Esa luz al final del túnel: superar la dependencia emocional.

Podemos considerar que tenemos una condición dependiente cuando nuestro bienestar está determinado por la presencia de otra persona en nuestra vida. Esta condición surge como resultado de creer que para estar y sentirnos bien necesitamos de esa persona y por lo tanto sólo seremos felices si estamos con él o ella. Podemos llegar a tal grado, de estar completamente convencidos de que sin esa persona no podremos vivir, cuando la realidad es que, si podemos y más aún, debemos, por salud mental y emocional, apelando al sentido más básico de supervivencia y amor propio.

Cuando tu bienestar o felicidad está condicionado por la presencia de otra persona o una relación, tal vez sea el momento de darse cuenta de que estás desarrollando un trastorno dependiente. Esto no es algo fácil de reconocer y está en tus manos pasar de ser una persona emocionalmente dependiente a convertirte en una persona emocionalmente responsable de tu vida y tu felicidad.

El comportamiento dependiente tiene su origen en la infancia. Los niños son dependientes por naturaleza. Necesitan del amor, cuidado, presencia y atención de un adulto que se ocupe de ellos para su supervivencia, bienestar y desarrollo. Ese estado dependiente que vivimos durante la infancia es posible que aún se manifieste en nosotros bajo determinadas circunstancias y con algunas personas, en especial con nuestra pareja. La buena noticia es que afortunadamente ese niño dependiente que alguna vez fuimos cuenta hoy con el adulto que eres tú ahora, quien podrá hacerse cargo de atender y satisfacer sus necesidades emocionales y afectivas, lo cual además de ser un privilegio, constituye el primer paso para lograr que tu bienestar dependa de ti.

La dependencia emocional en adultos está considerada como un tipo de adicción, de las denominadas adicciones sin sustancias. Sus características son similares a las de cualquier otro tipo de adicción, por lo que para poder superar esta condición se recomiendan métodos similares al manejo de adicciones. Hay personas que nos disparan la propensión a desarrollar este comportamiento. Lo que seguramente alguna vez habrás escuchado como “alguien que saca lo peor de mí”. Al hacerlo, esta persona te está mostrando aquella parte tuya que aún debes sanar, esa asignatura pendiente en la escuela de la vida que debemos superar para nuestra evolución y crecimiento personal.

Cuando estamos en una relación de dependencia nos llenamos de miedos e inseguridades, comenzamos a vivir una versión insana y desconocida de nosotros mismos que nos provoca angustias, ansiedad y alta dosis de sufrimiento. Vivimos en una montaña rusa con picos emocionales donde pasamos de sentirnos eufóricos y felices, a un estado de profunda frustración, temor y enojo. Estos picos emocionales acentúan y favorecen el comportamiento dependiente pues mantienen viva la ilusión de que el otro va a cambiar, motivados por recuerdo de cómo nos sentimos cuando estamos super felices en la cresta de la ola. Pero no sucede así, la ola baja y nosotros junto con ella, otra vez vuelta a empezar en ese ciclo dependiente que tiene un costo emocional demasiado alto. La vida es muy corta y valiosa para ser otra cosa que no sea felices. Procuremos que nuestras relaciones sean un espacio para crecer y compartir, donde podamos vivenciar nuestra mejor versión, aquellas cualidades que más nos gustan de nosotros mismos y cómo deseamos ser.

Se necesita ser valiente para reconocer la dependencia emocional y hacer cuanto sea necesario para superarla, para tomar el control de nuestra vida y sentir que somos libres de la carga tan dura de depender de alguien más para ser felices.

Lo primero es darse cuenta. Hacer consciente nuestro comportamiento dependiente para poder cambiar. Un indicador simple y efectivo para reconocer la dependencia emocional, es cuando podríamos describir nuestra relación con la frase: mal contigo y peor sin ti. Puedes reconocer que no eres feliz en esa relación, todo el sufrimiento que te ocasiona y, sin embargo, hay algo que no comprendes y que pareciera ser más fuerte que uno mismo que te impide terminarla. Se trata de comprender el origen del comportamiento dependiente y cuestionarnos el pensamiento o creencia errónea que lo origina. ¿Qué te hace creer que tu bienestar o supervivencia depende de alguien más? ¿Es esto cierto? ¿Qué pasa cuando decides creer este pensamiento? ¿Cómo serías tú sin ese pensamiento? ¿Cuál es el enganche?  ¿Cómo te quieres sentir?  ¿Qué puedes hacer que dependa de ti para estar bien?

Para tomar conciencia, es decir, darnos cuenta de lo que ocurre en nosotros y afuera, debemos fortalecer nuestro observador e identificar el pensamiento o creencia que está provocando lo que sientes, en especial cuando esta emoción tiene un impacto negativo en tu bienestar.

Es importante evitar actuar desde nuestro cuerpo emocional pues este siempre reacciona, porque esa es su naturaleza. Es muy probable que las acciones originadas desde la emoción que nos rebasa nos alejen de lo que deseamos lograr y nos encontramos haciendo más de lo mismo, repitiéndonos en el comportamiento  dependiente. Para ello debemos hacer una pausa que nos permita salirnos de nuestro cuerpo emocional, de este modo dejar de reaccionar y comenzar a responder, evitar actuar en automático el viejo programa dependiente. Esta pausa te permite tomar tiempo y distancia para decidir tu respuesta y tus acciones. Porque cuando uno decide, ya no depende. Y ahora tú eliges qué, cómo y cuándo responder.

