El año de la integración.

Este será un año de integración, para reflexionar, asimilar y poner en práctica todo lo que hemos aprendido en el camino de la vida hasta el día de hoy. Un tiempo para hacer propias y conscientes las lecciones recibidas a través de las personas, relaciones y experiencias vividas. De esta manera, podremos conformar nuestro núcleo de sabiduría y guía interior, integrando todas esas lecciones que nos han sido entregadas.

Se trata de armonizar nuestros cuerpos: mental, emocional, físico, espiritual y energético, para alcanzar el equilibro. Porque todo lo que está en equilibro está bien, se siente bien y nos hace bien. Aporta a nuestro proceso y nuestro bienestar. Lograr el equilibro es la meta.

En este proceso de integración, vamos a darnos permiso de sentir también esas emociones que nos producen malestar e incomodidad y que por lo mismo casi siempre negamos o rechazamos, sin darnos cuenta de que aquello que resistes, persiste. Cuando pones resistencia, estás entregando tu energía a lo que intentas evitar y por lo mismo permanece. Cuando lo reconoces y aceptas sin juicios ni críticas, se deshace solo porque ya no recibe la energía que lo sustenta.

Se trata de aprender a transitar las emociones para aprender de ellas. Las emociones son mensajeros que nos vienen a mostrar aquello que aún necesitamos comprender y aprender para evolucionar a un nuevo nivel de consciencia. Es importante recordar que sentir no es lo mismo que actuar. No estas obligado a actuar todo lo que sientes. Tienes al poder de hacer una pausa para decidir qué emociones y sentimientos deseas actuar y de qué manera. Se trata de reconocer nuestras emociones y sentimientos, darnos el permiso de sentir para sanar y aprender las lecciones que nos son entregadas. Cancelemos las palabras de controlar, enfrentar y manejar por el de transitar las emociones, escuchar el mensaje que viene a entregarnos. Desde la pausa podemos controlar y decidir nuestras acciones y nuestra actitud, no las emociones. Las emociones no son ni buenas ni malas, son humanas y nos hacen completos.

Esa emoción que rechazas es un maestro y tiene un propósito en tu vida, está ahí para enseñarte algo, para ayudarte a pasar una asignatura pendiente. Escucha lo que te viene a decir, escucha su mensaje porque es importante para ti, para crecer adentro y vivir mejor. Para evolucionar hacia un nuevo espacio de conciencia.

Procuremos también, integrar nuestro ego, porque representa integrar nuestra mente. La mente es una herramienta muy poderosa e imprescindible para crear nuestra experiencia de vida y nuestra realidad. Es un instrumento súper valioso para ser usado en nuestro beneficio, de la manera que mejor te sirva. Eres tú quien la utiliza para lograr lo que deseas, para hacer realidad tus sueños.

Se trata de mover nuestra energía del Ego y sus representaciones e identificaciones mentales a nuestro Ser, a nuestra esencia, nuestra verdadera naturaleza, para vivir y actuar desde allí. Para crear desde nuestro Ser la vida que deseamos vivir, desde allí comunicarnos y compartir en nuestras relaciones. El Ser nos conecta con los otros, desde allí se establece el vínculo interior de afecto y empatía que nos permite hacer contacto con los otros. Para poder ver al otro. Porque mirar es diferente a ver, se mira con los ojos y se ve con el alma.

Todo lo que necesitas está dentro de ti ahora: descúbrelo, reconócelo y úsalo. ¡Bienvenidos al viaje interior!

¿Por qué sufrimos?

Todo aquello que no somos capaces de aceptar es la principal fuente de nuestro sufrimiento. Nos peleamos con la realidad, ponemos resistencia y comenzamos a pasarla mal. Los hechos por lo general son neutros. Son nuestras interpretaciones a lo que ocurre fuera lo que nos provocan malestar, sufrimiento o insatisfacción. Resulta importante poder separar la interpretación de los hechos, de lo sucedido. No se trata de negar lo que ha sucedido si no de evitar que esto tenga un efecto emocional negativo en nuestro bienestar e impedir que pueda sabotear nuestra felicidad.

