Qué es la espiritualidad?

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Cuando me preguntan qué es para mí la espiritualidad, la respuesta se me presenta en una palabra: conexión.

La espiritualidad es ese vínculo interior que descubrimos y vivimos con uno mismo, con los otros, en nuestro entorno y con aquello en lo que crees; llámese la fuente, Dios, inteligencia divina, poder supremo entre muchas otras y variadas denominaciones.

Representa la conexión interior, profunda e infinita que trasciende al mundo de las formas y la apariencia, que nos conecta a la esencia de lo que somos y todo lo que existe. Una vez constatada nuestra experiencia en el mundo material, nuestra sabiduría interior logra traspasar esta dimensión física, reconociendo una esencia común que nos permite vivir la experiencia del mundo espiritual, unidos en la esencia de todo lo que existe. Es por ello que nada se termina y todo se transforma. Del mismo modo que todo cambia en el mundo material y la dimensión física de la existencia; en la dimensión espiritual de la vida todo es eterno y para siempre, porque la esencia es permanente e infinita.

Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Se trata de creer para poderlo ver. Se mira con los ojos pero se ve con el alma. Esto es la espiritualidad. Reconocer y vivir nuestra esencia divina. Encuentra tu luz interior que te conecta a la fuente infinita de amor, paz, sabiduría y energía, para que puedas verte, a ti y a los otros, para recorrer desde la luminosidad este camino de aprendizaje llamado vida.

Una vez que descubres este vínculo interior con tu Ser y esencia, cambia la manera en que percibes todo lo que te rodea y cuanto acontece, estrenas lentes nuevos para mirar la vida, te reconoces en otra forma de pensar y sentir. Como resultado de esta evolución hacia otro nivel de conciencia, se modifica para bien nuestro comportamiento. Y bajo la nueva luz de la existencia, creas tu experiencia de vida desde el vínculo con tu esencia que representa la extensión de la fuente espiritual, desde donde tu verdadera naturaleza nace, se nutre y vive.

Primero lo primero: dos enfoques al inicio de una relación de pareja.

Casi todos tenemos un ideal amoroso, seamos conscientes del mismo o no. Este ideal amoroso está relacionado a nuestro concepto del amor que se conformó durante la infancia a través de la relación que tuvimos con nuestros pilares afectivos y en especial con la figura materna. A partir del tipo de relación que tuvimos con nuestra madre, conformamos nuestra idea de qué es el amor y luego como adulto actuamos basado en esto que creemos.

La importancia de ser conscientes de nuestro ideal amoroso es evitar que el inconsciente mande en nuestra decisión de pareja.  De este modo, nos asumimos protagonistas para decidir desde un nuevo espacio de conciencia cómo, cuándo y con quién participar en el área de pareja. Ejercemos así nuestra libertad y derecho a ser, decidir y actuar tomando en cuenta cómo queremos que sea la persona con la que deseamos formar una pareja.

Este ideal amoroso expresa cómo somos y lo que queremos, cuáles son nuestras necesidades y todo aquello que nos gustaría vivir, sentir, experimentar en nuestra relación de pareja. Una relación es un acuerdo de convivencia, un espacio para crecer y compartir.

En la etapa inicial de una relación amorosa, suelen aparecer dos maneras de abordar la misma. La primera es considerar desde el primer instante que esa persona será con quien realizaremos nuestro ideal amoroso, y la segunda es tomarnos el tiempo que sea necesario para conocer al otro y de este modo saber si es o no, la persona con quien será posible realizar nuestra idea del amor.

En el primer caso iniciamos la relación idealizando casi por completo al otro y a la relación, ponemos casi toda nuestra atención en realizar nuestro ideal amoroso sin alcanzar a ver a la persona real con la cual estamos participando de la relación. Suele ocurrir que por más energía que le entregamos a nuestra idealización, la realidad termina por imponerse. Y es en ese momento cuando nos damos cuenta de que nos encontramos a mitad de camino entre la relación que deseamos tener y la relación que en realidad tenemos.