Por lo general, uno casi nunca decide qué sentir, uno descubre lo que está sintiendo. Los sentimientos y las emociones se producen de manera involuntaria y a veces a pesar de nosotros mismos. Cuántas veces nos gustaría sentir diferente, poder provocar o alejar un sentimiento o una emoción. Lo que si podemos hacer es elegir aquellos sentimientos que deseamos actuar. Es precisamente los sentimientos y emociones que decidimos actuar y cómo lo hacemos lo que nos define.

Una vez que reconozco lo que siento, decido si voy a actuar o no eso que estoy sintiendo, hacer la pausa para decidir mis respuestas, tomando en cuenta lo que quiero para mí y para mi vida. Dicho de otro modo, los sentimientos son involuntarios pero nuestras acciones son voluntarias. Hay una gran diferencia entre sentir y actuar, un espacio en el cual practicar la pausa que te permite elegir tu respuesta. No estás obligado a actuar en automático todo lo que sientes. Tienes el poder de elegir tu respuesta y tus acciones.

Las personas emocionalmente dependientes buscan en su pareja el amor, reconocimiento y valoración que por alguna razón han dejado de entregarse a sí mismos. Se trata de recordar que tu valía radica en la persona que eres. Eres valioso por ser tú y todo lo que necesitas está dentro de ti ahora. Se trata de descubrirlo y usarlo para disfrutar de la vida sin depender de la validación de otro. Estrenar una mirada apreciativa y amorosa para nosotros mismos, sin juicios.

Es importante que seas consciente del sufrimiento que has vivido como resultado de la dependencia emocional. El costo emocional tan elevado que ha tenido para ti. Piensa en todo el dolor que te ha provocado ese comportamiento y esa relación, de esta manera reforzarás tus deseos para cambiar y superar la condición dependiente.

Nuestro bienestar se crea y nutre a través de las múltiples áreas en las que participamos de la vida y las cuales se corresponden con los diferentes roles que desempeñamos. Uno debe aprender a disfrutar de la vida sin pareja porque antes de ser pareja somos personas, debemos dedicar nuestra atención a esa área tan importante que es la relación con uno mismo. Conócete y esfuérzate en saber qué quieres y realiza acciones conscientes para conseguirlo. Se trata de aprender a estar bien con uno mismo y disfrutar de la propia compañía. Hay infinidad de cosas que puedes hacer. Recuerda cómo eras antes de conocer a esa persona y todo aquello que te gustaba hacer. Quizás sea ahora el momento para retomarlo. Desarrolla tus habilidades, identifica las otras áreas de tu vida donde satisfacer tus necesidades, dedica tiempo a tus hobbies, frecuenta a tus amigos, nutre tus afectos con otras fuentes de cariño, viaja, mira a tu alrededor para disfrutar de las pequeñas cosas y sobre todo cuídate y ámate como tú te lo mereces.

¿Qué puedo hacer con el miedo?

El miedo es tan inherente a nuestra naturaleza humana como cualquier otra emoción o sentimiento. Todos hemos experimentado a lo largo de nuestra vida y de seguro más de una vez, lo que es sentir miedo. El miedo biológico es importante y necesario, porque nos ha permitido sobrevivir como especie hasta nuestros días. Nos alerta y prepara para responder ante un peligro real y salir airosos de la situación. Ahora hablaremos del miedo psicológico que no necesariamente se corresponde a una situación real de peligro sino es el resultado de aquello que hemos decidido creernos, nuestras interpretaciones o pensamientos cargados de futuro, donde casi todo es incierto.

Tener cierto grado de temor resulta saludable cuando nos desarrolla sentido de autocuidado y nos previene de situaciones potencialmente peligrosas o no deseadas.  Sin embargo, el miedo pasa a ser una barrera cuando nos detiene y nos impide avanzar en el camino hacia la realización de nuestras metas, cuando se convierte en la limitación mental que nos paraliza y separa de lo que deseamos lograr.

El miedo, como todas nuestras emociones, es el resultado de un pensamiento que hemos decidido creernos, casi siempre sin darnos cuenta. Nuestros pensamientos provocan aquello que sentimos. Como piensas, sientes y como sientes, actúas. El tema es que los pensamientos viajan tan de prisa que muchas veces nos resulta muy difícil reconocer que aquello que sentimos ha sido originado en nuestra mente.

Los pensamientos asociados al miedo suelen estar cargados de pasado o de futuro. En el primer caso, cuando hemos vivido una experiencia traumática en el pasado y nos da temor que esta se pueda repetir. En el segundo caso, cuando el miedo es provocado por pensamientos cargados de futuro, anticipamos posibles escenarios adversos y situaciones no deseadas que pudieran presentarse. En ambos casos se trata de darnos cuenta de que el miedo es la consecuencia de que nuestra mente y nuestros pensamientos no están en el momento presente. Es nuestra mente, atada a pensamientos que temen se repitan experiencias traumáticas del pasado o cargado de incertidumbre sobre situaciones futuras, la que nos provoca el miedo que sentimos.

Es cierto que existen situaciones no deseadas del pasado que se pueden repetir. La posibilidad de que estas ocurran nuevamente está directamente relacionada a si aprendimos o no las lecciones que nos fueron entregadas a través de lo ocurrido. Si aprendiste de la experiencia, si llevas contigo la lección, es muy poco probable que se repita esa situación que no deseas. Pasa a ser asignatura superada y en este nuevo nivel de consciencia, estás mejor preparado para responder asertivamente y evitar que vuelva a ocurrir.

