Primero lo primero: dos enfoques al inicio de una relación de pareja.

Casi todos tenemos un ideal amoroso, seamos conscientes del mismo o no. Este ideal amoroso está relacionado a nuestro concepto del amor que se conformó durante la infancia a través de la relación que tuvimos con nuestros pilares afectivos y en especial con la figura materna. A partir del tipo de relación que tuvimos con nuestra madre, conformamos nuestra idea de qué es el amor y luego como adulto actuamos basado en esto que creemos.

La importancia de ser conscientes de nuestro ideal amoroso es evitar que el inconsciente mande en nuestra decisión de pareja.  De este modo, nos asumimos protagonistas para decidir desde un nuevo espacio de conciencia cómo, cuándo y con quién participar en el área de pareja. Ejercemos así nuestra libertad y derecho a ser, decidir y actuar tomando en cuenta cómo queremos que sea la persona con la que deseamos formar una pareja.

Este ideal amoroso expresa cómo somos y lo que queremos, cuáles son nuestras necesidades y todo aquello que nos gustaría vivir, sentir, experimentar en nuestra relación de pareja. Una relación es un acuerdo de convivencia, un espacio para crecer y compartir.

En la etapa inicial de una relación amorosa, suelen aparecer dos maneras de abordar la misma. La primera es considerar desde el primer instante que esa persona será con quien realizaremos nuestro ideal amoroso, y la segunda es tomarnos el tiempo que sea necesario para conocer al otro y de este modo saber si es o no, la persona con quien será posible realizar nuestra idea del amor.

En el primer caso iniciamos la relación idealizando casi por completo al otro y a la relación, ponemos casi toda nuestra atención en realizar nuestro ideal amoroso sin alcanzar a ver a la persona real con la cual estamos participando de la relación. Suele ocurrir que por más energía que le entregamos a nuestra idealización, la realidad termina por imponerse. Y es en ese momento cuando nos damos cuenta de que nos encontramos a mitad de camino entre la relación que deseamos tener y la relación que en realidad tenemos.

La distancia y espacio entre nuestro ideal amoroso y la realidad se llena de tristeza e insatisfacción, sin darnos cuenta comenzamos a pelearnos con la realidad, a intentar cambiar al otro y a aquello que no depende de nosotros, porque cada uno se relaciona a través de la persona que es. Las personas cambian, pero nadie cambia por otro, para cambiar hay que querer cambiar y esa es una decisión que sólo puede tomar uno mismo, de manera personal e intransferible. Una relación es de dos y sin importar cuánto te desvivas, si la otra parte no está presente en la relación desde la voluntad y el deseo genuino de construir y cultivar el vínculo, es muy difícil que la relación se mantenga porque ningún puente se sostiene de un sólo lado.

Cuando comenzamos nuestra relación desde la idealización, intentando contra viento y marea realizar nuestro ideal amoroso sin conocer al otro, nos adentramos sin darnos cuenta en un espiral descendente de desilusión y frustraciones cada vez que el otro desde su real y a través de sus acciones o por la falta de estas, se distancia de nuestro ideal amoroso. Esta separación entre la relación que quiero tener, lo que es importante para mí vivir en ella y la relación real en la que estoy, es fuente de muchas insatisfacciones y sufrimiento.

La causa de nuestro sufrimiento está en aquello que no queremos aceptar. Una vez que asumimos la realidad tal y cómo es, nos encontramos hasta la encomiable labor de transformarnos nosotros mismos.

La segunda manera de iniciar la relación de pareja es comenzar la misma regalándonos todo el tiempo que sea necesario para conocer al otro, para saber cómo es, observando y relacionándonos con la persona real. Primero te conozco y después decido si eres o no, la persona con quien quiero construir mi relación de pareja. Conocer a una persona es un proceso y lleva tiempo. Las personas se conocen por sus acciones y los otros casi siempre nos dicen cómo son. Se trata de detenernos a observar y escuchar, con el deseo genuino de ver la realidad, para en base a esto saber si con esta persona es posible realizar mi ideal amoroso, crear la relación que quiero.

Cada uno podrá hacer un recorrido por su historia sentimental y reconocer cuál de las dos maneras de iniciar una relación de pareja hemos experimientado y a partir de ahora ser consciente de qué queremos y qué podemos hacer para conseguirlo. Comenzar por el principio significa darnos tiempo para conocer al otro. Para eso son los primeros dos años de una relación, para conocerse y saber si es esta  la persona con la que será posible construir el vínculo de amor que deseo en mi relación de pareja.

