Esa luz al final del túnel: superar la dependencia emocional.

Podemos considerar que tenemos una condición dependiente cuando nuestro bienestar está determinado por la presencia de otra persona en nuestra vida. Esta condición surge como resultado de creer que para estar y sentirnos bien necesitamos de esa persona y por lo tanto sólo seremos felices si estamos con él o ella. Podemos llegar a tal grado, de estar completamente convencidos de que sin esa persona no podremos vivir, cuando la realidad es que, si podemos y más aún, debemos, por salud mental y emocional, apelando al sentido más básico de supervivencia y amor propio.

Cuando tu bienestar o felicidad está condicionado por la presencia de otra persona o una relación, tal vez sea el momento de darse cuenta de que estás desarrollando un trastorno dependiente. Esto no es algo fácil de reconocer y está en tus manos pasar de ser una persona emocionalmente dependiente a convertirte en una persona emocionalmente responsable de tu vida y tu felicidad.

El comportamiento dependiente tiene su origen en la infancia. Los niños son dependientes por naturaleza. Necesitan del amor, cuidado, presencia y atención de un adulto que se ocupe de ellos para su supervivencia, bienestar y desarrollo. Ese estado dependiente que vivimos durante la infancia es posible que aún se manifieste en nosotros bajo determinadas circunstancias y con algunas personas, en especial con nuestra pareja. La buena noticia es que afortunadamente ese niño dependiente que alguna vez fuimos cuenta hoy con el adulto que eres tú ahora, quien podrá hacerse cargo de atender y satisfacer sus necesidades emocionales y afectivas, lo cual además de ser un privilegio, constituye el primer paso para lograr que tu bienestar dependa de ti.

La dependencia emocional en adultos está considerada como un tipo de adicción, de las denominadas adicciones sin sustancias. Sus características son similares a las de cualquier otro tipo de adicción, por lo que para poder superar esta condición se recomiendan métodos similares al manejo de adicciones. Hay personas que nos disparan la propensión a desarrollar este comportamiento. Lo que seguramente alguna vez habrás escuchado como “alguien que saca lo peor de mí”. Al hacerlo, esta persona te está mostrando aquella parte tuya que aún debes sanar, esa asignatura pendiente en la escuela de la vida que debemos superar para nuestra evolución y crecimiento personal.

Cuando estamos en una relación de dependencia nos llenamos de miedos e inseguridades, comenzamos a vivir una versión insana y desconocida de nosotros mismos que nos provoca angustias, ansiedad y alta dosis de sufrimiento. Vivimos en una montaña rusa con picos emocionales donde pasamos de sentirnos eufóricos y felices, a un estado de profunda frustración, temor y enojo. Estos picos emocionales acentúan y favorecen el comportamiento dependiente pues mantienen viva la ilusión de que el otro va a cambiar, motivados por recuerdo de cómo nos sentimos cuando estamos super felices en la cresta de la ola. Pero no sucede así, la ola baja y nosotros junto con ella, otra vez vuelta a empezar en ese ciclo dependiente que tiene un costo emocional demasiado alto. La vida es muy corta y valiosa para ser otra cosa que no sea felices. Procuremos que nuestras relaciones sean un espacio para crecer y compartir, donde podamos vivenciar nuestra mejor versión, aquellas cualidades que más nos gustan de nosotros mismos y cómo deseamos ser.

Se necesita ser valiente para reconocer la dependencia emocional y hacer cuanto sea necesario para superarla, para tomar el control de nuestra vida y sentir que somos libres de la carga tan dura de depender de alguien más para ser felices.

Lo primero es darse cuenta. Hacer consciente nuestro comportamiento dependiente para poder cambiar. Un indicador simple y efectivo para reconocer la dependencia emocional, es cuando podríamos describir nuestra relación con la frase: mal contigo y peor sin ti. Puedes reconocer que no eres feliz en esa relación, todo el sufrimiento que te ocasiona y, sin embargo, hay algo que no comprendes y que pareciera ser más fuerte que uno mismo que te impide terminarla. Se trata de comprender el origen del comportamiento dependiente y cuestionarnos el pensamiento o creencia errónea que lo origina. ¿Qué te hace creer que tu bienestar o supervivencia depende de alguien más? ¿Es esto cierto? ¿Qué pasa cuando decides creer este pensamiento? ¿Cómo serías tú sin ese pensamiento? ¿Cuál es el enganche?  ¿Cómo te quieres sentir?  ¿Qué puedes hacer que dependa de ti para estar bien?