El futuro por definición es incierto, por lo cual resulta crucial desarrollar tolerancia a la incertidumbre. Aprender a vivir con ella como parte de la vida. Para ello es importante practicar mucho y casi todo el tiempo, la confianza en uno mismo y en el proceso de la vida. Se trata de construir la confianza básica que nade de creer en ti. La confianza en uno mismo se construye desde la plena conciencia del “yo puedo”. Existen diferentes modalidades del “yo puedo”: yo puedo solo, yo puedo pedir ayuda, yo puedo delegar, yo puedo aprender. Esta nueva conciencia te permite creer en ti y en lo que percibes, desarrollar habilidades y cualidades que necesitas para responder a lo que pudiera acontecer afuera.

En ambos casos hablamos de traer nuestra atención y nuestra energía al aquí y al ahora. En el momento presente no hay nada que temer. Una vez que somos conscientes de esto, se trata de conectarnos con el presente y practicarlo todas las veces que nos sea posible, en especial cuando sentimos miedo. Para esto hay varias maneras, la más común es poner toda tu atención en la respiración y permanecer allí por un rato, concentrados únicamente en inhalar y exhalar. También puedes realizar cualquier otra actividad que has descubierto te conecta con el aquí y ahora, te permite salir de tu mente y dejar de entregarle tu energía al pensamiento que te provoca el miedo que estas sintiendo.

Existen diferentes tipos de miedo: el miedo al fracaso, el miedo al abandono, el miedo a la pérdida, el miedo a sufrir, miedo al rechazo, miedo a lo desconocido, entre muchos otros. Todos los tipos de miedos se pueden agrupar en dos grandes miedos. El miedo a la muerte, al final, a que algo se termine; y el miedo a la ausencia amor, a no sentirme querido, valorado, reconocido, aceptado. Como casi todos los temas, se trata de una cuestión de conceptos y definiciones.

A lo que llamas muerte o final es también un nuevo comienzo, es inicio y oportunidad. Nada se termina, todo se transforma. La esencia de todo lo que existe es energía y como seguramente escuchaste en alguna clase de física, la energía ni se crea ni se destruye solamente se transforma. La muerte o el final llega porque nos ha sido entregado todo lo que había allí para nosotros. Cuando nos aferramos a lo anterior, entramos en estado de estancamiento, estoy impidiendo que lo nuevo que me trae la vida llegue, estoy saboteando mi evolución y mi desarrollo.

El miedo a la ausencia de amor, que se manifiesta como miedo al abandono, al rechazo, a que no me valoren, a que no me vean, a que no me quieran entre muchas otras y diversas formas, surge del hecho de no estar amándome y aceptándome. Cuanto más me esfuerzo en que tú me ames, menos me estoy amando, menos me tomo en cuenta, más me estoy abandonando y más miedo tengo de que dejes de amarme. Hemos realizado una cesión de poder y como consecuencia, uno comienza a depender del exterior, a necesitar recibir de afuera aquello que dejamos de entregarnos y hacer por nosotros. Nos hemos abandonado, dejamos de estar en la relación con uno mismo, perdimos la conexión interior a nuestro Ser y fuente primaria de amor. El miedo al desamor dejará de existir cuando te tomes en cuenta, cuando seas tú el punto de partida y parte fundamental de ese amor, validación y aceptación que estas buscando afuera. Porque el amor sólo está completo cuando nos incluimos.

En muchas ocasiones el miedo al final y a la ausencia de amor se presentan al mismo tiempo y entrelazado, como las dos caras de una misma moneda. Por ejemplo, en el miedo a perder el trabajo, aparece el miedo a que algo se termine, al final, junto al miedo a la ausencia de amor, manifestada en el ámbito laboral como falta de reconocimiento, valoración o rechazo de mis jefes o la persona que me podría despedir.

Lo más importante es tomar conciencia que somos seres de luz y almas valientes viviendo esta aventura humana. Que nuestra transformación personal para convertirnos en la persona que queremos ser pasa por hacer consciente lo que deseamos cambiar.

Aquello que la vida me ofrece, cuanto acontece en mi vida, es lo que necesito para mi evolución personal hacia un nuevo nivel de conciencia. Incluso en las circunstancias más duras y difíciles, somos capaces de aprender y descubrir quiénes somos y cómo somos. Se trata de darnos permiso para recibir lo que la vida nos entrega cada día. ¿Cuál es el regalo? ¿Cuál es la lección? Asumir cada amanecer como una oportunidad para vivir la mejor versión de uno mismo, para ser mi mejor manifestación. Y dar el siguiente paso para recibir lo que está por venir.

La vida es un camino de amor por y para cada uno de nosotros desde la libertad de elegir nuestra actitud que es lo que crea y define nuestra existencia. Nos otorgamos los permisos de ser y actuar, todos los permisos que el miedo nos quita.  La seguridad proviene de creer en ti, en tus capacidades y recursos interiores, reconociendo que todo lo que sucede tiene un propósito de aprendizaje en tu vida. Tener fe no significa que todo va a ser como yo quiero, si no la certeza de que voy a encontrar la manera de estar bien independientemente de lo que pueda ocurrir allá afuera.

Recordemos que las emociones y sentimientos por sí solos no son ni buenos ni malos, son humanos. Su connotación positiva o negativa deriva del impacto que tienen en nuestro bienestar y nuestra salud, tomando en cuenta si contribuyen a que puedas lograr aquello que deseas en tu vida, o por el contrario son el obstáculo que te lo impide.

