreto lo que ocurre afuera.

Es importante reconocer nuestras creencias limitantes, los condicionamientos familiares y sociales y aquellos mandatos externos que sabotean nuestro bienestar. Procuremos construir vínculos sanos reconociéndonos completos y capaces, con el propósito de compartir y nunca desde la carencia. Aprendamos a relacionarnos por placer y por disfrute para compartir sin depender. Liberarnos de la dependencia emocional es uno de los mejores regalos que podemos hacernos en esta vida, para viajar más ligeros y ser un poco más felices.

¿Para qué nos sirve la tristeza?

¿Te ha pasado que a pesar de hacer tu mejor esfuerzo y poner todo tu empeño en ser positivo, en intentar ver el lado amable de la situación, en aprender las lecciones y el propósito de cada experiencia, aún te sientes triste?

A veces y sin darnos cuenta, somos presas de esa ola moderna de positivismo a ultranza que nos lleva sentirnos peor cuando comprobamos que todos nuestros esfuerzos por pasarnos al lado soleado, sonriente y amable de la vida han sido en vano. La buena noticia es que no es así, nada ha sido en vano y aunque de momento no lo veas estás creciendo adentro, desde la raíz que es tu esencia y tu alma, desarrollando capacidades y cualidades importantes y necesarias para ti, para tu bienestar y tu felicidad.

Una de estas cualidades es la resiliencia, la capacidad que tenemos los seres humanos para transitar situaciones dolorosas de la vida y transformarnos para bien, salir fortalecidos y mejor preparados para continuar el camino de la vida. Lo cual nos permite evolucionar hacia un nuevo nivel de conciencia que te llevará a ser y vivir cómo quieres. Aunque no lo puedas ver, esto no significa que no esté sucediendo en tu interior.

La metáfora que se me ocurre para ilustrar este proceso es aquella que describe el arte de cultivar y cosechar. A veces pasa mucho tiempo para que la semilla germine, pero de igual manera continúa atendiéndola, regándola, haciendo tu parte. Un buen día y a su debido tiempo, verás brotar su primer retoño y luego te sorprenderá el tallo que crece con sus primeras hojas, y así, cada día serás testigo de la magia y el asombro por la planta que ha nacido gracias a tu cuidado, presencia y atención. Todo proceso por definición requiere tiempo antes de que podamos comenzar a cosechar y disfrutar de los frutos que nos son entregados.

Las situaciones nos son buenas o malas por sí mismas, los hechos en realidad casi siempre son neutros, es nuestra interpretación lo que les confiere esas clasificaciones y los categoriza. Lo que sucede en la vida nos proporciona información, la cual no tiene por qué ser buena o mala, simplemente es valiosa y útil porque nos permitirá tomar mejores decisiones, aquellas que nos acercan a lo que deseamos lograr. Los hechos, los datos, la información son herramientas y su utilidad dependerá del uso que le demos. En este mundo todo existe junto a su contrario, lo positivo y lo negativo, la alegría y la tristeza, el yin y el yang, la luz y la sombra. Los opuestos se complementan para conformar el todo. Ambos son valiosos y necesarios.

Si una emoción como la tristeza, eminentemente adaptativa, aparece día tras día, será mejor hacerle caso. La función principal del sentimiento de tristeza es la de ayudarnos a transitar los duelos, procesar la pérdida, comprender lo que ha sucedido, adaptarnos a la nueva realidad que estamos viviendo. Se trata de darte tiempo para poder reacomodar tus emociones, aprendiendo lo que necesitamos de las experiencias dolorosas que a veces se nos presentan en la vida. Regálate el espacio y el tiempo que necesites para poder comprender todo lo que estás viviendo y sintiendo adentro, no sólo a nivel cognitivo, sino emocional, que tiene un ritmo completamente diferente.

Las emociones son mensajeros que siempre vienen a enseñarnos algo. Sería interesante dar a tu tristeza un espacio para comprender aquello que te viene a decir, para que tomes conciencia y aprendas las lecciones que te han sido entregadas. De lo contrario es probable que cada intento por escapar traiga como resultado que continúes hundiéndote aún más en el pozo. La felicidad es un tema interior, un tema del alma, se crea y se expresa de adentro hacia afuera. Cuando la usamos como máscara actuando el mandato exterior de ser felices a como dé lugar, haces con la felicidad lo mismo que hace la gente cuando intenta hacerse el gracioso, el culto o la guapa. Una parodia de sí mismo. Si quieres ser feliz, comienza por darle un espacio a tu tristeza.

Comenzar de nuevo.

Hay etapas en la vida que para ser feliz hay que obligarse. Empieza por poner tu atención en todo aquello que contribuye de alguna manera a tu bienestar, te hace sentir bien, por pequeño o rutinario que te parezca, intenta retener esa sensación agradable momentánea y todo lo que moviliza dentro de ti. Practica la gratitud, identifica todo lo que te gusta, funciona, está bien y es bueno para ti en tu vida. Y recuerda que la gratitud es el camino más corto hacia la felicidad. Las personas agradecidas casi siempre son más felices.

En etapas como esas, en las que no queda de otra que continuar y reinventarse, evita mirar hacia atrás. Deja de creer en los delirios y las trampas de la mente que casi siempre nos cuenta la historia distorsionada por nuestros deseos o aquellos pensamientos que decidimos creernos. Mira hacia adelante, en el camino, al encuentro contigo… un día a la vez.

