Para dejar de triangular.

El universo de nuestras relaciones afectivas incluye a todas aquellas personas con las que interactuamos en esta área de nuestra vida. Para construir el vínculo en cualquier relación, lo más saludable será que la misma se establezcan entre las dos partes que la conforman, manteniendo una interacción y comunicación “uno a uno”, de manera bidireccional y tratando de evitar intermediarios. La relación directa, evitando incluir a un tercero que intervenga para bien, ayudándonos a construir el vínculo o para mal, acrecentando la distancia; permite establecer una relación real con el otro y de este modo impedir las distorsiones propias de las fallas de comunicación que afectan a cualquier relación.
Es por ello que estar en la posición de mediadores, será casi siempre el peor lugar para participar en una relación. Se trata de evitar ponernos o dejar que otros nos pongan en el medio porque ya bastante complicada y deficiente resulta a veces la comunicación entre dos, como para además incluir a un tercero que reciba, intérprete y transmita, añadiendo al entuerto su visión muy particular y agregando interferencias a la relación.
Algunos de nosotros nos hemos visto en la penosa situación de encontrarnos mediando en las relaciones de otros y lidiando con la carga emocional que representa estar en el medio. Nos pasa con frecuencia a la madres cuando somos las mediadoras en la dinámica familiar entre los hijos con sus padres y viceversa. Para no favorecer a la figura de la madre en detrimento de la paterna y en aras de ser justos, pongámoslo mejor de este modo: cuando uno de los padres es el pivote sobre el cual se articula la relación padres-hijos. Esta parte en la cual se triangula la relación, se ve actuando muchas veces de manera inconsciente las expectativas, las creencias sobre la manera de educar, las insatisfacciones y malestar de la pareja con relación a las actitudes y comportamiento de los hijos, convirtiéndose en la parte activa de la relación para lograr la convivencia familiar armónica, intentando la contención de unos y otros a la hora de solucionar conflictos, sirviendo de canal de comunicación de los hijos hacia el padre/madre, a veces como depósito para unos y otros, intentando enmendar y componer las situaciones, problemas y malos entendidos o como rompeolas cuando las emociones se desbordan de uno u otro lado.
Si nos detenemos a reflexionar sobre nuestras relaciones en las diferentes etapas de la vida, casi todos encontraremos ejemplos cercanos en nuestra historia personal donde hemos ocupado la difícil posición de estar en el medio. Nos sucede a veces cuando somos el eslabón que mantiene la relación con la familia política, cuando mediamos en la relación entre alguna amiga y su pareja, en especial cuando uno es más joven y busca el apoyo de las amigas o amigos para acercarse a aquel chico o chica que nos gusta. Nos hemos visto otra vez colocados en el medio armonizando diferencias, a veces en la relación de nuestros padres, entre hermanos, entre amigos y así, una larga lista de situaciones que se prestan para estar en la desafortunada posición que nos coloca en el medio, triangulando, actuando como pivote en las relación de los otros y viviendo las consecuencias.
Se trata de estar atentos y muy despiertos para darnos cuenta cuando nos hemos o nos han colocando en el medio en las relaciones de otros, para decidir si queremos o no estar en esa posición, para salirnos de este lugar lo antes posible si así lo deseamos y regresar de este modo la responsabilidad de la relación a sus miembros, para que ambas partes se comuniquen y construyan el vínculo sobre la base de quién es, cómo es y qué tipo de relación desean construir.
Para reconocer si estamos en el medio de una relación, basta con que evaluemos nuestro grado de participación en la misma. Si tenemos la sensación de que la relación se mantiene en gran medida gracias a nuestra presencia en ella, podemos tomar distancia, dejar de actuar como pivote, permitir que este espacio que se libera sea ocupado y asumido por las otras dos partes de la relación y pasar a tener un papel menos activo en la misma. De este modo, estaremos haciendo prueba de realidad para conocer que tan cierta es esta percepción de ser los mediadores de la relación. Si cuando dejamos de participar como terceros en la relación, notamos que existe un impacto en la calidad y mantenimiento de la misma, esto será un buen indicador de que es muy probable que nos hayamos colocado en el medio aún sin notarlo, será el momento de decidir cómo queremos que sea nuestra participación en la relación y qué lugar deseamos ocupar. Lo más importante en este caso y para cualquier relación será que tú decidas el grado de responsabilidad, participación y lugar que deseas asumir en la dinámica de la misma.
La manera más sana de participar en todas nuestras relaciones será lograr que estas se establezcan y funcionen entre dos, de ida y vuelta, bidireccional y sin involucrar ni incluir intermediarios. Este tercero irremediablemente ocupará el difícil y poco grato lugar de estar en el medio, donde casi seguro le tocara vivir y actuar mucho de los conflictos y malentendidos que se generan en la dinámica de la relación, cuando las otras partes no son capaces de comunicarse y establecer un vínculo sano. Una relación será siempre responsabilidad de sus miembros y son ellos, ambas partes, quienes deberán vivir y solucionar todo lo que acontece dentro del marco en que esta se ha creado.
Pongamos nuestra atención en reconocer el lugar que ocupamos en nuestras relaciones afectivas para decidir cómo deseamos sea nuestra participación en la misma. Fortalecer nuestro observador para decidir cómo deseamos construir y mantener el vínculo, al menos en la parte que nos toca. Se trata de ser y estar conscientes de lo que queremos en nuestras relaciones afectivas y cómo deseamos que estas sean, para actuar en consecuencia.