Creer en ti hace toda la diferencia en tu vida, esa confianza básica es el pilar sobre el que se construye tu bienestar. El miedo es el síntoma, la consecuencia de una creencia errónea o un pensamiento limitante que lo origina. Para transformarlo, debemos hacer consciente ese pensamiento que lo provoca y cuestionárnoslo. Cada pensamiento es una propuesta y uno decide si se sube o no a ese tren. Porque siempre hay otras opciones, otras propuestas y otras maneras de interpretar lo que acontece. Se trata de parar para responder en lugar de reaccionar. Desde esa pausa se abre un nuevo espacio de conciencia para cambiar aquello que sabotea nuestro bienestar.

Como las nubes en el cielo.

Casi todo el tiempo estamos pensando de manera involuntaria, del mismo modo que respiramos y realizamos muchas otras funciones vitales sin apenas notarlo. Nuestra mente produce pensamientos que nacen, crecen, se acumulan, se repiten y cambian de forma como las nubes en el cielo. Es importante aprender que todos esos pensamientos que generamos de manera espontánea no representan lo que somos y al igual que las nubes en el cielo, no son el cielo. Nuestro Ser, la esencia de lo que somos, en cualquier caso, sería el cielo mas no sus nubes. Los pensamientos forman parte de lo que somos, pero no definen quienes somos.

La mente es un instrumento muy valioso e imprescindible para recorrer el camino de la vida. Y es sólo eso, un instrumento que utilizamos y nos servimos de ella para lograr nuestros propósitos y objetivos en la vida. Su valor reside en que somos nosotros quienes la utilizamos, nos servimos de ella y no a la inversa. Cuando es la mente quien manda, quien lleva el control y determina nuestra vida, entonces le hemos entregado nuestro poder para convertirnos en su subordinado suyo y sufrir las consecuencias. Comenzamos a tener una mente tirana que nos juzga, critica, exige y domina hasta dejarnos agotados y exhaustos.

Hacer consciente nuestros pensamientos nos ayuda a conocer cómo somos y aquellos comportamientos que repetimos en automático, los cuales muchas veces se convierten en saboteadores de nuestro bienestar.

Los pensamientos traen asociados de manera espontánea emociones y muchas veces resulta más fácil reconocer cómo nos sentimos que el pensamiento que lo origina. Podemos constatar y percibir con mayor facilidad las emociones y sentimientos que nos provocan nuestros pensamientos. Se trata de fortalecer nuestro observador interior para poder identificar cuál es el pensamiento que nos produce malestar, inseguridad, tristeza, ansiedad, sorpresa, disgusto, enojo o miedo. ¿Cuáles pensamientos son la causa, los responsables de cómo nos sentimos?

Por lo general, cuando descubrimos que tenemos una marcada tendencia a vivir preocupados o anticipar mentalmente situaciones y escenarios negativos, esto nos provocan inseguridad y ansiedad y lo más probable será que nuestros pensamientos están volcados hacia el futuro. El futuro por definición es incierto porque hay múltiples variables que escapan de nuestro control y otras tantas que son impredecibles. Al vivir angustiados por lo que pueda suceder, esto incrementa la sensación de inseguridad y nos pasamos la mayor parte del nuestras vidas agobiados y rebasados por nuestras angustias y preocupaciones.

Del mismo modo, cuando identificamos que la tristeza es el sentimiento que predomina en nuestro estado de ánimo, es casi seguro que los pensamientos asociados a esta emoción estén anclados en el pasado y por lo general cargados de mucha nostalgia. Llevado de la mano de tus pensamientos, revives de manera inconsciente emociones vinculadas a situaciones anteriores que dejaron en ti la sensación de soledad, carencias, desamparo, abandono y pérdida que experimentaste en el pasado. En esta nueva situación te has enganchado de manera inconsciente al pensamiento que te lleva directa e irremediablemente a sentirte de manera muy similar a lo que sentiste en esas otras experiencias del pasado.

Se trata de darnos cuenta de que detrás de nuestros sentimientos y emociones hay siempre un pensamiento que lo provoca, intentar identificarlo, reconocer cuál es el pensamiento al que nos hemos enganchado para cuestionárnoslos. Podemos preguntarnos: ¿Es esto que estoy pensando cierto? Puedo estar completamente seguro de que es así, ¿Qué es verdad? ¿Qué pasa cuando decido creer este pensamiento? ¿Cómo me sentiría si decido dejar de creer este pensamiento?

Cuando nos identificamos con nuestros pensamientos, sin darnos cuenta pasamos a otorgarle la máxima credibilidad y nos cerramos a otras opciones y posibilidades, nos negamos la oportunidad de considerar otra mirada y otras maneras de interpretar la situación. Al observar nuestros pasamientos podremos darnos cuenta si vivimos aún anclados al pasado y a situaciones de entonces que aún nos producen dolor, nostalgia y tristeza; o si por el contrario estamos viviendo un paso adelante de la vida, volcados hacia el futuro y anticipando escenarios adversos.

La solución inmediata será aprender a centrarnos en el momento presente, poniendo toda nuestra atención en el ahora y desarrollar estrategias personales que nos permitan desconectarnos de aquellos pensamientos vinculados al pasado o al futuro que tienen un impacto emocional negativo en nosotros y seguramente en quienes nos rodean.

Todo lo que sentimos está asociado a un pensamiento que lo origina. Por lo general, la ansiedad es el resultado de pensamientos con exceso de futuro, del mismo modo que la tristeza suele ser producto de pensamientos cargados de pasado. Se trata de hacer consciente que tienes el poder de elegir tus pensamientos. No eres lo que piensas y la calidad de tus pensamientos determina la calidad de tu vida. Usa tu poder. Elige qué pensar.