Ser humanos implica reconocer que tenemos necesidades afectivas y emocionales que no podemos ignorar. Resulta lo más normal y común que busquemos satisfacer estas necesidades a través de nuestras relaciones.  Cuando nuestras necesidades de amor no son satisfechas en nuestra relación de pareja, se produce una sensación de vacío interior, por lo que sentimos frustración, enojo o tristeza. Son esas ocasiones en la cuales estando aún acompañados, nos sentimos solos. Como alguna vez escuché decir, no hay peor soledad que la que se siente cuando estás acompañado. También sucede cuando hemos terminado una relación y el dolor que te produce el vacío que sientes lo asocias a la persona con quien solías llenarlo. Situaciones hay muchas, se trata de estrenar y crear nuevas maneras personales para satisfacer nuestras necesidades y llenar nuestros vacíos, en especial poniendo la atención en nosotros, observando y participando como testigos del mundo exterior, descubriendo aquello que resuena contigo y te hace sentir bien. Se trata de procurarnos y entregarnos aquello que nos permite satisfacer nuestras necesidades afectivas y emocionales, sin depender de otro para estar bien. Asumir nuestra responsabilidad con nuestro bienestar y nuestra felicidad.

Cada noche piensa en tres cosas buenas que hayan pasado ese día y las razones por las que consideras han sido buenas para ti. Si puedes escribirlas, mejor aún. Regálate un cuaderno donde puedas anotarlas, el “cuaderno de las cosas buenas” (que no siempre son cosas). Hazlo al menos durante 21 días que según la ciencia es lo que tardamos en crear un hábito. Transcurrido ese tiempo, evalúa el resultado, qué impacto ha tenido en ti.

No tenemos el control de lo que ocurre en nuestra vida, lo único que controlamos es nuestra actitud, cómo nos relacionamos y respondemos a aquello que ocurre afuera.  En el mundo exterior a diario se presentan situaciones e imprevistos que escapan a nuestro dominio y comprensión. Sin embargo, tenemos el poder de elegir cómo queremos responder a lo que ocurre afuera. Despierta a ese poder y úsalo. Desde tu observador puedes hacer una pausa y elegir tus acciones o respuestas.  Es importante entrenarnos y practicar para dejar de reaccionar y comenzar a responder como deseas hacerlo. Practica la pausa, regálate tiempo antes de responder. Recuerda que entre el estímulo la respuesta hay un espacio, donde se muestra tu nivel de conciencia y tu capacidad para hacer esa pausa que te permite dejar de reaccionar, para crear tu experiencia de vida a través de tus respuestas, decisiones, acciones.

Ser feliz es un acto de decisión personal, uno elige ser feliz y para ello, el primer paso es retomar la relación con uno mismo: saber quién eres, cómo eres, qué quieres y qué es importante para ti. La relación contigo es la más importante de tu vida, no sólo por el hecho innegable de que eres la única persona que estará contigo por el resto de tu vida, sino porque todo lo que construyas y vivas en ella será lo que puedas entregar y compartir con los demás.

El desapego desde el amor.

A veces pasamos buena parte de nuestro tiempo peleándonos con la realidad cuando se trata de ciertas personas y situaciones en nuestra vida. Nos desgastamos intentando que alguien nos ame de determinada manera cuando esta persona no puede hacer otra cosa que amarnos a través de la persona que es. Al final o desde el principio, cada uno ama según su tipo de personalidad que determina cómo interpreta la realidad, piensa, siente y actúa. Sabemos cuánta frustración, enojo y dolor nos produce esperar algo de alguien que sencillamente no te lo puede dar.

Cuando las personas que amamos actúan y se comportan de manera diferente a cómo quisiéramos o nos gustaría, casi siempre reaccionamos desde nuestra frustración, dolor y enojo ante esta situación. El otro también reacciona movido por sentimientos similares, el problema crece y el conflicto se hace cada vez mayor. Nos consumimos y agotamos en el drama.

Este es el momento para comenzar a practicar el desapego. Eso no significa que dejemos de querer a esa persona, si no que hemos comenzado a mirar y aceptar la realidad tal y cómo es, no como nos gustaría que fuese.  Le permitimos a esa persona ser quien realmente es y dejamos de desgastarnos en el intento infructuoso de que sea alguien diferente.

Validamos nuestros sentimientos e iniciamos los primeros pasos en el camino del desapego para dejar de participar de una dinámica que nos produce infelicidad y mucho dolor.  Se trata de aprender a amar y a relacionarnos con los otros tomando en cuenta la realidad y aceptando cómo es la otra persona. Los otros casi siempre nos dicen cómo son, somos nosotros los que nos empeñamos en no verlo. A través de sus decisiones, comentarios, acciones, respuestas, cómo nos tratan y cómo se comportan en la relación, los otros nos están diciendo cómo son y qué quieren, se están definiendo a ellos mismos y esto nada tiene que ver con quién o cómo eres tú. Cómo son los otros es algo que no depende de ti. Intentar que el otro cambie es un desgaste inútil porque no tenemos ese poder. Las personas cambian, pero nadie cambia por otro. Cambiar es un acto de decisión personal.

En el proceso de desapego desde el amor se abre la oportunidad de replantearnos nuestras relaciones sobre nuevas bases, tomando en cuenta quiénes somos, cómo somos, cuáles son nuestras necesidades y lo que queremos, redefiniendo que es importante para nosotros en la relación, abriendo nuestras manos para dejar ir y dejar ser. Se trata de regresar la atención hacia uno mismo para restablecer el vínculo contigo y reducir el impacto emocional que nos producen las acciones de los otros, para lograr que te afecte cada vez menos, para construir una dinámica más sana donde tu bienestar y felicidad dependa principalmente de ti mismo.