El sufrimiento es opcional porque uno tiene el poder de elegir aquello que quiere creer, uno decide a cuál pensamiento se ata y dónde pone su atención. Es cierto que en muchas ocasiones esta decisión es completamente inconsciente por lo que se trata de hacerla consciente, de darnos cuenta para identificar aquel pensamiento que hemos decidido creernos y que nos provoca la emoción que sentimos. Cada emoción que experimentamos es provocada por un pensamiento asociado a esta. Sucede que los pensamientos viajan demasiado rápido y casi nunca solos, por lo que resulta difícil reconocerlos e identificar cuál es el pensamiento específico que nos provoca determinada emoción.

El primer paso para dejar ir a los pensamientos que nos hacen sentir mal es darnos cuenta, reconociendo la historia que nos hemos decidido creer. Hacer consciente el cuento que me cuento. Como historia me refiero a la secuencia de pensamientos asociados a esa situación, persona o relación. Se trata de identificar cuál es el o los pensamientos que decidimos creernos y que nos habla a través de nuestro sufrimiento.

Una vez que hayamos identificado cuál es el pensamiento que nos provoca la emoción que sentimos, la interpretación que asumimos como cierta y qué resulta la causa de nuestro malestar, lo siguiente será comenzar a cuestionarlo: ¿Es esto verdad? ¿Es este pensamiento cierto? ¿Cómo puedo estar completamente segura de que ese pensamiento es cierto? ¿Cómo reacciono, qué pasa cuando creo en ese pensamiento? ¿Cómo me comporto, cómo trato al otro o los otros cuando creo en ese pensamiento? ¿Cómo sería yo sin ese pensamiento? ¿Cómo sería este momento sin ese pensamiento? ¿Dónde quiero poner mi atención? Son algunas de las preguntas que podemos hacernos es este proceso de cuestionarnos aquello que decidimos creer que nos hace daño y por lo cual sufrimos.

Se trata de observar nuestros pensamientos sin identificarnos con ellos, simplemente reconocer aquel o aquellos pensamientos que nos provocan sufrimiento para cuestionarlos, aprender de ellos y dejarlos ir. De este modo ya no tendrán mayor impacto en nuestro bienestar. Es cuando elegimos creemos un pensamiento desfavorable lo que nos lleva a sentirnos mal, es ahí cuando inicia nuestro peregrinar hacia el sufrimiento.

Las expectativas y el apego suelen estar casi siempre asociados a las interpretaciones y pensamientos que generan gran parte de nuestro sufrimiento. Nuestras expectativas representan aquello que nos gustaría, ese ideal que esperamos y deseamos ocurra. Nuestro sufrimiento es directamente proporcional al nivel de nuestras expectativas. Mientras mayor sea el espacio entre nuestra idealización y la realidad, mayor será la cuota de sufrimiento, porque participamos de la vida desde un ideal que evidentemente no coincide con la realidad. Acá es donde resulta imprescindible practicar la aceptación como un proceso activo, para tener un enfoque objetivo y sacar el mejor provecho de la realidad, dejar de pelearnos con ella para encontrar la manera de estar lo mejor posible.

El apego es el resultado de relacionarnos desde la carencia. Intentamos llenar nuestros vacíos desde el exterior. De este modo y sin darnos cuenta, vivimos con el miedo permanente a perder aquello que hemos creído es la fuente de nuestro bienestar. Y acá llegamos al cuento del gato que se muerde la cola porque relacionarnos desde el miedo y la necesidad nos genera dependencia y mayor infelicidad. Todos tenemos vacíos y se trata de aprender a gestionarlos desde nuestro interior, llenándolos de nosotros mismos, reconociendo que tenemos el poder de elegir cómo queremos vivir.

Otras de las maneras más rápidas y efectivas para pasarla mal es compararnos y quejarnos, por la sencilla razón que estamos poniendo nuestra atención en lo que nos falta, en aquello que no está o que se presenta de manera diferente a cómo nos gustaría y deseamos que fuera. Las comparaciones son odiosas e injustas porque casi siempre comparamos el pedacito luminoso y deseable que podemos percibir de los otros, con todo lo que no nos gusta o quisiéramos fuese diferente en nosotros o en nuestra vida. Comparamos peras con manzanas por lo que casi siempre salimos perdiendo. Damos una interpretación equivocada a la realidad y ponemos nuestra atención en aquella parte que no nos satisface, aquella situación o relación que se presenta distinta a como quisiéramos o nos gustaría que fuera.