Como nos lo anticipaba Carl Jung, todo que no hagas consciente seguirá dirigiendo tu vida y lo llamarás destino. Por eso es tan valioso identificar los pensamientos responsables de nuestros estados emocionales para poder hacer consciente todo aquello que nos ayude a implementar estrategias y acciones que nos regresen hacia el camino de la salud y el bienestar. Fortalecer nuestro observador para cuestionar nuestros pensamientos, reconocerlos, saber que están ahí, aceptarlos y dejarlos ir, que sigan su camino… como las nubes en el cielo.

Nota: Las preguntas relacionadas con la práctica de cuestionarnos nuestros pensamientos como método para dejar de identificarnos con ellos y recuperar nuestro bienestar emocional, han sido recreadas a partir de la teoría denominada The Work de Byron Katie en su libro, Loving what is.

Foto: Jorge A. Calderón

¿Por qué sufrimos?

Todo aquello que no somos capaces de aceptar es la principal fuente de nuestro sufrimiento. Nos peleamos con la realidad, ponemos resistencia y comenzamos a pasarla mal. Los hechos por lo general son neutros. Son nuestras interpretaciones a lo que ocurre fuera lo que nos provocan malestar, sufrimiento o insatisfacción. Resulta importante poder separar la interpretación de los hechos, de lo sucedido. No se trata de negar lo que ha sucedido si no de evitar que esto tenga un efecto emocional negativo en nuestro bienestar e impedir que pueda sabotear nuestra felicidad.

El sufrimiento es opcional porque uno tiene el poder de elegir aquello que quiere creer, uno decide a cuál pensamiento se ata y dónde pone su atención. Es cierto que en muchas ocasiones esta decisión es completamente inconsciente por lo que se trata de hacerla consciente, de darnos cuenta para identificar aquel pensamiento que hemos decidido creernos y que nos provoca la emoción que sentimos. Cada emoción que experimentamos es provocada por un pensamiento asociado a esta. Sucede que los pensamientos viajan demasiado rápido y casi nunca solos, por lo que resulta difícil reconocerlos e identificar cuál es el pensamiento específico que nos provoca determinada emoción.

El primer paso para dejar ir a los pensamientos que nos hacen sentir mal es darnos cuenta, reconociendo la historia que nos hemos decidido creer. Hacer consciente el cuento que me cuento. Como historia me refiero a la secuencia de pensamientos asociados a esa situación, persona o relación. Se trata de identificar cuál es el o los pensamientos que decidimos creernos y que nos habla a través de nuestro sufrimiento.

Una vez que hayamos identificado cuál es el pensamiento que nos provoca la emoción que sentimos, la interpretación que asumimos como cierta y qué resulta la causa de nuestro malestar, lo siguiente será comenzar a cuestionarlo: ¿Es esto verdad? ¿Es este pensamiento cierto? ¿Cómo puedo estar completamente segura de que ese pensamiento es cierto? ¿Cómo reacciono, qué pasa cuando creo en ese pensamiento? ¿Cómo me comporto, cómo trato al otro o los otros cuando creo en ese pensamiento? ¿Cómo sería yo sin ese pensamiento? ¿Cómo sería este momento sin ese pensamiento? ¿Dónde quiero poner mi atención? Son algunas de las preguntas que podemos hacernos es este proceso de cuestionarnos aquello que decidimos creer que nos hace daño y por lo cual sufrimos.

Se trata de observar nuestros pensamientos sin identificarnos con ellos, simplemente reconocer aquel o aquellos pensamientos que nos provocan sufrimiento para cuestionarlos, aprender de ellos y dejarlos ir. De este modo ya no tendrán mayor impacto en nuestro bienestar. Es cuando elegimos creemos un pensamiento desfavorable lo que nos lleva a sentirnos mal, es ahí cuando inicia nuestro peregrinar hacia el sufrimiento.

Las expectativas y el apego suelen estar casi siempre asociados a las interpretaciones y pensamientos que generan gran parte de nuestro sufrimiento. Nuestras expectativas representan aquello que nos gustaría, ese ideal que esperamos y deseamos ocurra. Nuestro sufrimiento es directamente proporcional al nivel de nuestras expectativas. Mientras mayor sea el espacio entre nuestra idealización y la realidad, mayor será la cuota de sufrimiento, porque participamos de la vida desde un ideal que evidentemente no coincide con la realidad. Acá es donde resulta imprescindible practicar la aceptación como un proceso activo, para tener un enfoque objetivo y sacar el mejor provecho de la realidad, dejar de pelearnos con ella para encontrar la manera de estar lo mejor posible.

El apego es el resultado de relacionarnos desde la carencia. Intentamos llenar nuestros vacíos desde el exterior. De este modo y sin darnos cuenta, vivimos con el miedo permanente a perder aquello que hemos creído es la fuente de nuestro bienestar. Y acá llegamos al cuento del gato que se muerde la cola porque relacionarnos desde el miedo y la necesidad nos genera dependencia y mayor infelicidad. Todos tenemos vacíos y se trata de aprender a gestionarlos desde nuestro interior, llenándolos de nosotros mismos, reconociendo que tenemos el poder de elegir cómo queremos vivir.