La distancia y espacio entre nuestro ideal amoroso y la realidad se llena de tristeza e insatisfacción, sin darnos cuenta comenzamos a pelearnos con la realidad, a intentar cambiar al otro y a aquello que no depende de nosotros, porque cada uno se relaciona a través de la persona que es. Las personas cambian, pero nadie cambia por otro, para cambiar hay que querer cambiar y esa es una decisión que sólo puede tomar uno mismo, de manera personal e intransferible. Una relación es de dos y sin importar cuánto te desvivas, si la otra parte no está presente en la relación desde la voluntad y el deseo genuino de construir y cultivar el vínculo, es muy difícil que la relación se mantenga porque ningún puente se sostiene de un sólo lado.

Cuando comenzamos nuestra relación desde la idealización, intentando contra viento y marea realizar nuestro ideal amoroso sin conocer al otro, nos adentramos sin darnos cuenta en un espiral descendente de desilusión y frustraciones cada vez que el otro desde su real y a través de sus acciones o por la falta de estas, se distancia de nuestro ideal amoroso. Esta separación entre la relación que quiero tener, lo que es importante para mí vivir en ella y la relación real en la que estoy, es fuente de muchas insatisfacciones y sufrimiento.

La causa de nuestro sufrimiento está en aquello que no queremos aceptar. Una vez que asumimos la realidad tal y cómo es, nos encontramos hasta la encomiable labor de transformarnos nosotros mismos.

La segunda manera de iniciar la relación de pareja es comenzar la misma regalándonos todo el tiempo que sea necesario para conocer al otro, para saber cómo es, observando y relacionándonos con la persona real. Primero te conozco y después decido si eres o no, la persona con quien quiero construir mi relación de pareja. Conocer a una persona es un proceso y lleva tiempo. Las personas se conocen por sus acciones y los otros casi siempre nos dicen cómo son. Se trata de detenernos a observar y escuchar, con el deseo genuino de ver la realidad, para en base a esto saber si con esta persona es posible realizar mi ideal amoroso, crear la relación que quiero.

Cada uno podrá hacer un recorrido por su historia sentimental y reconocer cuál de las dos maneras de iniciar una relación de pareja hemos experimientado y a partir de ahora ser consciente de qué queremos y qué podemos hacer para conseguirlo. Comenzar por el principio significa darnos tiempo para conocer al otro. Para eso son los primeros dos años de una relación, para conocerse y saber si es esta  la persona con la que será posible construir el vínculo de amor que deseo en mi relación de pareja.

Darse cuenta es el primer paso para cambiar. Tomando en cuenta esa frase tan sabia que nos recuerda, no esperes resultados diferentes si sigues haciendo lo mismo. Es ahora el momento para ser consciente si decidimos realizar nuestro ideal amoroso desde el instante primero en que nos sentimos atraídos por alguien, o por el contrario te regalas el tiempo que consideres necesario para conocer al otro. Sólo entonces sabrás si es posible o no realizar tu ideal amoroso con esa persona. A esta conclusión se llega de manera progresiva y representa la evolución natural de una relación.

Ligas y Olas.

Esta historia comienza hace miles de años. Cuenta la leyenda que los hombre venían de Martes y las mujeres de Venus. Un buen día, hombres y mujeres fueron enviados a la Tierra. Después de haber transcurrido todos esos miles de años y como era de esperar, ambos olvidaron su origen pero aún pueden reconocer que son diferentes. Con esta introducción de novela fantástica y mitología planetaria, presentó su libro al mundo hace algunos años un reconocido psicoterapeuta quien basó su teoría en todos los estudios de caso que tuvo la oportunidad de conocer en su consultorio, a través de su experiencia ejerciendo como terapeuta para parejas durante casi toda su carrera profesional.

Como todo aquello que decidimos creer pasa a ser cierto, quiero tomar esta referencia como punto de partida para reconocer las diferencias entre hombre y mujeres, las cuales han sido muy comentadas, avaladas y expuestas en trabajos de todo tipo e investigaciones científicas basadas en estudios neurológicos, estructura del cerebro, conexiones neuronales, composición hormonal y bioquímica que determina las razones por las cuales hombre y mujeres, piensan, sienten, actúan y tienen necesidades diferentes.