A su vez, resulta imprescindible aprender a transitar nuestras emociones. Observarnos, reconocerlas, identificar y cuestionar el pensamiento que nos provoca esa emoción, aprender de ella para liberarla, dejarla ir. Las emociones son mensajeros que nos viene a enseñar algo valioso y necesario para nuestra evolución hacia un nuevo nivel de conciencia. Cuando nos damos el permiso de sentir y transitar nuestras emociones, podemos llegar al origen de nuestro sufrimiento, de nuestra herida, para aprender las lecciones de vida importantes para nosotros que están ahí, en nuestro núcleo de sabiduría.

Otra manera rápida y efectiva para dejar de sufrir es conectarnos con el momento presente y comenzar a agradecer por todo lo que forma parte de nuestra vida. En el momento que ponemos toda nuestra atención en el ahora y en la gratitud, nos conectamos a nuestra esencia, entramos en un espacio interior de paz que nos produce bienestar. Todos los pensamientos, emociones y acciones que surjan desde este estado, tendrán un efecto positivo, nos conducirán a un mayor nivel de conciencia y de autoconocimiento en el camino hacia nuestro crecimiento personal.

En lo profundo de nuestras heridas se encuentran las lecciones que necesitamos aprender, el espacio de conciencia y la energía que requerimos para seguir avanzando en el camino de la vida. Todos podemos practicar la pausa para transitar nuestras emociones. El sufrimiento sólo habita en nosotros cuando no nos cuestionamos aquello que decidimos creernos y que nos hace daño. Son las interpretaciones desfavorables que damos a lo que ocurre en nuestro entorno lo que origina la emoción que experimentamos. Se trata de identificar aquel pensamiento que nos provoca sufrimiento para cuestionarlo y aprender la lección que nos viene a enseñar, para crecer y sanar desde adentro. Para dejarlo ir…como a las nubes en el cielo.

Perdonar a los otros para liberarse uno mismo.

Recuerdo aquella historia en la que dos viejos amigos se reúnen después de varios años sin verse cuando uno de ellos se entera con profundo pesar que su amigo está muy enfermo, en fase terminal. Al conocer sobre la gravedad de su amigo, el otro decide ir a visitarlo cuanto antes para pasar un rato juntos y hacerle compañía. Es así como durante la visita los dos amigos recuerdan anécdotas del pasado, conversan sobre su vida de entonces y los eventos en lo que se forjó su amistad.

En este recuento de sus vidas, rememoraban cuando se conocieron hace ya muchos años en una cárcel, siendo ambos prisioneros de guerra. Después de una larga pausa reflexionando sobre el tiempo que compartieron en prisión, el amigo le pregunta al enfermo: ¿Y tú, ya los perdonaste? A lo que el otro responde con todo el peso de su dolor y enojo: No, nunca los voy a perdonar. Al escuchar la respuesta del enfermo, su amigo con profunda tristeza le contesta: Entonces todavía te tienen prisionero.

El perdón es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismo en esta vida. Es el camino para sanar y liberarnos de aquello que no hace sufrir y nos impide ser felices. Perdonamos porque nos merecemos y queremos ser libres, más allá de los otros y del pasado, deseamos sanar nuestras heridas para vivir a plenitud nuestro presente, sin lastres. Nos concedemos la libertad para dejar de estar atados a un pasado, situación o personas que nos producen sufrimiento e infelicidad. Perdonar es un acto de amor propio donde decidimos dejar ir aquella experiencia del pasado que afecta nuestro bienestar.

Cuando perdonamos esto no significa que aprobemos o estemos de acuerdo con lo sucedido, que validemos las acciones de los otros; si no que comprendemos y aceptamos lo ocurrido y elegimos quedarnos con lo más valioso de la experiencia que serán siempre sus lecciones. Dejamos de esforzarnos por tener un mejor pasado y decidimos aprender de lo vivido. Capitalizar la experiencia.