Otras de las maneras más rápidas y efectivas para pasarla mal es compararnos y quejarnos, por la sencilla razón que estamos poniendo nuestra atención en lo que nos falta, en aquello que no está o que se presenta de manera diferente a cómo nos gustaría y deseamos que fuera. Las comparaciones son odiosas e injustas porque casi siempre comparamos el pedacito luminoso y deseable que podemos percibir de los otros, con todo lo que no nos gusta o quisiéramos fuese diferente en nosotros o en nuestra vida. Comparamos peras con manzanas por lo que casi siempre salimos perdiendo. Damos una interpretación equivocada a la realidad y ponemos nuestra atención en aquella parte que no nos satisface, aquella situación o relación que se presenta distinta a como quisiéramos o nos gustaría que fuera.

A su vez, resulta imprescindible aprender a transitar nuestras emociones. Observarnos, reconocerlas, identificar y cuestionar el pensamiento que nos provoca esa emoción, aprender de ella para liberarla, dejarla ir. Las emociones son mensajeros que nos viene a enseñar algo valioso y necesario para nuestra evolución hacia un nuevo nivel de conciencia. Cuando nos damos el permiso de sentir y transitar nuestras emociones, podemos llegar al origen de nuestro sufrimiento, de nuestra herida, para aprender las lecciones de vida importantes para nosotros que están ahí, en nuestro núcleo de sabiduría.

Otra manera rápida y efectiva para dejar de sufrir es conectarnos con el momento presente y comenzar a agradecer por todo lo que forma parte de nuestra vida. En el momento que ponemos toda nuestra atención en el ahora y en la gratitud, nos conectamos a nuestra esencia, entramos en un espacio interior de paz que nos produce bienestar. Todos los pensamientos, emociones y acciones que surjan desde este estado, tendrán un efecto positivo, nos conducirán a un mayor nivel de conciencia y de autoconocimiento en el camino hacia nuestro crecimiento personal.

En lo profundo de nuestras heridas se encuentran las lecciones que necesitamos aprender, el espacio de conciencia y la energía que requerimos para seguir avanzando en el camino de la vida. Todos podemos practicar la pausa para transitar nuestras emociones. El sufrimiento sólo habita en nosotros cuando no nos cuestionamos aquello que decidimos creernos y que nos hace daño. Son las interpretaciones desfavorables que damos a lo que ocurre en nuestro entorno lo que origina la emoción que experimentamos. Se trata de identificar aquel pensamiento que nos provoca sufrimiento para cuestionarlo y aprender la lección que nos viene a enseñar, para crecer y sanar desde adentro. Para dejarlo ir…como a las nubes en el cielo.

La vida que tú elijas.

Nuestras acciones son el puente que conectan nuestros sueños con la realidad. Es a través de aquello que hacemos que podemos realizar y vivir lo que deseamos en esta vida y en este mundo. Nuestras acciones definen el camino para llegar a donde queremos estar en cuerpo y alma.  Cualquiera que sea la meta en tu vida, llegarás allí a través de lo que hagas en el momento presente.  Son tus acciones las que te llevaran a lograr aquello que deseas.  Cuando digo acciones, considero un muy amplio espectro de estas que va desde el Hacer más concreto y físico, hasta el Ser más introspectivo y espiritual. Tus acciones estarán dirigidas hacia aquellos espacios en ti y de tu vida en los que quieras crecer, cambiar, avanzar, aprender y compartir. Para encontrar el deseado equilibrio entre Ser y Hacer.

Tus pensamientos son muy importantes porque constituyen el detonador de tus acciones y los responsables directos de cada una de tus emociones y tu proceder. Detrás de cada emoción hay un pensamiento que la provoca, sólo que estos viajan tan de prisa y son tan poco explícitos, que nos cuesta trabajo reconocerlos e identificarlos. Los pensamientos juegan un papel fundamental en la realidad que nos creamos; escoge los buenos, los mejores, aquellos que te permitan avanzar en la dirección que elijas, para alcanzar y realizar aquello que deseas lograr en tu vida. Los pensamientos condicionan nuestra actitud para recorrer el camino de la vida, rigen nuestro sentir y nuestra conducta en cada situación. Recuerda que la calidad de tus pensamientos determina la calidad de tu vida.

Del mismo modo que el camino más corto hacia la felicidad es la gratitud, el camino más corto y directo para sentirnos muy infelices es quejarnos, compararnos y asumir el papel de víctima de las circunstancias y/o con los que nos rodean. En realidad, las cosas no “te” pasan, las cosas pasan, uno decide cómo interpretarlo y a partir de ahí eliges tu respuesta, cómo te vas a relacionar con lo sucedido. Las situaciones se nos presentan como una escuela para nuestro aprendizaje y crecimiento personal, para que salga a la luz lo mejor de nosotros mismos. Para superar asignaturas pendientes en el camino de la vida. Nos ofrecen la oportunidad de reconocer y utilizar todos nuestros talentos, capacidades y recursos interiores para encontrar soluciones y lograr lo que deseamos.

Se trata de darse cuenta, para cambiar la actitud de juzgar, quejarnos y compararnos por la de aprender de la situación, de la relación, de las personas y de nuestras circunstancias. Dejar de lamentarnos y encontrar otra manera de mirar la realidad para aprender de ella, para quedarnos con lo más valioso detrás de cada experiencia: la lección que nos regala.

Nuestra vida se construye en base a las decisiones que hemos ido tomando a lo largo del camino. Porque siempre elegimos, aun cuando no lo hacemos también estamos eligiendo. Es cierto que no todas nuestras decisiones son o han sido conscientes y que no haya sido no significa que no pueda ser. Se trata de hacer del proceso de toma de decisiones un acto consciente para regresar a ti el poder de elegir tus respuestas y tu actitud, la manera en que te relacionas con la realidad. Para dejar de reaccionar y comenzar a responder practicando la pausa, ese espacio de sabiduría que media entre lo que ocurre afuera y cómo respondemos.