Las generalizaciones son injustas porque ponemos a todos en el mismo saco, por eso aunque estas diferencias de género están fundamentadas en estudios de campo, información científica y investigaciones académicas, me gusta dejar un margen a la posibilidad a que no sea siempre así para todos. Estas características expresan de manera general algunas diferencias, lo cual no significa que todos los hombres sean de una manera y todas las mujeres de otra. Algo similar a la estatura de las personas, en promedio la estatura del hombre es superior a la de la mujer, lo cual no significa que todos los hombres sean más altos que las mujeres, porque sabemos que existen mujeres más altas que muchos hombres.

Cada quien podrá reconocer y sentir desde su intuición que tanto de todo esto sobre las diferencias entre hombres y mujeres es cierto, según aquello que resuene dentro de si mismo con su verdad interior y considere válido según su experiencia personal.

Resulta que los hombre son como ligas, en determinadas situaciones y etapas de su vida se alejan de su pareja para experimentar la sensación de libertad que necesitan y para solucionar de manera individual aquel proceso personal que están viviendo en su interior, a veces de manera consiente y otras no. Los hombres buscan ser queridos y aceptados por sus habilidades y estos espacios en solitario les permiten reasegurar, confirmar y fortalecer sus habilidades y capacidades, aquello por lo que quieren ser reconocidos y valorados.

Por su parte, las mujeres son como olas, subimos y bajamos, oscilando en el amplio espectro de los estados emocionales posibles, desde los más luminosos, elevados y positivos hasta aquellos más profundos de dolor, soledad y tristeza. Las mujeres buscan ser queridas por sus sentimientos, por lo que poder expresar y compartir sus sentimientos, es un tema fundamental en su vida de pareja, necesitan ser escuchadas.

Y es así como se establece una dinámica en las relaciones en la cual los hombres manejan la distancia como ligas que se acercan y se alejan, mientras las mujeres suben y bajan en sus estados emocionales como las olas y la marea.

Como parte de esta diferencia, es muy común que cuando se presenta una situación especifica, los hombres lo interpretan como problema a solucionar y las mujeres como un espacio donde poder expresar lo que sienten, donde ser escuchadas como muestra de validación de sus sentimientos y su proceso emocional. Ellos que se identifican con sus habilidades y capacidades, entre estas la de solucionar los problemas, quieren que la conversación sea concreta y enfocada algo en especifico, orientada a solución. Ellas no esperan llegar a ningún otro lugar ni solución, únicamente necesitan ese espacio donde se sienten escuchadas y validados sus sentimientos y estados emocionales, el reconocimientos a lo que están sintiendo. Cada grupo busca ser reconocido de manera diferente.

En esas etapas que los hombre se apartan de la relación para solucionar sus temas o vivir experiencias necesarias para ellos, les molesta la compañía expresada en ayuda o asistencia por parte de su pareja. Quieren estar solos. Las mujeres por el contrario cuando se encuentran en la parte baja de la ola es cuando más necesitan de compañía. La compañía en esta etapa representa el apoyo y la presencia que la mujer desea sentir de su pareja. Ellas no necesitan soluciones porque no ven la situación como un problema si no como un espacio donde compartir y expresar lo que sienten.

Una vez reconocida e identificada esta diferencia en cuanto a cercanías, distancias y oscilaciones es importante que ambos dejen de tomar estas etapas de manera personal. En realidad lo que esta ocurriendo no necesariamente tiene que ver con el otro, si no con lo está viviendo y necesitando cada miembro de la pareja en su interior, en su proceso individual.

Es así que cuando la mujer está en la parte baja de la ola y necesita sentir la presencia, atención y apoyo de su pareja, este en su experiencia como liga interpreta que ella necesita su espacio y su tiempo para estar sola, vivir su proceso por separado y encontrar sus respuestas. Esta lectura basada en la óptica masculina de alejarse genera un sentimiento de soledad y debilita en la mujer la conexión con su pareja, lo cual conduce a que ella se hunda aún más en su estado.