La atención hace milagros.

Cuando nos preguntan cuál es nuestro recurso más valioso, lo más común es que digamos el tiempo, el dinero, los conocimientos, la información o algún otro. Casi siempre olvidamos tomar en cuenta uno de los recursos más preciado que poseemos: la atención. Su valor no reside en que sea un recurso precisamente escaso, por el contrario, podemos tenerla en la cantidad que así lo deseemos según nos dediquemos a desarrollarla, practicarla y dirigirla hacia nosotros y a los demás. Su valor reside en que muy pocos hemos aprendido a utilizarla para obtener los mejores resultados, aquello que deseamos lograr en nuestra vida y en nuestras relaciones. 

La atención nos permite darnos cuenta de todo aquello que resulta importante en cualquier área de nuestra vida y en nuestras relaciones, poniendo la mirada hacia nosotros y hacia nuestro entorno. Una mirada neutral, sin juicios ni prejuicios, con el propósito sincero de aprender y entender sobre nosotros y los otros, para lograr objetivos en nuestra vida y en nuestras relaciones. Cuando hablo de relaciones me refiero al más amplio espectro de nuestra interacción en cualquier área de la vida: profesional, personal, familiar, de pareja y todas las demás en las cuales participamos.

Cuando diriges la atención hacia ti, fortaleces tu posición como observador para aprender cómo eres, identificar tus pensamientos más comunes y emociones asociadas a estos, identificar cuáles son tus necesidades, validar tus sentimientos, reconocer cuáles son tus creencias, valores, aquello que has asumido, los comportamientos que repites en automático, todo lo que permanece en tu inconsciente y que de muchas maneras determina tu vida y tus decisiones. Mientras más y mejor te conozcas, mejor preparado estarás para tomar decisiones que te conduzcan a lograr aquello que deseas lograr en tu vida.  Porque nuestra vida se construye en base a nuestras decisiones.

Prestar atención a todos estos temas personales te llevará a hacerlos consciente lo cual es el primer y más importante paso para cambiar o modificar aquello que afecta a tu bienestar e impide que logres lo que deseas en cualquier área de tu vida y en tus relaciones. Se trata de convertirte en espectador activo de tu proceso personal en todas sus dimensiones: escuchando a tu cuerpo físico, observando tus pensamientos, reconociendo tus emociones y sentimientos y apreciando lo que acontece en el mundo exterior.

La atención dirigida hacia los otros es el puente sobre el cual se construyen nuestras relaciones. La mejores. Esta se expresa como presencia en muchas maneras, no únicamente física, si no través de la comunicación, la cercanía, el entendimiento sin juzgar, acompañando, apoyando y escuchando. Para poder ver y hacer contacto con el otro. Lo que muchas veces se ha denominado tiempo de calidad que no es otra cosa que el tiempo y la atención que entregas y compartes con aquellos que quieres.

La atención también resulta imprescindible para aprender en el camino de la vida. Las lecciones son variadas, múltiples e ilimitadas y nos son entregadas en todo tipo de presentaciones y envolturas a las que llamamos experiencias. El aprendizaje como parte intrínseca de la evolución personal, al igual que todos aquellos conocimientos y habilidades que aprendemos durante nuestra etapa escolar, requiere que dediquemos toda nuestra atención al proceso y a sus enseñanzas. Cada experiencia que vivimos tiene al menos una lección valiosa e importante para nuestro crecimiento personal.