Darse cuenta es el primer paso para cambiar. Tomando en cuenta esa frase tan sabia que nos recuerda, no esperes resultados diferentes si sigues haciendo lo mismo. Es ahora el momento para ser consciente si decidimos realizar nuestro ideal amoroso desde el instante primero en que nos sentimos atraídos por alguien, o por el contrario te regalas el tiempo que consideres necesario para conocer al otro. Sólo entonces sabrás si es posible o no realizar tu ideal amoroso con esa persona. A esta conclusión se llega de manera progresiva y representa la evolución natural de una relación.

En la comunión de las almas.

A Gabriel García Márquez

Nadie como tú para navegar con absoluta libertad en los mares desconocidos de la palabra, para fluir a tu antojo en aguas inexploradas, hilvanando frases mágicas y reales donde narrar lo indescriptible. El universo de las palabras puesto al servicio de los sentimientos, en ese acierto tan tuyo, único y personal de traducir lo que habita en el alma para expresar lo indecible. Eres la transfiguración del milagro y el talento, la huella eterna de lo divino en este mundo. La esperanza de la vida y la certeza del amor infinito como amuleto irreverente desafiando a la soledad.

Leerte siempre será un deleite superior donde encontrarle sentido a esta existencia, para resonar con lo mejor de nosotros mismos, en ese recinto interior donde confluye en armonía lo humano y lo divino, donde constatar nuestro sentido de pertenencia e identidad. Compartir la travesía en cada una de tus historias, fue la prueba irrefutable de la existencia del alma. Tus libros crearon ese espacio sin tiempo donde encontrarnos y comulgar, desde la esencia del Ser.

El opuesto de morir no es vivir, en realidad lo contrario de morir es nacer. La muerte es un paso más en el camino de la vida y su verdadero significado es transformación, para continuar el viaje esta vez desde otra dimensión y quedarnos por siempre habitando en el amor y luz, en la memoria perenne y lo infinito. En el corazón de quienes nos acompañaron en el camino.

Hubo un antes y un después cuando llegaste a mi vida. Creció mi mundo, esta vez hacia adentro y para siempre, me llevaste de la mano en un viaje sin retorno hacia la plenitud de mi alma. Gracias por enseñarme a volar, por iluminar con historias mi espacio interior, por llevarme a vivir en el universo real de los sueños y mantenerme por siempre fiel a la magia de los sentimientos.  Me quedo en tu paz.

Enamoramiento y Amor. ¿Por qué nos enganchamos?

El enamoramiento es la etapa previa al amor. Cuando nos enamoramos nos relacionamos con el ideal, con esa persona idealizada que hemos creado en nuestra imaginación. Todo resulta natural y sin esfuerzo, nos enamoramos de manera espontánea porque la persona con la que estamos posee aquellas cualidades que nos atraen y alguna de las cuales a veces ni tan siquiera somos conscientes.  En esta etapa de idealización del otro, predominan la atracción física y química, los deseos, los sueños y nuestra idea del amor. Mucho más profundo yacen necesidades emocionales y afectivas, así como carencias del mismo tipo, de las cuales no somos conscientes y que de alguna manera marcaron nuestras relaciones afectivas en el pasado, iniciando en nuestra infancia.

El enamoramiento es la primera etapa de una relación y suele durar por lo general año y medio, aunque sabemos que para las relaciones no hay recetas y casi nada es absoluto ni definitivo. Cada pareja es un mundo y funciona a su manera. Durante la etapa del enamoramiento nos relacionamos casi siempre y mucho más con la persona idealizada, aquella que deseamos que sea y no tanto con la persona que en realidad es. Vemos al otro a través de los lentes de nuestros mejores deseos y muchas veces proyectamos en el otro cualidades que nos atraen y que no necesariamente están allí, sino que son un reflejo de nosotros mismos. Vemos en el otro aquello que nos gusta de nosotros mismos. Por supuesto que no todo en esta etapa es producto de nuestra imaginación ni está distorsionado por nuestros deseos, es también muy cierto que el otro tiene cualidades, actitudes y detalles que nos enamoran y nos hacen sentir muy bien en su compañía.

Sin embargo, ni tú ni el otro son muy reales en esta etapa pues ambos están haciendo su mejor y mayor esfuerzo por cumplir con las expectativas del otro en el arte de enamorar. Nos convertimos de manera natural y espontánea en aquello que vemos en los ojos de quienes deseamos. Modificamos nuestra conducta para enamorar al otro, con la genuina ilusión de que la relación funcione y ambos seamos lo que el otro ha buscado y espera en el amor. Realmente queremos ser su pareja.

