Pasando de las expectativas a la intención.

Existen dos enfoques para acercase y participar de la vida. El primero es tomando en cuenta la realidad y el segundo es desde nuestra idealización.

Cuando nos acercamos a la vida con una postura realista, deseamos ver la realidad tal y como es, lo menos distorsionada o influenciada por nuestro deseos. Aceptamos la realidad cual se nos presenta e intentamos adaptarnos a lo que esta nos ofrece, descubriendo y aprendiendo lo que la realidad, a través de las circunstancias, experiencia o personas, nos entrega. Este enfoque requiere poner distancia y fortalecer nuestro observador para adquirir la información necesaria que nos permita tomar buenas decisiones, esas que contribuyen a nuestro bienestar y están en sintonía con lo que queremos.

Cuando participamos de la vida a través de nuestra idealización, tenemos muchas probabilidades de frustrarnos y decepcionarnos cada vez que la realidad no se corresponda con lo que debería ser o nos gustaría que fuera. Existen contadas ocasiones en las cuales la realidad coincide exactamente con lo que hemos imaginado pues las ideas son eso, ideas o pensamientos creados por nosotros desde la imaginación.

La realidad nos guste o no, es la que es y termina por imponerse por más que deseemos que sea diferente, estos despertares se presentan como golpes de realidad y nos conducen a un reajuste emocional entre nuestro deseos y la realidad. Cuando una prueba de realidad nos hace darnos cuentas del desfase o distancia entre nuestro ideal y lo que en realidad es, sentimos mucha tristeza y desilusión, por lo que necesitamos un tiempo para procesar lo ocurrido y adecuarnos a la nueva realidad.

Pelearse con la realidad genera mucho sufrimiento por eso resulta tan importante incorporar una dosis de realismo a nuestra mirada para poder ver y aceptar la realidad tal y como se presenta, para sacar el mejor provecho de lo que nos ofrece.

El enfoque idealizado casi siempre está cargado de expectativas y como ya sabemos, de la mano de las expectativas llegan las desilusiones. Resulta más conveniente y beneficioso cambiar nuestras expectativas por la intención.

Existen diferencias significativas entre las expectativas y la intención.

Desde las expectativas, ponemos toda la atención en el resultado y objetivo a lograr. La meta a alcanzar es lo más importante. La intención distribuye la atención, tomando en cuenta también al proceso, haciéndonos conscientes del “para qué” o propósito de ese camino, qué deseo lograr con lo que estoy haciendo, va más allá del resultado final. Se valoran y reconocen los logros por pequeños o rutinarios que nos parezcan en cada paso del camino, en función de lo que aprendemos y su repercusión en nuestro desarrollo personal. El proceso es igual de importante que el resultado final.

Las expectativas tienden a ser rígidas y poco flexibles, la intención nos permite adaptarnos a lo que va ocurriendo en la medida que avanzamos en esa dirección.

Mientras la expectativas generan apegos, la intención marca una dirección en la que nos abrimos a considerar otras opciones y posibilidades para lograr el resultado deseado.

Una vez que reconocemos las diferencias entre expectativas e intención y la repercusión que ambas tienen en nuestro bienestar, estaremos mucho mejor preparados para modificar nuestra manera de acercamos y participar de la vida, estableciendo la intención como faro y guía para lograr aquello que deseamos y disfrutar de cada paso en el camino.

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