La buena noticia es que la atención, como la concentración, se practica, se desarrolla y se fortalece para poder utilizarla en nuestra vida diaria, incorporándola a nuestro estilo de vida. La atención es como un músculo. Para desarrollar nuestra capacidad de atención es necesario practicarla y ejercitarla todas las veces que nos sea posible, apartando un tiempo y un espacio del día para esto, comprobando si estamos completamente presentes en cualquier actividad que realizamos por más sencilla y rutinaria que nos parezca y en especial, cuando estamos en compañía de otras personas. Comprobar que estamos completamente presentes en el aquí y el ahora, identificando dónde hemos puesto nuestra atención en ese momento.

Se trata de observar para decidir dónde pones tu atención según aquello que deseas lograr en tu vida y en tus relaciones, porque donde pones tu atención crece. Dedica tu atención a aquello que deseas que exista, crezca y permanezca en tu vida. 

Nuestra atención, expresada en presencia, es el mejor regalo que podemos entregar a quienes queremos en nuestra vida. A través de la atención que entregamos al otro se construye, fortalece y se hace real el vínculo en nuestras relaciones.

Parte inseparable de nuestra esencia humana la constituye la necesidad de conexión. Esta se realiza y expresa a través de la atención entregada a nosotros y a nuestras relaciones. La atención viaja en ambas direcciones, hacia nuestro interior y hacia nuestro entorno.  Es el recurso más valioso con que contamos para hacer esta conexión posible y real, el puente para comunicarnos y construir un mejor vínculo: la relación profunda y verdadera con nosotros y con todos aquellos que queremos.

Enamoramiento y Amor. ¿Por qué nos enganchamos?

El enamoramiento es la etapa previa al amor. Cuando nos enamoramos nos relacionamos con el ideal, con esa persona idealizada que hemos creado en nuestra imaginación. Todo resulta natural y sin esfuerzo, nos enamoramos de manera espontánea porque la persona con la que estamos posee aquellas cualidades que nos atraen y alguna de las cuales a veces ni tan siquiera somos conscientes.  En esta etapa de idealización del otro, predominan la atracción física y química, los deseos, los sueños y nuestra idea del amor. Mucho más profundo yacen necesidades emocionales y afectivas, así como carencias del mismo tipo, de las cuales no somos conscientes y que de alguna manera marcaron nuestras relaciones afectivas en el pasado, iniciando en nuestra infancia.

El enamoramiento es la primera etapa de una relación y suele durar por lo general año y medio, aunque sabemos que para las relaciones no hay recetas y casi nada es absoluto ni definitivo. Cada pareja es un mundo y funciona a su manera. Durante la etapa del enamoramiento nos relacionamos casi siempre y mucho más con la persona idealizada, aquella que deseamos que sea y no tanto con la persona que en realidad es. Vemos al otro a través de los lentes de nuestros mejores deseos y muchas veces proyectamos en el otro cualidades que nos atraen y que no necesariamente están allí, sino que son un reflejo de nosotros mismos. Vemos en el otro aquello que nos gusta de nosotros mismos. Por supuesto que no todo en esta etapa es producto de nuestra imaginación ni está distorsionado por nuestros deseos, es también muy cierto que el otro tiene cualidades, actitudes y detalles que nos enamoran y nos hacen sentir muy bien en su compañía.

Sin embargo, ni tú ni el otro son muy reales en esta etapa pues ambos están haciendo su mejor y mayor esfuerzo por cumplir con las expectativas del otro en el arte de enamorar. Nos convertimos de manera natural y espontánea en aquello que vemos en los ojos de quienes deseamos. Modificamos nuestra conducta para enamorar al otro, con la genuina ilusión de que la relación funcione y ambos seamos lo que el otro ha buscado y espera en el amor. Realmente queremos ser su pareja.

Pasado el enamoramiento este cede el paso a la etapa del amor. En esta segunda etapa de la relación nos relacionamos cada día más con la persona real a medida que transcurre el tiempo. Cada día tú y el otro son más reales y menos idealizados.