Para tomar conciencia, es decir, darnos cuenta de lo que ocurre en nosotros y afuera, debemos fortalecer nuestro observador e identificar el pensamiento o creencia que está provocando lo que sientes, en especial cuando esta emoción tiene un impacto negativo en tu bienestar.

Es importante evitar actuar desde nuestro cuerpo emocional pues este siempre reacciona, porque esa es su naturaleza. Es muy probable que las acciones originadas desde la emoción que nos rebasa nos alejen de lo que deseamos lograr y nos encontramos haciendo más de lo mismo, repitiéndonos en el comportamiento  dependiente. Para ello debemos hacer una pausa que nos permita salirnos de nuestro cuerpo emocional, de este modo dejar de reaccionar y comenzar a responder, evitar actuar en automático el viejo programa dependiente. Esta pausa te permite tomar tiempo y distancia para decidir tu respuesta y tus acciones. Porque cuando uno decide, ya no depende. Y ahora tú eliges qué, cómo y cuándo responder.

Por lo general, uno casi nunca decide qué sentir, uno descubre lo que está sintiendo. Los sentimientos y las emociones se producen de manera involuntaria y a veces a pesar de nosotros mismos. Cuántas veces nos gustaría sentir diferente, poder provocar o alejar un sentimiento o una emoción. Lo que si podemos hacer es elegir aquellos sentimientos que deseamos actuar. Es precisamente los sentimientos y emociones que decidimos actuar y cómo lo hacemos lo que nos define.

Una vez que reconozco lo que siento, decido si voy a actuar o no eso que estoy sintiendo, hacer la pausa para decidir mis respuestas, tomando en cuenta lo que quiero para mí y para mi vida. Dicho de otro modo, los sentimientos son involuntarios pero nuestras acciones son voluntarias. Hay una gran diferencia entre sentir y actuar, un espacio en el cual practicar la pausa que te permite elegir tu respuesta. No estás obligado a actuar en automático todo lo que sientes. Tienes el poder de elegir tu respuesta y tus acciones.

Las personas emocionalmente dependientes buscan en su pareja el amor, reconocimiento y valoración que por alguna razón han dejado de entregarse a sí mismos. Se trata de recordar que tu valía radica en la persona que eres. Eres valioso por ser tú y todo lo que necesitas está dentro de ti ahora. Se trata de descubrirlo y usarlo para disfrutar de la vida sin depender de la validación de otro. Estrenar una mirada apreciativa y amorosa para nosotros mismos, sin juicios.

Es importante que seas consciente del sufrimiento que has vivido como resultado de la dependencia emocional. El costo emocional tan elevado que ha tenido para ti. Piensa en todo el dolor que te ha provocado ese comportamiento y esa relación, de esta manera reforzarás tus deseos para cambiar y superar la condición dependiente.

Nuestro bienestar se crea y nutre a través de las múltiples áreas en las que participamos de la vida y las cuales se corresponden con los diferentes roles que desempeñamos. Uno debe aprender a disfrutar de la vida sin pareja porque antes de ser pareja somos personas, debemos dedicar nuestra atención a esa área tan importante que es la relación con uno mismo. Conócete y esfuérzate en saber qué quieres y realiza acciones conscientes para conseguirlo. Se trata de aprender a estar bien con uno mismo y disfrutar de la propia compañía. Hay infinidad de cosas que puedes hacer. Recuerda cómo eras antes de conocer a esa persona y todo aquello que te gustaba hacer. Quizás sea ahora el momento para retomarlo. Desarrolla tus habilidades, identifica las otras áreas de tu vida donde satisfacer tus necesidades, dedica tiempo a tus hobbies, frecuenta a tus amigos, nutre tus afectos con otras fuentes de cariño, viaja, mira a tu alrededor para disfrutar de las pequeñas cosas y sobre todo cuídate y ámate como tú te lo mereces.