A través del acto de perdonar podemos salir de este atolladero emocional que nos ancla al pasado, para comenzar a vivir nuestra vida entregando toda nuestra atención y energía al presente, para dejar de estar prisioneros y limitados por lo ocurrido. Dejamos de entregarle a los otros y al pasado el poder de influir para mal nuestra vida, arruinar nuestro presente y contaminar nuestra alma.

Del mismo modo que no pondrías ni un gramo de veneno en tu comida, no permitas que el rencor y el resentimiento envenenen tu alma.

Perdonar sólo depende de ti, de que tú quieras hacerlo. Es algo que sólo tú puedes hacer por ti.  Se trata de ofrecer el perdón a todo aquello que haya causado dolor y sufrimiento, con la profunda convicción que tanto nosotros como los otros y las circunstancias, hemos sido instrumentos, el medio y canal, a través del cual son entregadas y recibidas aquellas lecciones importantes y necesarias para nuestro crecimiento personal.

Perdona y perdónate porque todos estamos evolucionando y evolucionar trae implícito equivocarse. Perdonar es algo que hacemos por nuestro bienestar, por nosotros y para nosotros.  Es primero que todo, un gran acto de amor por ti y si en el proceso resulta que le puede servir o beneficiar a alguien más, entonces será dos veces bueno.

Enamoramiento y Amor. ¿Por qué nos enganchamos?

El enamoramiento es la etapa previa al amor. Cuando nos enamoramos nos relacionamos con el ideal, con esa persona idealizada que hemos creado en nuestra imaginación. Todo resulta natural y sin esfuerzo, nos enamoramos de manera espontánea porque la persona con la que estamos posee aquellas cualidades que nos atraen y alguna de las cuales a veces ni tan siquiera somos conscientes.  En esta etapa de idealización del otro, predominan la atracción física y química, los deseos, los sueños y nuestra idea del amor. Mucho más profundo yacen necesidades emocionales y afectivas, así como carencias del mismo tipo, de las cuales no somos conscientes y que de alguna manera marcaron nuestras relaciones afectivas en el pasado, iniciando en nuestra infancia.

El enamoramiento es la primera etapa de una relación y suele durar por lo general año y medio, aunque sabemos que para las relaciones no hay recetas y casi nada es absoluto ni definitivo. Cada pareja es un mundo y funciona a su manera. Durante la etapa del enamoramiento nos relacionamos casi siempre y mucho más con la persona idealizada, aquella que deseamos que sea y no tanto con la persona que en realidad es. Vemos al otro a través de los lentes de nuestros mejores deseos y muchas veces proyectamos en el otro cualidades que nos atraen y que no necesariamente están allí, sino que son un reflejo de nosotros mismos. Vemos en el otro aquello que nos gusta de nosotros mismos. Por supuesto que no todo en esta etapa es producto de nuestra imaginación ni está distorsionado por nuestros deseos, es también muy cierto que el otro tiene cualidades, actitudes y detalles que nos enamoran y nos hacen sentir muy bien en su compañía.

Sin embargo, ni tú ni el otro son muy reales en esta etapa pues ambos están haciendo su mejor y mayor esfuerzo por cumplir con las expectativas del otro en el arte de enamorar. Nos convertimos de manera natural y espontánea en aquello que vemos en los ojos de quienes deseamos. Modificamos nuestra conducta para enamorar al otro, con la genuina ilusión de que la relación funcione y ambos seamos lo que el otro ha buscado y espera en el amor. Realmente queremos ser su pareja.

Pasado el enamoramiento este cede el paso a la etapa del amor. En esta segunda etapa de la relación nos relacionamos cada día más con la persona real a medida que transcurre el tiempo. Cada día tú y el otro son más reales y menos idealizados.

Este paso del enamoramiento al amor es uno de los retos más grandes para la relación. Lo que antes nacía de manera espontánea y sin mayor esfuerzo comienza a hacerse cansino o rutinario, aparecen los primeros conflictos, las interpretaciones, los vacíos en la comunicación y las incomprensiones de una y otra parte. Vivimos un proceso de reajuste donde nos enojamos, nos contentamos, nos mal interpretamos, nos aclaramos, nos reconciliamos, en medio de un torbellino de dudas y sentimientos de todo tipo que crean confusión, frustración, contaminan la relación y debilitan el vínculo.