De este modo, asumimos la responsabilidad con nosotros de querernos, atendernos y cuidarnos. Le entregamos al otro la libertad y la posibilidad de ser quien es del mismo modo que recibimos nuestra libertad y nuestra vida de vuelta. Podemos decidir qué tipo de relación queremos establecer y cómo vamos a participar en ella, tomando en cuenta la realidad y todo aquello qué es importante para nosotros.

En el proceso de desapego validamos nuestros sentimientos y reconocemos que detrás del apego está el miedo. Miedo a la separación, a la pérdida, a sentirnos solos, a contactar con nuestro vacío interior y demás, lo cual nos hace sentir ansiosos, depender y necesitar al otro. Para comprender nuestros miedos y llenar nuestro vacío, es importante comenzar a confiar en nosotros mismos, desarrollar el amor propio y entender que en esta vida todo es temporal, lo cual me conduce a apreciar y disfrutar el presente y todo lo que tengo, con la certeza de que dada esta dinámica de temporalidad todo circula y nada se termina, solamente se trasforma. Cada uno tiene su camino y somos compañeros de ruta por lo que dure el trayecto.

En el camino hacia el desapego asumimos nuestra responsabilidad con nuestro bienestar atendiendo a nuestras necesidades afectivas y emocionales, participando en las diferentes áreas de nuestra vida donde existen otras fuentes de bienestar y cariño. Aceptamos la realidad y cómo es el otro porque aquello que no somos capaces de aceptar es la fuente primaria de nuestro sufrimiento. Buscamos llegar a ese espacio de compasión y gratitud donde dejamos ser al otro, al mismo tiempo que nos liberamos a nosotros mismos de toda la energía negativa inherente a la situación.

No somos responsable de lo que hacen y deciden los demás. Si la otra persona le dedica la mayor parte de su tiempo y atención al trabajo, a sus amigos, a su familia, a cierto hobby, a su grupo religioso, a su negatividad, a su necesidad de control, a su insatisfacción permanente, a algún tipo de adicción, a su inseguridad o cualquiera que sea el tema en su vida; sacamos nuestras manos y nuestros corazones de allí. Tomamos distancia emocional para apartarnos de esa dinámica practicando el desapego, nos apartamos emocionalmente para hacernos responsables de nuestro proceso. Elegimos una manera más sana de relacionarnos con la realidad.

Al principio, la idea del desapego puede resultarnos cuestionable y difícil de aceptar porque podría interpretarse como que el otro o los otros no nos importan. Hemos vivido toda una vida y hasta hoy, en la creencia errónea de que, a través de nuestra conducta apegada y dependiente, centrada en el otro y sintiéndonos responsables de su bienestar, demostramos cuánto amamos y cuánto nos importan los demás. Hemos confundido apoyar, ayudar, escuchar y acompañar con sentirnos responsables y hacernos cargo de la felicidad o infelicidad del otro. Hemos construido nuestras relaciones a partir de la creencia equivocada de que es mi responsabilidad que los otros estén bien, y por tanto soy responsable del estado de la relación.

Amar sin depender significa que queremos y nos importa mucho: los otros, nosotros y la relación, por lo que deseamos lograr que esta resulte lo más saludable posible para ambas partes. Porque cuando uno depende, ya no elige y cuando no tienes la posibilidad de elegir, no hay libertad y sin libertad no puede haber amor.

Aceptamos nuestra dependencia emocional porque dentro de nosotros vive el niño o la niña que alguna vez y por muchos años fuimos y nuestro niño es dependiente porque es un niño y esa es su naturaleza. El camino del desapego implica reconocer y aceptar nuestra dependencia para encontrar los caminos y las maneras de ocuparnos de ella, para satisfacer y procurarnos aquello que necesitamos y queremos desde la persona que soy hoy.  Desarrollar eso que se conoce como pareja interna, donde elijo a ocuparme de mi y mis necesidades practicando el amor propio.

La esencia del desapego desde el amor consiste en amar a los otros y en amarte también a ti. En griego amar se dice agapi que significa “dejar ser”. El desapego como acto de amor es justo esto, dejar ser al otro al mismo tiempo que nos permitimos ser a nosotros mismos, incluyéndonos en el amor.

Dejar de pedir peras al olmo.

Existen diversos estudios, libros, conferencias, pruebas de campo, artículos especializados que avalan y fundamentan las diferencias físicas, neurológicas y bioquímicas entre hombres y mujeres. Conocer nuestras diferencias nos ayuda a acercarnos y comprendernos, con el propósito de entendernos sin juzgar, aceptar la realidad y dejar de esperar del otro aquello que sencillamente no puede ser o entregar. Se trata de evitar interpretar lo que sucede como algo personal y comprender que sencillamente el otro es así. Dejar de pedir peras al olmo para construir y compartir todo aquello que si es posible en nuestras relaciones. Porque de la mano de nuestras expectativas casi siempre llega la desilusión, por lo que resulta muy recomendable tener expectativas un poco más realistas para ser un poco más felices.