Para dejar de triangular.

El universo de nuestras relaciones afectivas incluye a todas aquellas personas con las que interactuamos en esta área de nuestra vida. Para construir el vínculo en cualquier relación, lo más saludable será que la misma se establezcan entre las dos partes que la conforman, manteniendo una interacción y comunicación “uno a uno”, de manera bidireccional y tratando de evitar intermediarios. La relación directa, evitando incluir a un tercero que intervenga para bien, ayudándonos a construir el vínculo o para mal, acrecentando la distancia; permite establecer una relación real con el otro y de este modo impedir las distorsiones propias de las fallas de comunicación que afectan a cualquier relación.
Es por ello que estar en la posición de mediadores, será casi siempre el peor lugar para participar en una relación. Se trata de evitar ponernos o dejar que otros nos pongan en el medio porque ya bastante complicada y deficiente resulta a veces la comunicación entre dos, como para además incluir a un tercero que reciba, intérprete y transmita, añadiendo al entuerto su visión muy particular y agregando interferencias a la relación.
Algunos de nosotros nos hemos visto en la penosa situación de encontrarnos mediando en las relaciones de otros y lidiando con la carga emocional que representa estar en el medio. Nos pasa con frecuencia a la madres cuando somos las mediadoras en la dinámica familiar entre los hijos con sus padres y viceversa. Para no favorecer a la figura de la madre en detrimento de la paterna y en aras de ser justos, pongámoslo mejor de este modo: cuando uno de los padres es el pivote sobre el cual se articula la relación padres-hijos. Esta parte en la cual se triangula la relación, se ve actuando muchas veces de manera inconsciente las expectativas, las creencias sobre la manera de educar, las insatisfacciones y malestar de la pareja con relación a las actitudes y comportamiento de los hijos, convirtiéndose en la parte activa de la relación para lograr la convivencia familiar armónica, intentando la contención de unos y otros a la hora de solucionar conflictos, sirviendo de canal de comunicación de los hijos hacia el padre/madre, a veces como depósito para unos y otros, intentando enmendar y componer las situaciones, problemas y malos entendidos o como rompeolas cuando las emociones se desbordan de uno u otro lado.
Si nos detenemos a reflexionar sobre nuestras relaciones en las diferentes etapas de la vida, casi todos encontraremos ejemplos cercanos en nuestra historia personal donde hemos ocupado la difícil posición de estar en el medio. Nos sucede a veces cuando somos el eslabón que mantiene la relación con la familia política, cuando mediamos en la relación entre alguna amiga y su pareja, en especial cuando uno es más joven y busca el apoyo de las amigas o amigos para acercarse a aquel chico o chica que nos gusta. Nos hemos visto otra vez colocados en el medio armonizando diferencias, a veces en la relación de nuestros padres, entre hermanos, entre amigos y así, una larga lista de situaciones que se prestan para estar en la desafortunada posición que nos coloca en el medio, triangulando, actuando como pivote en las relación de los otros y viviendo las consecuencias.
Se trata de estar atentos y muy despiertos para darnos cuenta cuando nos hemos o nos han colocando en el medio en las relaciones de otros, para decidir si queremos o no estar en esa posición, para salirnos de este lugar lo antes posible si así lo deseamos y regresar de este modo la responsabilidad de la relación a sus miembros, para que ambas partes se comuniquen y construyan el vínculo sobre la base de quién es, cómo es y qué tipo de relación desean construir.
Para reconocer si estamos en el medio de una relación, basta con que evaluemos nuestro grado de participación en la misma. Si tenemos la sensación de que la relación se mantiene en gran medida gracias a nuestra presencia en ella, podemos tomar distancia, dejar de actuar como pivote, permitir que este espacio que se libera sea ocupado y asumido por las otras dos partes de la relación y pasar a tener un papel menos activo en la misma. De este modo, estaremos haciendo prueba de realidad para conocer que tan cierta es esta percepción de ser los mediadores de la relación. Si cuando dejamos de participar como terceros en la relación, notamos que existe un impacto en la calidad y mantenimiento de la misma, esto será un buen indicador de que es muy probable que nos hayamos colocado en el medio aún sin notarlo, será el momento de decidir cómo queremos que sea nuestra participación en la relación y qué lugar deseamos ocupar. Lo más importante en este caso y para cualquier relación será que tú decidas el grado de responsabilidad, participación y lugar que deseas asumir en la dinámica de la misma.
La manera más sana de participar en todas nuestras relaciones será lograr que estas se establezcan y funcionen entre dos, de ida y vuelta, bidireccional y sin involucrar ni incluir intermediarios. Este tercero irremediablemente ocupará el difícil y poco grato lugar de estar en el medio, donde casi seguro le tocara vivir y actuar mucho de los conflictos y malentendidos que se generan en la dinámica de la relación, cuando las otras partes no son capaces de comunicarse y establecer un vínculo sano. Una relación será siempre responsabilidad de sus miembros y son ellos, ambas partes, quienes deberán vivir y solucionar todo lo que acontece dentro del marco en que esta se ha creado.
Pongamos nuestra atención en reconocer el lugar que ocupamos en nuestras relaciones afectivas para decidir cómo deseamos sea nuestra participación en la misma. Fortalecer nuestro observador para decidir cómo deseamos construir y mantener el vínculo, al menos en la parte que nos toca. Se trata de ser y estar conscientes de lo que queremos en nuestras relaciones afectivas y cómo deseamos que estas sean, para actuar en consecuencia.