Por su parte, cuando el hombre se aleja para vivir esta etapa en solitario, reasegurar sus habilidades y encontrar soluciones, la mujer en su experiencia de ola intenta acompañarlo, estar más presente, busca que este se comunique, cuente lo que le ocurre para asistirlo en su proceso, lo cual es justamente lo opuesto a lo que el otro necesita, pues se siente invadido en su espacio, coartado en su libertad y puesta en duda su capacidad y habilidades para solucionar cualquiera que sea su tema.

En estas situaciones, la mujer deberá entregar el espacio y el tiempo que el hombre necesita en esa etapa. Lo que normalmente sucede es que una vez que la liga se estiró hasta donde lo necesitaba, regresará a su estado anterior como si nada hubiese sucedido, siendo el mismo de siempre y comportándose de igual manera.

El hombre por su lado deberá darse cuenta cuando su pareja está en la parte baja de la ola para procurarle el apoyo y la compañía que ella necesita, sin darle soluciones ni animarla, pues esto de alguna manera invalida su proceso y demerita su estado emocional, ella sólo necesita ser escuchada para sentirse acompañada. De este modo que el hombre comprenda cuando su pareja está viviendo un proceso interior de esclarecimiento y reacomodo emocional para evitar tomarlo de manera personal y dejar de sentirse criticado o señalado.

Se trata de reconocer las diferencias para tenerlas en cuenta en aras de comprendernos mejor en nuestra relación de pareja. Construir el vínculo poniendo nuestra atención en lo que ocurre dentro y fuera de nosotros, en el otro, para poder vernos y escucharnos, entender cómo somos. Para de este modo crear ese espacio de conexión y encuentro donde la relación que deseamos vivir sea posible.

Para dejar de triangular.