Hace un tiempo llegó a mi uno de esos libros donde tan bien se explica y fundamentan las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a su estructura cerebral y su manera de interpretar la realidad, lo cual condiciona su comportamiento. En este libro se plantea que hombres y mujeres tenemos diferencias neurofisiológicas y bioquímica, es decir, diferentes conexiones neuronales, actividad cerebral y composición hormonal. Estas diferencias son innegables y de muchas maneras determinan porque hombres y mujeres pensamos, sentimos y nos comportamos de manera diferente. Del mismo modo, considero imprescindible para cualquier análisis tomar en cuenta los tipos de personalidad y no únicamente la diferencia entre lo femenino o masculino, en aras de evitar darle un enfoque eminentemente sexista y simplista al tema.

Según lo explicado en este libro, lo masculino se maneja en la vida en función a objetivos y lo femenino se enfoca en el proceso. Un mismo hecho lo masculino lo entiende y aborda como un objetivo a cumplir y lo femenino como un proceso a vivir, tomando la experiencia momento por momento en el trayecto. Incorporando este criterio a los diferentes tipos de personalidad, mi manera de entenderlo y compartirlo sería que hay tipos de personalidad que viven la vida y cuanto acontece en ella como objetivos a cumplir y otras como procesos a transitar. Los primeros están enfocados hacia la meta y los segundos le dan más importancia al trayecto.

Esta manera de considerar la experiencia de vida como objetivo específico y concreto a cumplir, está ligada a la necesidad de sentir que avanzas en la vida, lograr metas y aquello que te propones. Las acciones están orientadas al resultado y encontrar soluciones, suele estar vinculado a la mentalidad de hacer. Las metas constituyen la principal fuente de motivación y encuentran gran satisfacción cuando logran poner la palomita de hecho o cumplido. El objetivo a cumplir es casi siempre más importante que el trayecto o proceso. Su mirada está puesta en el resultado.

Por su parte, los tipos de personalidad que viven y entienden la vida y sus situaciones como un proceso, la satisfacción y motivación suele estar vinculada a ser, vivir y sentir cada momento del camino, en lugar de lograr algo en específico, llegar a alguna meta o destino predeterminado. Vive la experiencia del trayecto, el proceso es tan importante como la meta a alcanzar.

Sucede también que las personalidades orientadas a metas y objetivos suelen tener su mente dividida en gavetas o cajones que se corresponden con cada rol o actividad que desempeñan en su vida. Su mente está compartimentada y sólo son capaces de abrir un cajón a la vez.  Cada gaveta se corresponde con un rol o área de su vida, por ejemplo: trabajo, esposo, padre, amigo, hijo, sobrino, pareja, tiempo libre, tele, hobby, deporte etc.

Por su parte, los tipos de personalidad que viven enfocadas al proceso suelen estar muy integradas, es decir, son todo el tiempo y a la vez, todos aquellos roles que desempeñan en su vida, por lo que cada área de su vida se encuentra interconectada.  Es por esto que determinado nivel de insatisfacción o infelicidad en un área de su vida influye y repercute de manera significativa en las demás.

Lo más importante será encontrar el equilibro en aras de nuestro bienestar y la armonía en nuestras relaciones, para acercarnos y comprendernos. De este modo, las personalidades en extremo compartimentadas deberán avanzar hacia la integración e interrelación de roles, afectos y áreas en su vida para incorporar y considerar a los otros, poder abrir más de una gaveta a la vez. Se trata de aprender a vincular los afectos, emociones y personas en las diferentes áreas de su vida. Del mismo modo que las personalidades completamente integradas, aprenderán a separar aquellas áreas de su vida que si funcionan y donde están bien, sin dejarse arrastrar y abatir por aquella única área en su vida donde experimenta un bajo nivel de satisfacción. Poder mirar lo que si funciona y está bien en nuestra vida y agradecerlo. Porque la gratitud es uno de los caminos más cortos hacia la felicidad.

De la diferencia entre los tipos de personalidades orientadas a objetivos y de estructura mental compartimentada y por el otro lado, aquellas centradas en el proceso e integradas, se desprenden una serie de actitudes y comportamientos muy diferenciados.  Todo lo cual suele ocurrir de manera casi siempre inconsciente.

El tipo de personalidad orientada a objetivos satisface la necesidad de sentir que avanza en la vida marcando como cumplido aquello que logra, olvida con facilidad porque vive la situación, marca “checked” y da vuelta a la página.  Por lo mismo, no suele disculparse ni sentirse culpable porque olvida para sentir que avanza, termina las discusiones antes, supera el tema y continúa hacia adelante. Necesita desprenderse para avanzar. Tiene la capacidad de separar las diferentes áreas de su vida y encontrar satisfacción en cada una de ellas por separado. Por lo mismo tienden a ser mono-focales y concretos, se concentra en una cosa a la vez.  Suelen ser mucho más visuales, reciben y procesan la información del mundo a través de aquello que ven.  En el tema felicidad suelen internalizarlo y son felices en la medida que logran aquellos objetivos que se proponen.

Este tipo de personalidad deberá aprender a dedicar tiempo y atención a aquellos a quienes ama, cuidar sus afectos y relaciones, estando presente y compartiendo lo que sienten.