Aquello que no queremos aceptar es nuestra principal causa de sufrimiento. Aceptar la realidad no significa resignarse. Resignarse es una actitud conformista y pasiva que alimenta el resentimiento y la desesperanza. La aceptación es dejar de pelearnos con la realidad para sacar el mejor provecho de la situación incluso cuando no estemos de acuerdo, ni aprobemos lo sucedido. Es la capacidad de aprender de la experiencia, la relación y tus circunstancias para evolucionar hacia un nuevo nivel de conciencia e implica un arduo trabajo personal, de mucha voluntad y compromiso con nuestro bienestar. Lo más fácil es resignarse pues es un acto pasivo que no representa ningún esfuerzo, me victimizo o busco culpables afuera o las dos cosas; mientras que la aceptación implica asumir nuestra responsabilidad para desarrollar la resiliencia, aprender, crecer y sacar el mejor provecho de la realidad.

Resulta decisivo para crear nuestra mejor experiencia de vida, conectarse con uno mismo adentro, con ese espacio de paz, luz y amor dentro de ti, tu esencia, tu verdadera naturaleza que además te vincula con aquello en lo que crees.  En tu Ser se encuentra la esencia de vida y energía que unifica y conecta a todo lo que existe en el universo.  Esa conexión profunda e interior con nuestro centro y esencia, será lo que nos permita trascender para formar parte de todo, para vivir y actuar desde tu verdadero Ser de paz, amor, luz y sabiduría. Para crear la vida que tú elijas.

Dejar de pedir peras al olmo.

Existen diversos estudios, libros, conferencias, pruebas de campo, artículos especializados que avalan y fundamentan las diferencias físicas, neurológicas y bioquímicas entre hombres y mujeres. Conocer nuestras diferencias nos ayuda a acercarnos y comprendernos, con el propósito de entendernos sin juzgar, aceptar la realidad y dejar de esperar del otro aquello que sencillamente no puede ser o entregar. Se trata de evitar interpretar lo que sucede como algo personal y comprender que sencillamente el otro es así. Dejar de pedir peras al olmo para construir y compartir todo aquello que si es posible en nuestras relaciones. Porque de la mano de nuestras expectativas casi siempre llega la desilusión, por lo que resulta muy recomendable tener expectativas un poco más realistas para ser un poco más felices.

Hace un tiempo llegó a mi uno de esos libros donde tan bien se explica y fundamentan las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a su estructura cerebral y su manera de interpretar la realidad, lo cual condiciona su comportamiento. En este libro se plantea que hombres y mujeres tenemos diferencias neurofisiológicas y bioquímica, es decir, diferentes conexiones neuronales, actividad cerebral y composición hormonal. Estas diferencias son innegables y de muchas maneras determinan porque hombres y mujeres pensamos, sentimos y nos comportamos de manera diferente. Del mismo modo, considero imprescindible para cualquier análisis tomar en cuenta los tipos de personalidad y no únicamente la diferencia entre lo femenino o masculino, en aras de evitar darle un enfoque eminentemente sexista y simplista al tema.

Según lo explicado en este libro, lo masculino se maneja en la vida en función a objetivos y lo femenino se enfoca en el proceso. Un mismo hecho lo masculino lo entiende y aborda como un objetivo a cumplir y lo femenino como un proceso a vivir, tomando la experiencia momento por momento en el trayecto. Incorporando este criterio a los diferentes tipos de personalidad, mi manera de entenderlo y compartirlo sería que hay tipos de personalidad que viven la vida y cuanto acontece en ella como objetivos a cumplir y otras como procesos a transitar. Los primeros están enfocados hacia la meta y los segundos le dan más importancia al trayecto.

Esta manera de considerar la experiencia de vida como objetivo específico y concreto a cumplir, está ligada a la necesidad de sentir que avanzas en la vida, lograr metas y aquello que te propones. Las acciones están orientadas al resultado y encontrar soluciones, suele estar vinculado a la mentalidad de hacer. Las metas constituyen la principal fuente de motivación y encuentran gran satisfacción cuando logran poner la palomita de hecho o cumplido. El objetivo a cumplir es casi siempre más importante que el trayecto o proceso. Su mirada está puesta en el resultado.

Por su parte, los tipos de personalidad que viven y entienden la vida y sus situaciones como un proceso, la satisfacción y motivación suele estar vinculada a ser, vivir y sentir cada momento del camino, en lugar de lograr algo en específico, llegar a alguna meta o destino predeterminado. Vive la experiencia del trayecto, el proceso es tan importante como la meta a alcanzar.

Sucede también que las personalidades orientadas a metas y objetivos suelen tener su mente dividida en gavetas o cajones que se corresponden con cada rol o actividad que desempeñan en su vida. Su mente está compartimentada y sólo son capaces de abrir un cajón a la vez.  Cada gaveta se corresponde con un rol o área de su vida, por ejemplo: trabajo, esposo, padre, amigo, hijo, sobrino, pareja, tiempo libre, tele, hobby, deporte etc.

Por su parte, los tipos de personalidad que viven enfocadas al proceso suelen estar muy integradas, es decir, son todo el tiempo y a la vez, todos aquellos roles que desempeñan en su vida, por lo que cada área de su vida se encuentra interconectada.  Es por esto que determinado nivel de insatisfacción o infelicidad en un área de su vida influye y repercute de manera significativa en las demás.