Pasado el enamoramiento este cede el paso a la etapa del amor. En esta segunda etapa de la relación nos relacionamos cada día más con la persona real a medida que transcurre el tiempo. Cada día tú y el otro son más reales y menos idealizados.

Este paso del enamoramiento al amor es uno de los retos más grandes para la relación. Lo que antes nacía de manera espontánea y sin mayor esfuerzo comienza a hacerse cansino o rutinario, aparecen los primeros conflictos, las interpretaciones, los vacíos en la comunicación y las incomprensiones de una y otra parte. Vivimos un proceso de reajuste donde nos enojamos, nos contentamos, nos mal interpretamos, nos aclaramos, nos reconciliamos, en medio de un torbellino de dudas y sentimientos de todo tipo que crean confusión, frustración, contaminan la relación y debilitan el vínculo.

Las dudas aparecen y crecen, nos preguntamos ante cada tropiezo: ¿estoy con la persona que en realidad quiero que sea mi pareja?  La espontaneidad y los deseos van cediendo a la rutina y a veces al cansancio. Y es aquí el momento para tocar base contigo y regresar a ti. Saber quién eres y qué quieres, en especial de la relación y de tu pareja. Muchas veces tenemos mucho más claro lo que no queremos en nuestra relación y ese también es un camino muy válido para acercarnos a lo que queremos. Se trata de aprender a conocer y entender sin juicios, a mí y al otro.  Ser conscientes sobre qué quiero y qué necesito en mi relación, qué es importante para mí, para sentirme y estar bien en esa relación.

En la etapa del amor descubrimos que el amor no sólo es un sentimiento si no es también una decisión. Las parejas que están juntas es porque así lo han decidido. De este modo uno decide poner su atención en lo que si funciona, me gusta y está bien en el otro y en la relación. Se crea un espacio de tolerancia y entendimiento para hacer más llevadero lo que te gustaría fuera diferente. Es el momento de hablar para crear acuerdos sobre los temas que nos afectan. Donde pones tu atención crece. Las relaciones se construyen a través de la comunicación, llegando acuerdos a través de los cuales crear la relación que ambos desean.

En aquellas ocasiones en las cuales nos enganchamos en relaciones complicadas que nos producen mucha confusión e inestabilidad, podría ser que el otro de alguna manera nos recuerda, dado que se asemeja en su tipo de personalidad, a aquella figura afectiva inmediata, materna o paterna o hermanos, con la cual tuvimos una relación en el pasado marcada por conflictos emocionales no resueltos. De manera inconsciente buscamos solucionarlos en esta nueva relación. Ahora como adultos intentamos reescribir la historia para que esta vez si sea como nos habría gustado que fuera. Para recibir aquello que tanto necesitamos y añoramos de nuestra figura afectiva inmediata en esa etapa de la vida y que por alguna razón no nos fue entregado. Todo esto es un proceso completamente inconsciente, a través del cual y sin darnos cuenta intentamos solucionar conflictos emocionales no resueltos en el pasado con nuestras figuras afectivas inmediatas.

Sucede que esa semejanza en los tipos de personalidad entre aquella figura afectiva fundamental de nuestra infancia y esta otra persona en mi relación, condiciona y limita la posibilidad real de que esta vez logre recibir del otro lo que siempre he querido. Entre otras cosas porque cada quien se relaciona desde y a través de su tipo de personalidad y es muy probable que recibas y carezcas de lo mismo si ambos tienen un tipo de personalidad muy similar. Cada uno ama y expresa su amor a través de su tipo de personalidad. No recibirás peras del olmo por más que lo intentes, ames, te entregues y te desvivas en la relación.

La transición del enamoramiento al amor es una etapa muy importante de aprendizaje sobre mí y sobre el otro, de reconocimiento y aceptación de nuestro tipo de personalidad y la del otro, nuestra manera de vivir y de amar, lo que cada quien puede dar y recibir en la relación, saber que necesitamos y que podemos esperar. Es importante que podamos hacerlo sin juzgar para evitar contaminar el proceso y nuestra alma con la energía negativa del Ego, para evitar darle espacio a ese invento tan poco generoso que es la culpa, la crítica, las interpretaciones, lo que consideramos defectos, aquello que me molesta. Se trata de vivir este proceso desde nuestro Ser, para dedicar nuestra energía a lo positivo que hay mí, en el otro y en la relación, ese espacio de encuentro donde tú, el otro y la relación es posible y realizable.

Resulta importante identificar aquello que queremos en el amor y confirmarnos en nuestras decisiones. En este proceso aprendemos sobre nosotros mismos y sobre el otro, para crecer juntos y compartir el camino sin juzgarnos, reconociendo y creando ese espacio común donde lo positivo de ambos sea posible.

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