Este paso del enamoramiento al amor es uno de los retos más grandes para la relación. Lo que antes nacía de manera espontánea y sin mayor esfuerzo comienza a hacerse cansino o rutinario, aparecen los primeros conflictos, las interpretaciones, los vacíos en la comunicación y las incomprensiones de una y otra parte. Vivimos un proceso de reajuste donde nos enojamos, nos contentamos, nos mal interpretamos, nos aclaramos, nos reconciliamos, en medio de un torbellino de dudas y sentimientos de todo tipo que crean confusión, frustración, contaminan la relación y debilitan el vínculo.

Las dudas aparecen y crecen, nos preguntamos ante cada tropiezo: ¿estoy con la persona que en realidad quiero que sea mi pareja?  La espontaneidad y los deseos van cediendo a la rutina y a veces al cansancio. Y es aquí el momento para tocar base contigo y regresar a ti. Saber quién eres y qué quieres, en especial de la relación y de tu pareja. Muchas veces tenemos mucho más claro lo que no queremos en nuestra relación y ese también es un camino muy válido para acercarnos a lo que queremos. Se trata de aprender a conocer y entender sin juicios, a mí y al otro.  Ser conscientes sobre qué quiero y qué necesito en mi relación, qué es importante para mí, para sentirme y estar bien en esa relación.

En la etapa del amor descubrimos que el amor no sólo es un sentimiento si no es también una decisión. Las parejas que están juntas es porque así lo han decidido. De este modo uno decide poner su atención en lo que si funciona, me gusta y está bien en el otro y en la relación. Se crea un espacio de tolerancia y entendimiento para hacer más llevadero lo que te gustaría fuera diferente. Es el momento de hablar para crear acuerdos sobre los temas que nos afectan. Donde pones tu atención crece. Las relaciones se construyen a través de la comunicación, llegando acuerdos a través de los cuales crear la relación que ambos desean.

En aquellas ocasiones en las cuales nos enganchamos en relaciones complicadas que nos producen mucha confusión e inestabilidad, podría ser que el otro de alguna manera nos recuerda, dado que se asemeja en su tipo de personalidad, a aquella figura afectiva inmediata, materna o paterna o hermanos, con la cual tuvimos una relación en el pasado marcada por conflictos emocionales no resueltos. De manera inconsciente buscamos solucionarlos en esta nueva relación. Ahora como adultos intentamos reescribir la historia para que esta vez si sea como nos habría gustado que fuera. Para recibir aquello que tanto necesitamos y añoramos de nuestra figura afectiva inmediata en esa etapa de la vida y que por alguna razón no nos fue entregado. Todo esto es un proceso completamente inconsciente, a través del cual y sin darnos cuenta intentamos solucionar conflictos emocionales no resueltos en el pasado con nuestras figuras afectivas inmediatas.

Sucede que esa semejanza en los tipos de personalidad entre aquella figura afectiva fundamental de nuestra infancia y esta otra persona en mi relación, condiciona y limita la posibilidad real de que esta vez logre recibir del otro lo que siempre he querido. Entre otras cosas porque cada quien se relaciona desde y a través de su tipo de personalidad y es muy probable que recibas y carezcas de lo mismo si ambos tienen un tipo de personalidad muy similar. Cada uno ama y expresa su amor a través de su tipo de personalidad. No recibirás peras del olmo por más que lo intentes, ames, te entregues y te desvivas en la relación.

La transición del enamoramiento al amor es una etapa muy importante de aprendizaje sobre mí y sobre el otro, de reconocimiento y aceptación de nuestro tipo de personalidad y la del otro, nuestra manera de vivir y de amar, lo que cada quien puede dar y recibir en la relación, saber que necesitamos y que podemos esperar. Es importante que podamos hacerlo sin juzgar para evitar contaminar el proceso y nuestra alma con la energía negativa del Ego, para evitar darle espacio a ese invento tan poco generoso que es la culpa, la crítica, las interpretaciones, lo que consideramos defectos, aquello que me molesta. Se trata de vivir este proceso desde nuestro Ser, para dedicar nuestra energía a lo positivo que hay mí, en el otro y en la relación, ese espacio de encuentro donde tú, el otro y la relación es posible y realizable.

Resulta importante identificar aquello que queremos en el amor y confirmarnos en nuestras decisiones. En este proceso aprendemos sobre nosotros mismos y sobre el otro, para crecer juntos y compartir el camino sin juzgarnos, reconociendo y creando ese espacio común donde lo positivo de ambos sea posible.

amor