Enamoramiento y Amor. ¿Por qué nos enganchamos?

El enamoramiento es la etapa previa al amor. Cuando nos enamoramos nos relacionamos con el ideal, con esa persona idealizada que hemos creado en nuestra imaginación. Todo resulta natural y sin esfuerzo, nos enamoramos de manera espontánea porque la persona con la que estamos posee aquellas cualidades que nos atraen y alguna de las cuales a veces ni tan siquiera somos conscientes.  En esta etapa de idealización del otro, predominan la atracción física y química, los deseos, los sueños y nuestra idea del amor. Mucho más profundo yacen necesidades emocionales y afectivas, así como carencias del mismo tipo, de las cuales no somos conscientes y que de alguna manera marcaron nuestras relaciones afectivas en el pasado, iniciando en nuestra infancia.

El enamoramiento es la primera etapa de una relación y suele durar por lo general año y medio, aunque sabemos que para las relaciones no hay recetas y casi nada es absoluto ni definitivo. Cada pareja es un mundo y funciona a su manera. Durante la etapa del enamoramiento nos relacionamos casi siempre y mucho más con la persona idealizada, aquella que deseamos que sea y no tanto con la persona que en realidad es. Vemos al otro a través de los lentes de nuestros mejores deseos y muchas veces proyectamos en el otro cualidades que nos atraen y que no necesariamente están allí, sino que son un reflejo de nosotros mismos. Vemos en el otro aquello que nos gusta de nosotros mismos. Por supuesto que no todo en esta etapa es producto de nuestra imaginación ni está distorsionado por nuestros deseos, es también muy cierto que el otro tiene cualidades, actitudes y detalles que nos enamoran y nos hacen sentir muy bien en su compañía.

Sin embargo, ni tú ni el otro son muy reales en esta etapa pues ambos están haciendo su mejor y mayor esfuerzo por cumplir con las expectativas del otro en el arte de enamorar. Nos convertimos de manera natural y espontánea en aquello que vemos en los ojos de quienes deseamos. Modificamos nuestra conducta para enamorar al otro, con la genuina ilusión de que la relación funcione y ambos seamos lo que el otro ha buscado y espera en el amor. Realmente queremos ser su pareja.

Pasado el enamoramiento este cede el paso a la etapa del amor. En esta segunda etapa de la relación nos relacionamos cada día más con la persona real a medida que transcurre el tiempo. Cada día tú y el otro son más reales y menos idealizados.

Este paso del enamoramiento al amor es uno de los retos más grandes para la relación. Lo que antes nacía de manera espontánea y sin mayor esfuerzo comienza a hacerse cansino o rutinario, aparecen los primeros conflictos, las interpretaciones, los vacíos en la comunicación y las incomprensiones de una y otra parte. Vivimos un proceso de reajuste donde nos enojamos, nos contentamos, nos mal interpretamos, nos aclaramos, nos reconciliamos, en medio de un torbellino de dudas y sentimientos de todo tipo que crean confusión, frustración, contaminan la relación y debilitan el vínculo.