El universo de nuestras relaciones afectivas incluye a todas aquellas personas con las que interactuamos en esta área de nuestra vida. Para construir el vínculo en cualquier relación, lo más saludable será que la misma se establezcan entre las dos partes que la conforman, manteniendo una interacción y comunicación “uno a uno”, de manera bidireccional y tratando de evitar intermediarios. La relación directa, evitando incluir a un tercero que intervenga para bien, ayudándonos a construir el vínculo o para mal, acrecentando la distancia; permite establecer una relación real con el otro y de este modo impedir las distorsiones propias de las fallas de comunicación que afectan a cualquier relación.
Es por ello que estar en la posición de mediadores, será casi siempre el peor lugar para participar en una relación. Se trata de evitar ponernos o dejar que otros nos pongan en el medio porque ya bastante complicada y deficiente resulta a veces la comunicación entre dos, como para además incluir a un tercero que reciba, intérprete y transmita, añadiendo al entuerto su visión muy particular y agregando interferencias a la relación.
Algunos de nosotros nos hemos visto en la penosa situación de encontrarnos mediando en las relaciones de otros y lidiando con la carga emocional que representa estar en el medio. Nos pasa con frecuencia a la madres cuando somos las mediadoras en la dinámica familiar entre los hijos con sus padres y viceversa. Para no favorecer a la figura de la madre en detrimento de la paterna y en aras de ser justos, pongámoslo mejor de este modo: cuando uno de los padres es el pivote sobre el cual se articula la relación padres-hijos. Esta parte en la cual se triangula la relación, se ve actuando muchas veces de manera inconsciente las expectativas, las creencias sobre la manera de educar, las insatisfacciones y malestar de la pareja con relación a las actitudes y comportamiento de los hijos, convirtiéndose en la parte activa de la relación para lograr la convivencia familiar armónica, intentando la contención de unos y otros a la hora de solucionar conflictos, sirviendo de canal de comunicación de los hijos hacia el padre/madre, a veces como depósito para unos y otros, intentando enmendar y componer las situaciones, problemas y malos entendidos o como rompeolas cuando las emociones se desbordan de uno u otro lado.
Si nos detenemos a reflexionar sobre nuestras relaciones en las diferentes etapas de la vida, casi todos encontraremos ejemplos cercanos en nuestra historia personal donde hemos ocupado la difícil posición de estar en el medio. Nos sucede a veces cuando somos el eslabón que mantiene la relación con la familia política, cuando mediamos en la relación entre alguna amiga y su pareja, en especial cuando uno es más joven y busca el apoyo de las amigas o amigos para acercarse a aquel chico o chica que nos gusta. Nos hemos visto otra vez colocados en el medio armonizando diferencias, a veces en la relación de nuestros padres, entre hermanos, entre amigos y así, una larga lista de situaciones que se prestan para estar en la desafortunada posición que nos coloca en el medio, triangulando, actuando como pivote en las relación de los otros y viviendo las consecuencias.
Se trata de estar atentos y muy despiertos para darnos cuenta cuando nos hemos o nos han colocando en el medio en las relaciones de otros, para decidir si queremos o no estar en esa posición, para salirnos de este lugar lo antes posible si así lo deseamos y regresar de este modo la responsabilidad de la relación a sus miembros, para que ambas partes se comuniquen y construyan el vínculo sobre la base de quién es, cómo es y qué tipo de relación desean construir.
Para reconocer si estamos en el medio de una relación, basta con que evaluemos nuestro grado de participación en la misma. Si tenemos la sensación de que la relación se mantiene en gran medida gracias a nuestra presencia en ella, podemos tomar distancia, dejar de actuar como pivote, permitir que este espacio que se libera sea ocupado y asumido por las otras dos partes de la relación y pasar a tener un papel menos activo en la misma. De este modo, estaremos haciendo prueba de realidad para conocer que tan cierta es esta percepción de ser los mediadores de la relación. Si cuando dejamos de participar como terceros en la relación, notamos que existe un impacto en la calidad y mantenimiento de la misma, esto será un buen indicador de que es muy probable que nos hayamos colocado en el medio aún sin notarlo, será el momento de decidir cómo queremos que sea nuestra participación en la relación y qué lugar deseamos ocupar. Lo más importante en este caso y para cualquier relación será que tú decidas el grado de responsabilidad, participación y lugar que deseas asumir en la dinámica de la misma.
La manera más sana de participar en todas nuestras relaciones será lograr que estas se establezcan y funcionen entre dos, de ida y vuelta, bidireccional y sin involucrar ni incluir intermediarios. Este tercero irremediablemente ocupará el difícil y poco grato lugar de estar en el medio, donde casi seguro le tocara vivir y actuar mucho de los conflictos y malentendidos que se generan en la dinámica de la relación, cuando las otras partes no son capaces de comunicarse y establecer un vínculo sano. Una relación será siempre responsabilidad de sus miembros y son ellos, ambas partes, quienes deberán vivir y solucionar todo lo que acontece dentro del marco en que esta se ha creado.
Pongamos nuestra atención en reconocer el lugar que ocupamos en nuestras relaciones afectivas para decidir cómo deseamos sea nuestra participación en la misma. Fortalecer nuestro observador para decidir cómo deseamos construir y mantener el vínculo, al menos en la parte que nos toca. Se trata de ser y estar conscientes de lo que queremos en nuestras relaciones afectivas y cómo deseamos que estas sean, para actuar en consecuencia.

La vida que tú elijas.

Nuestras acciones son el puente que conectan nuestros sueños con la realidad. Es a través de aquello que hacemos que podemos realizar y vivir lo que deseamos en esta vida y en este mundo. Nuestras acciones definen el camino para llegar a donde queremos estar en cuerpo y alma.  Cualquiera que sea la meta en tu vida, llegarás allí a través de lo que hagas en el momento presente.  Son tus acciones las que te llevaran a lograr aquello que deseas.  Cuando digo acciones, considero un muy amplio espectro de estas que va desde el Hacer más concreto y físico, hasta el Ser más introspectivo y espiritual. Tus acciones estarán dirigidas hacia aquellos espacios en ti y de tu vida en los que quieras crecer, cambiar, avanzar, aprender y compartir. Para encontrar el deseado equilibrio entre Ser y Hacer.