Las dudas aparecen y crecen, nos preguntamos ante cada tropiezo: ¿estoy con la persona que en realidad quiero que sea mi pareja?  La espontaneidad y los deseos van cediendo a la rutina y a veces al cansancio. Y es aquí el momento para tocar base contigo y regresar a ti. Saber quién eres y qué quieres, en especial de la relación y de tu pareja. Muchas veces tenemos mucho más claro lo que no queremos en nuestra relación y ese también es un camino muy válido para acercarnos a lo que queremos. Se trata de aprender a conocer y entender sin juicios, a mí y al otro.  Ser conscientes sobre qué quiero y qué necesito en mi relación, qué es importante para mí, para sentirme y estar bien en esa relación.

En la etapa del amor descubrimos que el amor no sólo es un sentimiento si no es también una decisión. Las parejas que están juntas es porque así lo han decidido. De este modo uno decide poner su atención en lo que si funciona, me gusta y está bien en el otro y en la relación. Se crea un espacio de tolerancia y entendimiento para hacer más llevadero lo que te gustaría fuera diferente. Es el momento de hablar para crear acuerdos sobre los temas que nos afectan. Donde pones tu atención crece. Las relaciones se construyen a través de la comunicación, llegando acuerdos a través de los cuales crear la relación que ambos desean.

En aquellas ocasiones en las cuales nos enganchamos en relaciones complicadas que nos producen mucha confusión e inestabilidad, podría ser que el otro de alguna manera nos recuerda, dado que se asemeja en su tipo de personalidad, a aquella figura afectiva inmediata, materna o paterna o hermanos, con la cual tuvimos una relación en el pasado marcada por conflictos emocionales no resueltos. De manera inconsciente buscamos solucionarlos en esta nueva relación. Ahora como adultos intentamos reescribir la historia para que esta vez si sea como nos habría gustado que fuera. Para recibir aquello que tanto necesitamos y añoramos de nuestra figura afectiva inmediata en esa etapa de la vida y que por alguna razón no nos fue entregado. Todo esto es un proceso completamente inconsciente, a través del cual y sin darnos cuenta intentamos solucionar conflictos emocionales no resueltos en el pasado con nuestras figuras afectivas inmediatas.

Sucede que esa semejanza en los tipos de personalidad entre aquella figura afectiva fundamental de nuestra infancia y esta otra persona en mi relación, condiciona y limita la posibilidad real de que esta vez logre recibir del otro lo que siempre he querido. Entre otras cosas porque cada quien se relaciona desde y a través de su tipo de personalidad y es muy probable que recibas y carezcas de lo mismo si ambos tienen un tipo de personalidad muy similar. Cada uno ama y expresa su amor a través de su tipo de personalidad. No recibirás peras del olmo por más que lo intentes, ames, te entregues y te desvivas en la relación.

La transición del enamoramiento al amor es una etapa muy importante de aprendizaje sobre mí y sobre el otro, de reconocimiento y aceptación de nuestro tipo de personalidad y la del otro, nuestra manera de vivir y de amar, lo que cada quien puede dar y recibir en la relación, saber que necesitamos y que podemos esperar. Es importante que podamos hacerlo sin juzgar para evitar contaminar el proceso y nuestra alma con la energía negativa del Ego, para evitar darle espacio a ese invento tan poco generoso que es la culpa, la crítica, las interpretaciones, lo que consideramos defectos, aquello que me molesta. Se trata de vivir este proceso desde nuestro Ser, para dedicar nuestra energía a lo positivo que hay mí, en el otro y en la relación, ese espacio de encuentro donde tú, el otro y la relación es posible y realizable.

Resulta importante identificar aquello que queremos en el amor y confirmarnos en nuestras decisiones. En este proceso aprendemos sobre nosotros mismos y sobre el otro, para crecer juntos y compartir el camino sin juzgarnos, reconociendo y creando ese espacio común donde lo positivo de ambos sea posible.

amor