Los cambios físicos.

Fui de las niñas que desarrollaron tarde. En ese entonces me parecía una tragedia, de las peores cosas que podrían ocurrirme en la vida. Eso significaba que era diferente a las demás y mucho menos atractiva que mis amigas. Todas ellas luciendo sus lindas figuras de jovencitas, en lugar de la estampa de sardina escuálida que traía yo por aquellos años. Como sabemos, a esa edad la necesidad de pertenencia al grupo resulta tan básica como el aire que respiras. De ninguna manera quería yo desentonar. Querer diferenciarme solo podía obedecer a una manifiesta vocación suicida. Y ese no era mi caso.

Por eso entiendo tan bien a mi hija mayor que ni siquiera acepta escuchar el más mínimo comentario sobre mi desarrollo tardío con la genuina esperanza de no haber heredado tan mala suerte. Don’t jinx me!, me dice…que viene siendo en español de algo así como, no me eches la sal. Y después nos reímos las dos juntas.

En aquel entonces la abuela, mi madre, las amigas de mi madre, las madres de mis amigas y demás mujeres cercanas, me enumeraban las incontables ventajas de desarrollar después. Pero yo no encontraba consuelo, ninguna de ellas se ponía en mis zapatos, ni vivía en mi piel. Al final me sentía igual de incomprendida en mi pesar y mis tristezas.

Mi desarrollo tardío contribuyó a que en el tema sentimental, cuando mis amigas eran cortejadas y admiradas por los chicos de la secundaria, en mí pocos se fijaran o al menos yo no me daba cuenta. No quiero ver tan negro el panorama de aquel entonces en cuanto a mis posibles conquistas, así que voy a concederle algo de crédito a mi crónico despiste en eso de no darme cuenta de cuando alguien se fija en mí.

Afortunadamente no hay plazo que no se cumpla y el mío no podía a ser la penosa excepción. Un buen día me descubrí también crecida y mucho más mujer, al menos en apariencia. El espejo me regresaba una imagen bastante parecida a la que desde hacía tiempo tenían las chicas de mi edad. Al menos ya no desentonaba.

En el amor las cosas no mejoraron después de mi florecimiento, si antes no tenía muchos pretendientes en mi fase sardina, ahora los que se acercaban no me veían a mí. Solo les atraía la envoltura, la apariencia exterior, no veían dentro de mí a la persona que era y que soy. Así que si antes de desarrollar no me iba muy bien en las historias sentimentales, ahora que lo pienso y analizo bajo la perspectiva sabia del tiempo, creo que después no me fue mucho mejor. Antes al menos, los pocos que se acercaban veían a la persona detrás de la sardina, los de después sólo veían una parte de la persona que soy, el exterior.

Con los años y mirando hacia atrás, entiendo ese refrán que dice, “la suerte de la fea la bonita la desea”. Es que la menos bonita, porque todas las mujeres son hermosas, tiene la suerte de que la vean y quien este a su lado supere el tema envoltura para ver dentro de ella, que el vínculo se establezca desde el interior. Y eso sin duda es una gran fortuna.

Aclaro aquí que no minimizo en absoluto la importancia del cuerpo. El cuerpo es el templo que habitamos, nuestra casa, a través y gracias al cual vivimos y pertenecemos a este mundo físico y material. Es el continente de nuestro Ser y todo lo que somos. Es el único lugar que tenemos para vivir en toda la extensión de la palabra. Por eso resulta esencial cuidarlo, mantenerlo saludable y honrarlo.

Reconocer la importancia del cuerpo no significa identificarnos con él. No sólo somos un cuerpo, somos mucho más. Como casi siempre pasa cuando nos identificamos con lo que no somos, la pasamos mal y nos hacemos muy mala vida.

Como todo lo que pertenece al mundo físico, su naturaleza es el cambio en su estado temporal y transitorio. Por eso resulta una batalla perdida de antemano luchar contra el envejecimiento y todos los cambios que ocurren en nuestro cuerpo según pasan los años, es declararle la guerra a su decursar natural.

Procuremos reconciliarnos con los cambios físicos de nuestro cuerpo para vivirlo y asumirlo como lo que es, un proceso natural.  Aprendamos a fluir con gratitud en el desarrollo natural de los cambios físicos a través de nuestra vida. Nos regalaríamos tanta paz que sería muy sano y beneficioso intentarlo.

florecer

 

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