Las dudas aparecen y crecen, nos preguntamos ante cada tropiezo: ¿estoy con la persona que en realidad quiero que sea mi pareja?  La espontaneidad y los deseos van cediendo a la rutina y a veces al cansancio. Y es aquí el momento para tocar base contigo y regresar a ti. Saber quién eres y qué quieres, en especial de la relación y de tu pareja. Muchas veces tenemos mucho más claro lo que no queremos en nuestra relación y ese también es un camino muy válido para acercarnos a lo que queremos. Se trata de aprender a conocer y entender sin juicios, a mí y al otro.  Ser conscientes sobre qué quiero y qué necesito en mi relación, qué es importante para mí, para sentirme y estar bien en esa relación.

En la etapa del amor descubrimos que el amor no sólo es un sentimiento si no es también una decisión. Las parejas que están juntas es porque así lo han decidido. De este modo uno decide poner su atención en lo que si funciona, me gusta y está bien en el otro y en la relación. Se crea un espacio de tolerancia y entendimiento para hacer más llevadero lo que te gustaría fuera diferente. Es el momento de hablar para crear acuerdos sobre los temas que nos afectan. Donde pones tu atención crece. Las relaciones se construyen a través de la comunicación, llegando acuerdos a través de los cuales crear la relación que ambos desean.

En aquellas ocasiones en las cuales nos enganchamos en relaciones complicadas que nos producen mucha confusión e inestabilidad, podría ser que el otro de alguna manera nos recuerda, dado que se asemeja en su tipo de personalidad, a aquella figura afectiva inmediata, materna o paterna o hermanos, con la cual tuvimos una relación en el pasado marcada por conflictos emocionales no resueltos. De manera inconsciente buscamos solucionarlos en esta nueva relación. Ahora como adultos intentamos reescribir la historia para que esta vez si sea como nos habría gustado que fuera. Para recibir aquello que tanto necesitamos y añoramos de nuestra figura afectiva inmediata en esa etapa de la vida y que por alguna razón no nos fue entregado. Todo esto es un proceso completamente inconsciente, a través del cual y sin darnos cuenta intentamos solucionar conflictos emocionales no resueltos en el pasado con nuestras figuras afectivas inmediatas.

Sucede que esa semejanza en los tipos de personalidad entre aquella figura afectiva fundamental de nuestra infancia y esta otra persona en mi relación, condiciona y limita la posibilidad real de que esta vez logre recibir del otro lo que siempre he querido. Entre otras cosas porque cada quien se relaciona desde y a través de su tipo de personalidad y es muy probable que recibas y carezcas de lo mismo si ambos tienen un tipo de personalidad muy similar. Cada uno ama y expresa su amor a través de su tipo de personalidad. No recibirás peras del olmo por más que lo intentes, ames, te entregues y te desvivas en la relación.

La transición del enamoramiento al amor es una etapa muy importante de aprendizaje sobre mí y sobre el otro, de reconocimiento y aceptación de nuestro tipo de personalidad y la del otro, nuestra manera de vivir y de amar, lo que cada quien puede dar y recibir en la relación, saber que necesitamos y que podemos esperar. Es importante que podamos hacerlo sin juzgar para evitar contaminar el proceso y nuestra alma con la energía negativa del Ego, para evitar darle espacio a ese invento tan poco generoso que es la culpa, la crítica, las interpretaciones, lo que consideramos defectos, aquello que me molesta. Se trata de vivir este proceso desde nuestro Ser, para dedicar nuestra energía a lo positivo que hay mí, en el otro y en la relación, ese espacio de encuentro donde tú, el otro y la relación es posible y realizable.

Resulta importante identificar aquello que queremos en el amor y confirmarnos en nuestras decisiones. En este proceso aprendemos sobre nosotros mismos y sobre el otro, para crecer juntos y compartir el camino sin juzgarnos, reconociendo y creando ese espacio común donde lo positivo de ambos sea posible.

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