Por su parte, las personalidades orientadas al proceso, como ya hemos mencionado, viven de manera completamente integrada todas las áreas y actividades de su vida. Son al mismo tiempo madres, esposas, profesionales, hijas, amigas, pareja, ama de casa, etc. Este tipo de personalidad por lo mismo de estar emocional y mentalmente centrada en el proceso suele se retentiva, no olvida con facilidad, se queda atada al problema y queda la huella profunda en su interior. Su tarea es aprender a soltar aquello que le hace sentir mal. Desprenderse del principio de sentirse necesitada y reconocida que moviliza su conducta y por lo cual suele hacerse cargo de casi todo y todos a su alrededor. Tiende a externalizar su idea de la felicidad, su bienestar depende de que las personas que están a su alrededor estén bien, por eso suele ocuparse de los otros y del bienestar de los otros de manera natural y espontánea. Esto con la contraparte de que entonces su infelicidad también depende de los otros o de lo que ocurra fuera. En gran medida depende del exterior y de los otros para sentirse bien.

Este tipo de personalidad orientada al proceso recibe la información del mundo de manera auditiva y a través de sus sensaciones…. siente y escucha. De ahí surge la intuición, la sabiduría interior, la visión de los ciegos que pueden percibir realidades por aumento de la sensibilidad. Por eso tiene tanta importancia para este tipo de personalidad la comunicación como pilar del proceso.

Se trata de poder ver y entender que si tu pareja tiene su mente dividida en gavetas, evita meterte en el cajón que no te corresponde, donde no te podrá entregar la atención que deseas, para de este modo dejar engancharte e interpretar su actitud como desamor, desatención o rechazo.  El típico ejemplo de que llamas a tu esposo al trabajo y él va directo al asunto, siendo poco cariñoso o atento. En ese momento él está en la gaveta con la etiqueta “Trabajo”, por lo que todo lo demás que intente introducirse en este cajón, al cual no pertenecen, recibirá muy bajo nivel de atención. Una vez que entiendes esto es muy probable que dejes de interpretar este evento de manera personal y por lo mismo dejará de afectarte.

Antes de terminar voy a detenerme un instante para aclarar que no pretendo realizar un análisis categórico sobre las diferencias entre hombres y mujeres. A la vez, no es menos cierto que por su estructura neurofisiológica y modelo mental, resulta mucho más común identificar en lo masculino el tipo de personalidad orientada a objetivos y mentalidad compartimentada; y en lo femenino, la personalidad orientada a procesos e integrada en todos sus roles. Que la mayoría de los hombres se comporten de cierta manera y la mayoría de las mujeres de otra, no significa que todos los hombres sean iguales y suceda otro tanto de lo mismo entre las mujeres. Las generalizaciones siempre son injustas.

A su vez y para enriquecer el análisis, los tipos de personalidad son dinámicos por lo que oscilan en diferentes niveles de salud o bienestar psicológico y emocional a lo largo del día y en las distintas etapas de la vida. Cada tipo de personalidad podrá encontrarse en su estado más extremo donde todos sus rasgos se acentúan, o por el contrario acercarse al punto de encuentro con el otro tipo de personalidad, moviéndose hacia el equilibrio.

Se trata de entender que una relación siempre es un proceso y nunca es un objetivo cumplido. El camino es el destino, para mantenernos enamorados y viviendo desde el amor toda la vida.

Felicidad y pensamiento mágico.

Existe en nosotros el pensamiento realista, es decir, la capacidad de analizar de manera objetiva la realidad, con sus variables y cuánto acontece en ella, considerar los hechos tal y como son, sin interpretaciones, juicios, ni preferencias.  Y de igual manera también contamos con nuestro pensamiento mágico.

El pensamiento mágico representa nuestro mundo ideal o nuestra idealización de la realidad, situaciones, circunstancias, las relaciones y personas que conforman nuestro entorno afectivo. La estructura de pensamiento mágico para las relaciones afectivas condiciona las definiciones que tenemos sobre cómo deberían ser las personas, en especial aquellas con las cuales mantenemos relaciones afectivas.

Cuando en nuestras relaciones ponemos a competir a la persona ideal que existe en nuestro pensamiento mágico con la persona real, esta última casi siempre sale bastante desfavorecida. Así sucede cuando, por ejemplo, sin darnos cuenta, ponemos a competir a nuestro hijo ideal con el real, donde el segunda casi de seguro saldrá perdiendo. Además de llevarse consigo la tremenda carga de no sentirse visto ni aceptado. En las relaciones humanas y en especial con nuestros hijos, el reconocimiento y la aceptación del otro resulta crucial para la constitución y mantenimiento de un vínculo afectivo sano y determina la calidad de nuestra relación con ellos. Es parte de nuestra responsabilidad como padres mantener, cuidar y cultivar el vínculo con nuestros hijos, en especial cuando ellos aún no son adultos.  Es muy necesario expresar nuestro amor a través de una mirada apreciativa hacia ellos, valorándolos por la persona que son, mirando al alma, mirando adentro.

Por ello resulta tan importante que veas a tus hijos, tus padres, tu pareja y a todos los que quieres como ellos son, con profunda aceptación y gratitud porque ellos están en nuestra vida para entregarnos las lecciones que necesitamos aprender y crecer, para evolucionar como personas, mirando, escuchando y queriendo desde el alma. Siempre digo que cada relación en mi vida es una escuela y cada persona que participa de esa relación conmigo, un maestro.

La distancia entre nuestro pensamiento mágico y la realidad es lo que a menudo nos provoca sufrimiento, insatisfacción o desilusiones. Nuestro pensamiento mágico se expresa a través nuestras expectativas sobre los otros, las situaciones y circunstancias de la vida, por demás muy poco realistas. Esta insatisfacción muchas veces se traduce en forma de desilusión, en el “si, pero”, “casi”… en concentrar nuestra atención en aquello que nos falta y lo que nos gustaría que fuera.  Ese mal hábito de buscar el grano oscuro en el arroz produce mucha infelicidad, desear lo que no es o lo que no se tiene.