Tus pensamientos son muy importantes porque constituyen el detonador de tus acciones y los responsables directos de cada una de tus emociones y tu proceder. Detrás de cada emoción hay un pensamiento que la provoca, sólo que estos viajan tan de prisa y son tan poco explícitos, que nos cuesta trabajo reconocerlos e identificarlos. Los pensamientos juegan un papel fundamental en la realidad que nos creamos; escoge los buenos, los mejores, aquellos que te permitan avanzar en la dirección que elijas, para alcanzar y realizar aquello que deseas lograr en tu vida. Los pensamientos condicionan nuestra actitud para recorrer el camino de la vida, rigen nuestro sentir y nuestra conducta en cada situación. Recuerda que la calidad de tus pensamientos determina la calidad de tu vida.

Del mismo modo que el camino más corto hacia la felicidad es la gratitud, el camino más corto y directo para sentirnos muy infelices es quejarnos, compararnos y asumir el papel de víctima de las circunstancias y/o con los que nos rodean. En realidad, las cosas no “te” pasan, las cosas pasan, uno decide cómo interpretarlo y a partir de ahí eliges tu respuesta, cómo te vas a relacionar con lo sucedido. Las situaciones se nos presentan como una escuela para nuestro aprendizaje y crecimiento personal, para que salga a la luz lo mejor de nosotros mismos. Para superar asignaturas pendientes en el camino de la vida. Nos ofrecen la oportunidad de reconocer y utilizar todos nuestros talentos, capacidades y recursos interiores para encontrar soluciones y lograr lo que deseamos.

Se trata de darse cuenta, para cambiar la actitud de juzgar, quejarnos y compararnos por la de aprender de la situación, de la relación, de las personas y de nuestras circunstancias. Dejar de lamentarnos y encontrar otra manera de mirar la realidad para aprender de ella, para quedarnos con lo más valioso detrás de cada experiencia: la lección que nos regala.

Nuestra vida se construye en base a las decisiones que hemos ido tomando a lo largo del camino. Porque siempre elegimos, aun cuando no lo hacemos también estamos eligiendo. Es cierto que no todas nuestras decisiones son o han sido conscientes y que no haya sido no significa que no pueda ser. Se trata de hacer del proceso de toma de decisiones un acto consciente para regresar a ti el poder de elegir tus respuestas y tu actitud, la manera en que te relacionas con la realidad. Para dejar de reaccionar y comenzar a responder practicando la pausa, ese espacio de sabiduría que media entre lo que ocurre afuera y cómo respondemos.

Aquello que no queremos aceptar es nuestra principal causa de sufrimiento. Aceptar la realidad no significa resignarse. Resignarse es una actitud conformista y pasiva que alimenta el resentimiento y la desesperanza. La aceptación es dejar de pelearnos con la realidad para sacar el mejor provecho de la situación incluso cuando no estemos de acuerdo, ni aprobemos lo sucedido. Es la capacidad de aprender de la experiencia, la relación y tus circunstancias para evolucionar hacia un nuevo nivel de conciencia e implica un arduo trabajo personal, de mucha voluntad y compromiso con nuestro bienestar. Lo más fácil es resignarse pues es un acto pasivo que no representa ningún esfuerzo, me victimizo o busco culpables afuera o las dos cosas; mientras que la aceptación implica asumir nuestra responsabilidad para desarrollar la resiliencia, aprender, crecer y sacar el mejor provecho de la realidad.

Resulta decisivo para crear nuestra mejor experiencia de vida, conectarse con uno mismo adentro, con ese espacio de paz, luz y amor dentro de ti, tu esencia, tu verdadera naturaleza que además te vincula con aquello en lo que crees.  En tu Ser se encuentra la esencia de vida y energía que unifica y conecta a todo lo que existe en el universo.  Esa conexión profunda e interior con nuestro centro y esencia, será lo que nos permita trascender para formar parte de todo, para vivir y actuar desde tu verdadero Ser de paz, amor, luz y sabiduría. Para crear la vida que tú elijas.