Lo más importante será encontrar el equilibro en aras de nuestro bienestar y la armonía en nuestras relaciones, para acercarnos y comprendernos. De este modo, las personalidades en extremo compartimentadas deberán avanzar hacia la integración e interrelación de roles, afectos y áreas en su vida para incorporar y considerar a los otros, poder abrir más de una gaveta a la vez. Se trata de aprender a vincular los afectos, emociones y personas en las diferentes áreas de su vida. Del mismo modo que las personalidades completamente integradas, aprenderán a separar aquellas áreas de su vida que si funcionan y donde están bien, sin dejarse arrastrar y abatir por aquella única área en su vida donde experimenta un bajo nivel de satisfacción. Poder mirar lo que si funciona y está bien en nuestra vida y agradecerlo. Porque la gratitud es uno de los caminos más cortos hacia la felicidad.

De la diferencia entre los tipos de personalidades orientadas a objetivos y de estructura mental compartimentada y por el otro lado, aquellas centradas en el proceso e integradas, se desprenden una serie de actitudes y comportamientos muy diferenciados.  Todo lo cual suele ocurrir de manera casi siempre inconsciente.

El tipo de personalidad orientada a objetivos satisface la necesidad de sentir que avanza en la vida marcando como cumplido aquello que logra, olvida con facilidad porque vive la situación, marca “checked” y da vuelta a la página.  Por lo mismo, no suele disculparse ni sentirse culpable porque olvida para sentir que avanza, termina las discusiones antes, supera el tema y continúa hacia adelante. Necesita desprenderse para avanzar. Tiene la capacidad de separar las diferentes áreas de su vida y encontrar satisfacción en cada una de ellas por separado. Por lo mismo tienden a ser mono-focales y concretos, se concentra en una cosa a la vez.  Suelen ser mucho más visuales, reciben y procesan la información del mundo a través de aquello que ven.  En el tema felicidad suelen internalizarlo y son felices en la medida que logran aquellos objetivos que se proponen.

Este tipo de personalidad deberá aprender a dedicar tiempo y atención a aquellos a quienes ama, cuidar sus afectos y relaciones, estando presente y compartiendo lo que sienten.

Por su parte, las personalidades orientadas al proceso, como ya hemos mencionado, viven de manera completamente integrada todas las áreas y actividades de su vida. Son al mismo tiempo madres, esposas, profesionales, hijas, amigas, pareja, ama de casa, etc. Este tipo de personalidad por lo mismo de estar emocional y mentalmente centrada en el proceso suele se retentiva, no olvida con facilidad, se queda atada al problema y queda la huella profunda en su interior. Su tarea es aprender a soltar aquello que le hace sentir mal. Desprenderse del principio de sentirse necesitada y reconocida que moviliza su conducta y por lo cual suele hacerse cargo de casi todo y todos a su alrededor. Tiende a externalizar su idea de la felicidad, su bienestar depende de que las personas que están a su alrededor estén bien, por eso suele ocuparse de los otros y del bienestar de los otros de manera natural y espontánea. Esto con la contraparte de que entonces su infelicidad también depende de los otros o de lo que ocurra fuera. En gran medida depende del exterior y de los otros para sentirse bien.

Este tipo de personalidad orientada al proceso recibe la información del mundo de manera auditiva y a través de sus sensaciones…. siente y escucha. De ahí surge la intuición, la sabiduría interior, la visión de los ciegos que pueden percibir realidades por aumento de la sensibilidad. Por eso tiene tanta importancia para este tipo de personalidad la comunicación como pilar del proceso.

Se trata de poder ver y entender que si tu pareja tiene su mente dividida en gavetas, evita meterte en el cajón que no te corresponde, donde no te podrá entregar la atención que deseas, para de este modo dejar engancharte e interpretar su actitud como desamor, desatención o rechazo.  El típico ejemplo de que llamas a tu esposo al trabajo y él va directo al asunto, siendo poco cariñoso o atento. En ese momento él está en la gaveta con la etiqueta “Trabajo”, por lo que todo lo demás que intente introducirse en este cajón, al cual no pertenecen, recibirá muy bajo nivel de atención. Una vez que entiendes esto es muy probable que dejes de interpretar este evento de manera personal y por lo mismo dejará de afectarte.

Antes de terminar voy a detenerme un instante para aclarar que no pretendo realizar un análisis categórico sobre las diferencias entre hombres y mujeres. A la vez, no es menos cierto que por su estructura neurofisiológica y modelo mental, resulta mucho más común identificar en lo masculino el tipo de personalidad orientada a objetivos y mentalidad compartimentada; y en lo femenino, la personalidad orientada a procesos e integrada en todos sus roles. Que la mayoría de los hombres se comporten de cierta manera y la mayoría de las mujeres de otra, no significa que todos los hombres sean iguales y suceda otro tanto de lo mismo entre las mujeres. Las generalizaciones siempre son injustas.

A su vez y para enriquecer el análisis, los tipos de personalidad son dinámicos por lo que oscilan en diferentes niveles de salud o bienestar psicológico y emocional a lo largo del día y en las distintas etapas de la vida. Cada tipo de personalidad podrá encontrarse en su estado más extremo donde todos sus rasgos se acentúan, o por el contrario acercarse al punto de encuentro con el otro tipo de personalidad, moviéndose hacia el equilibrio.

Se trata de entender que una relación siempre es un proceso y nunca es un objetivo cumplido. El camino es el destino, para mantenernos enamorados y viviendo desde el amor toda la vida.