En nuestras relaciones cuando comparamos a nuestra pareja idea con la real, esta última casi siempre pierde porque es muy poco probable que el otro, el real, tenga la capacidad sobrenatural de adivinar por arte de magia lo que pienso y quiero para poder cumplir con las expectativas de mi pensamiento mágico. Porque además y con frecuencia, ni siquiera nosotros mismos sabemos a ciencia cierta lo que queremos. Que tremendo reto le pasamos al otro para adivinar y atinarle a lo que incluso ni nosotros mismos sabemos.

Cuando pretendemos que al otro le nazca hacer y entregar lo que esperamos de él, esto casi siempre nos traerá frustración garantizada, porque estamos poniendo al otro a adivinar y atinarle a nuestro pensamiento mágico. Cuando quieras algo, dilo, enséñales a los otros cómo tú quieres que te quieran.  El que no habla Dios no lo oye, cuando quieras algo, pídelo.

Ya lo sé, cuántas veces he escuchado decir: pero no es igual si se lo pido porque se supone que debería nacer del otro sin que yo se lo diga. El acto de amor está en que el otro me escuche y tome en cuenta lo que le pido, y no está en que adivine mi pensamiento mágico. Porque no tenemos una bola de cristal para mirar cada mañana y saber cuál es el pensamiento mágico de mi pareja, de mis hijos o las personas que viven conmigo para poder realizarle sus deseos y demostrarles así cuanto los amo.

Como muchas veces digo, la bola de cristal se me rompió, prefiero que me digas lo que quieres, lo que esperas, lo que te gustaría que hiciera y no me pongas a adivinar e interpretar tu pensamiento mágico. Hagamos de la relación un acto de amor y confianza donde podamos hablar con la certeza de que el acto de amor radica en que el otro escuche lo que le estoy diciendo, pidiendo o comentando. El gesto de amor es que el otro me tome en cuenta, valore y actué según aquello que le he compartido que es importante para mí.

Ese mal hábito de comparar mi mundo mágico con mi mundo real, casi siempre se expresa en forma de queja, disgusto y reclamo. Cuando en realidad lo que tenemos es casi siempre mucho más que lo que nos falta, lo que pasa es que no lo vemos. El pensamiento mágico nos lleva irremediablemente a fijarnos en lo que nos falta, nos impide valorar y disfrutar lo que tenemos.

Aprovechemos la oportunidad para enseñarle a nuestros hijos tolerancia la frustración, porque en la vida uno no siempre tiene lo que quiere y, aun así, sigue siendo buena. Esto no impide que seas feliz porque la vida es cómo uno quiere mirarla y vivirla, tú decides cómo quieres estar y cómo lo quieres pasar: bien o mal, feliz o insatisfecho. Tú decides.

La persona más feliz no es la que más tiene si no aquella que disfruta todo lo que tiene. Porque cuando no eres feliz con todo lo que tienes, no lo serás con lo que te falta. La felicidad es un acto de decisión personal, uno decide ser feliz cada día. La felicidad es una actitud ante la vida. Uno decide cómo actuar, interpretar y responder aquello que acontece cada día. Tú decides si quieres amargarte, quejarte y pensar que todo está mal o por el contrario, si quieres verlo como una valiosa oportunidad para observar y observarte, darte tiempo para decidir cómo quieres actuar, valorar cuáles son tus opciones, qué quieres hacer para ser y estar lo mejor posible dadas las circunstancia, para aprender y crecer con cada situación que se nos presenta.

La vida se trata de elegir. Igual que decides la ropa que te pones en la mañana, lo que te preparas para desayunar y el camino que tomarás para llevar a tus hijos a la escuela o llegar al trabajo. Uno tiene la posibilidad de decidir cómo quiere vivir su día. Tú eliges.

La felicidad es un tema del alma que poco tiene que ver con lo que pasa afuera o las cosas que tenemos. Se trata de reconocer, disfrutar y agradecer cuánto tenemos y vivimos. Se puede ser permanentemente feliz lo cual no significa que estemos siempre contentos. Se trata de mirarnos al alma, de mirar adentro. Hagamos de nuestra vida un acto de amor y de nuestras relaciones el mejor espacio donde compartirlo.

Para comunicarnos mejor.

En nuestras relaciones personales a veces tomamos decisiones que provocan algún tipo de conflicto o nos vemos inmersos en problemas que debemos solucionar de la mejor manera posible.  Muchas veces las situaciones de conflicto están relacionadas con límites que necesitamos establecer para mantener relaciones saludables en nuestra vida.

Todos tenemos necesidades diferentes que intentamos satisfacer a través de nuestras relaciones afectivas. Nuestras necesidades emocionales están determinadas por nuestro tipo de personalidad, así como nuestras creencias y valores. Habrá, por ejemplo, quien necesite tener la razón, afirmarse en su versión de la historia porque esto les da seguridad y necesita sentirse seguro. Hay otros que su necesidad primaria es tener paz y tratarán casi todo el tiempo de evitar el conflicto, en su creencia errónea de que la paz es la ausencia de conflictos. También están los que necesitan sentirse reconocidos, otros que buscan ser admirados, sobresalir y acaparar todos los reflectores, otros tener poder, ser fuertes, estar al mando, otros sentir que los necesitan, otros sentirse deseados, otros tener control, otros ser únicos, especiales y así sucesivamente. Las relaciones se van articulando sobre la base de las necesidades de quienes participan en ella. No siempre somos conscientes de cuáles son nuestras necesidades básicas en el área afectiva y emocional, estas permanecen en nuestro inconsciente y de igual manera determinan nuestro comportamiento y nuestra elección de pareja. Porque aunque nos resulte difícil de creer, el inconsciente manda…en especial a la hora de relacionarnos.

La comunicación es el medio para interactuar en todas nuestras relaciones. A través de la comunicación el vínculo se construye y permanece. Como dice el refrán, hablando la gente se entiende o al menos se enteran de que no se entienden. Cuando nos comunicamos con los demás, el “qué” es igual de importante que el “cómo” por lo que resulta crucial lograr el balance entre forma y contenido. Nos comunicamos para algo, es decir, hay un propósito y una intención en el diálogo. La manera cómo expresamos aquello que deseamos comunicar hace la diferencia y será decisivo para que logremos o no nuestro propósito.

Resulta muy buen punto de partida tener claro nuestro propósito, qué es lo que deseamos lograr con esa conversación y encontrar la manera más eficaz para transmitirlo. Valorar cuáles son las opciones que tenemos y elegir la que mejor nos garantice que logremos el resultado que deseas alcanzar con esa conversación. A continuación les presento otras recomendaciones que hacen del intento por comunicarnos y entendernos algo más simple y asertivo.

Es muy recomendable intentar sustituir los “pero” por “y”. El “pero” casi siempre invalida a la frase que lo precede y quien lo escucha solo recibe y procesa el mensaje después del “pero”.  El “y” suaviza el mensaje sobre todo restándole la carga negativa que podría proporcionarle el “pero” que impide que el otro incorpore lo positivo en la frase que le precedía. Es muy probable que cada uno de nosotros tenga algunos ejemplos en su vida con lo cual clarificar esto.

También resulta muy útil hablar en primera persona. Eliminar los “tú” que casi siempre traen un gustillo a reclamo. Esto es lo que se conoce como el Yo mensaje o “I message”, hablar en primera persona de lo que quieres, lo que sientes, lo que percibes, tu punto de vista, aquello que deseas, todo lo que “si” y lo que “no” en la relación en cuestión. Cada frase podría iniciar con:  A mí o me: A mí me pasa…A mí me molesta…A mí me lastima…A mí me enoja… A mí me gustaría…Me siento… Me afecta… Me parece…Me pone triste…Me gusta…etc. Con la genuina intención de contactar con el otro creando un espacio para el diálogo.

Siguiendo esta línea, busquemos evitar los términos absolutos como el “nunca” o “siempre”, “todo” “nada” y suavizarlos en el “casi” que resulta muy útil para evitar que el otro se atrinchere. Buscar el punto de encuentro mediante frases como “Pareciera, tengo la sensación”… sin interpretarnos y procurando hacer contacto con el otro desde nuestro Ser, haciendo a un lado al Ego que nos separa, divide y juzga.

Los problemas y conflictos son parte de la vida y de las relaciones con la pareja, la familia, los amigos, los conocidos y nuestros colegas del trabajo. Aprender a solucionar los problemas y conflictos comunicándonos de la mejor manera, constituye una de las habilidades más importantes que podemos adquirir y desarrollar en la vida en aras de mejorar nuestras relaciones. Para ello debemos observar, aprender y practicar todos los días. Cada día es una oportunidad para hacerlo mejor y para ser como nos gustaría, con nosotros y en todas nuestras relaciones.

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Cuando quieras recibir, dilo.

Todos tenemos sueños y deseos que anhelamos sean realizados en nuestra vida. Esperamos que una ocasión especial, un cumpleaños, un aniversario sean celebrados de determinada manera. Son momentos en los que en nuestro interior deseamos nos fuera expresado y entregado aquello que nos gustaría recibir por y para nuestro agrado.  Aquello que nos ilumina y alimenta el alma, que nos hace sentir queridos. Cada quien tiene necesidades diferentes, necesidades de todo tipo. Una vez satisfechas las necesidades básicas que nos garantiza la supervivencia del cuerpo físico, buscamos satisfacer nuestras necesidades afectivas y emocionales, casi siempre a través de nuestras relaciones.

Es muy humano tener expectativas en nuestras relaciones. Las expectativas son aquello que deseamos y esperamos recibir de los otros y están directamente vinculadas a nuestras necesidades. Nuestras expectativas suelen ser poco realistas pues nacen de nuestros deseos e idealizaciones, por lo que casi siempre estas vienen acompañadas de cierta desilusión cuando no recibimos aquello que esperamos.

Una vez que sabemos lo que queremos, lo que esperamos de una relación y de las personas que nos rodean, lo más saludable y efectivo será encontrar la manera de hacerle saber los otros aquello que queremos recibir y cómo deseamos que nos sea entregado. Cuando reconoces aquello que anhelas y lo comunicas de la mejor manera al otro o los otros, estas asumiendo la responsabilidad contigo de procurarte y entregarte lo que es importante para ti, te estás haciendo cargo de satisfacer y atender a tus necesidades.

La opción de entregarnos a nosotros mismos lo que queremos recibir de los demás es también válida y lograríamos cierta satisfacción a nivel material, la realización en el mundo material del objeto del deseo. Quedaría aún por satisfacer la parte emocional vinculada al objeto físico y que se expresa a través de él. El regalo es el medio para expresar y recibir muchas otras entregas afectivas y emocionales. Es el símbolo a través del cual comunicar sentimientos, por lo que cuando nos lo entregamos a nosotros mismos estamos satisfaciendo la parte material pero no nuestras necesidades emocionales y afectivas, nuestro sustento interior.

El regalo, la salida a cenar, la celebración y los detalles son el medio a través del cual satisfacemos nuestras necesidades y deseos de sentirnos valorados, reconocidos, amados, acompañados, vistos o cualquiera que sea aquello que quieras recibir y sentir en tu relación. Claro que siempre puedes ir y entregártelo tú, lo cual te proveerá la satisfacción material de poseer aquello que te gusta, sin embargo, quedará insatisfecha la parte sentimental que le otorga otro sentido y relevancia al hecho u objeto.

Es por ello que la comunicación resulta tan crucial y  significativa en todas nuestras relaciones. Se trata de encontrar la mejor manera de decir y pedir a los otros lo que deseamos vivir en la relación, aquello que queremos recibir. Es una oportunidad para acercarnos al otro, ganar presencia y valía en la relación y en nuestra vida. Será la manera de tomarnos en cuenta, atender a nuestras necesidades y comunicarlas, expresar aquello que queremos y es importante para nosotros. Enseñarle a los otros cómo quieres que te quieran. Habremos alcanzado el nivel y calidad más altos de comunicación, el día que sientas que puedes hablar con el otro como si hablaras contigo mismo.

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Dejar ir… y la fábula del mono.

Cuentan que, en un lugar de África, los cazadores tienen una manera muy sencilla para atrapar a los monos. Van dejando en el camino un rastro de cacahuates y frutas que ya conocen les gusta mucho a los monos. Este camino llega hasta un pequeño agujero en un árbol. Allí depositan el resto de los cacahuates y será donde más tarde atraparán al mono.
El mono va siguiendo el rastro, recogiendo los cacahuates hasta llegar al pequeño hueco en el árbol. Allí introduce la mano y llena todo su puño con los cacahuates que se encuentra adentro. Cuando intenta sacar la mano, no puede al haber cerrado el puño para llevarse los cacahuates con él. Como mantiene el puño firmemente cerrado le resulta imposible sacar su mano por un agujero tan pequeño. El mono lucha y se desespera sin darse cuenta de que para poder liberarse solo necesita abrir su mano, dejar ir. Y así, al no poder comprender que solo tiene que abrir su mano y soltar los cacahuates para ser libre, es apresado por los cazadores.
Cuando escuché esta fábula recordé tantas ocasiones en las cuales nos encontramos atrapados de la misma manera que el mono. Sujetamos con fuerza y nos aferramos a situaciones y relaciones, con nuestros puños firmemente cerrados y en detrimento de nuestro bienestar.
Esta historia llevada al ámbito de los seres humanos y nuestras relaciones ilustra de manera elocuente como en ocasiones no nos damos cuenta de que nuestra liberación y bienestar sólo depende de soltar, de abrir nuestra mano para dejar ir. Desprendernos para dejar de sufrir y liberarnos de todo aquello que nos impide estar bien.
La manera más sencilla de soltar nuestros apegos es a través del profundo compromiso y práctica de conectarnos con el ahora, para vivir, ser y estar en el momento presente. Una de las maneras más utilizada para lograr estar en el ahora es a través de nuestra respiración. Pones toda tu atención en inhalar y exhalar y permaneces así durante unos minutos para de este modo regresar a tu Ser interior en el momento presente. Otra manera es a través de poner concentrarnos en la palma de las manos o la planta de los pies o ambas por unos minutos, hasta que tienes la sensación de estar en plena consciencia del momento presente. Existen otras maneras y cada uno podrá encontrar la suya. Se trata de darnos cuantas cuando no estamos en el presente para regresarnos a él una y otra vez. Estar en el ahora en realidad significa regresarnos de manera recurrente al momento presente. Y el mejor método será siempre el que a ti te funcione.
Cada final es un nuevo comienzo. En lugar de preocuparnos y llenarnos de ansiedad por lo que viene después o qué será lo siguiente, abracemos el momento presente con una actitud abierta y genuina curiosidad, con el propósito de aprender las lecciones que nos ofrece la experiencia o la situación que estamos viviendo. Son lecciones importantes y necesarias para nuestro crecimiento personal, para lograr ser la mejor versión de nosotros mismos, para realizar todo nuestro potencial. Se trata de convertirnos en observadores de nosotros, de todo aquello que vivimos en nuestro interior y de aquello que acontece afuera, en el mundo exterior. Donde quiera que estés, estar completamente allí, viviendo con presencia total esa experiencia para aprender las lecciones que nos ofrece. En esta vida no existen errores, solo lecciones y estas se repiten hasta que nos las aprendemos.
Nuestra vida es como un río, viajamos llevados por la corriente y se trata de aprender a disfrutar en sus aguas. Cuando nos resistimos nuestro cuerpo se tensa y nuestra alma se contrae, nos hacemos pesados y nos hundimos. Naveguemos con confianza y en paz, con nuestra fe y nuestras certezas, fluyendo con el proceso de la vida. Respira, conecta contigo, confía y fluye en paz en la corriente del río de la vida ….viajas en tu río y todo está bien.

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