¿Desde dónde nos relacionamos?

En las sociedades occidentales aprendimos a relacionarnos desde la carencia, buscando afuera lo que creemos nos falta. Así nos creímos el cuento de la media naranja, donde un otro nos completa. Nos lo enseñaron las películas, las novelas, las series de televisión, las canciones y baladas que romantizan la dependencia emocional. Nos hicieron creer que la felicidad viene de afuera y hasta soñamos con el príncipe azul.

Cuando nos relacionamos desde la carencia, de igual manera se instaura en nuestra vida el miedo permanente a perder eso que hemos decidido creer es la fuente de nuestro bienestar. De este modo, nuestros vínculos se construyen desde el apego que según señalan los budistas es la principal fuente de sufrimiento.

Se trata de redefinir nuestros vínculos desde la certeza de que el amor es un espacio para crecer y compartir, que construimos desde la libertad de elegir y no desde la necesidad y la dependencia a otro. Porque cuando uno necesita ya no elige y el miedo a perder esa felicidad que has puesto afuera de ti, en tu pareja, es una carga muy pesada de sostener y nos causa mucho sufrimiento.

Debemos recordar que una relación siempre es de dos por lo que una sola parte nunca será la responsable del estado de la relación. Lo que el otro decida hacer con su mitad del puente para bien o para mal no es nuestra responsabilidad. Sólo somos responsables de lo que hacemos nosotros. Si el otro decide alejarse, ausentarse, enojarse, mentir o salirse de la relación, esa es su decisión y no somos responsables de los actos de los demás, únicamente de los propios. Hay que aprender a dejar de sentirnos culpables por lo que hace otro.

En realidad, uno nunca pierde a nada ni a nadie en esta vida pues nada se termina solamente se transforma. Cuando asumimos el sentido de temporalidad de todo en esta vida, aprendemos a vivir en el presente, valorando y agradeciendo lo que es. Se acrecienta el disfrute en el ahora y siempre podemos elegir aprender, aún en las peores circustancias.

Se trata de reconocer que uno se relaciona desde la plenitud y el disfrute, para compartir todo lo que somos sin necesitar que otro me complete o me entregue aquello que necesito. Porque me reconozco capaz, quiero y puedo entregármelo yo, porque me asumo protagonista de mi vida y creadora de mi felicidad.

El apego y las expectativas nos generan mucho sufrimiento, ambos parten de creencias erróneas y limitantes que sabotean nuestro bienestar y nuestra autoestima. Acá aparece ese concepto imprescindible que es la pareja interna. Para ello debemos observar y reconocer cómo es la relación que tengo conmigo, cómo me hablo, qué me digo, si me critico, me juzgo, me saboteo; o me acepto, me felicito, me cuido y me mimo. Se trata de hacer consciente mi diálogo interior y su impacto en mi bienestar.

A partir de este nuevo espacio de conciencia, vamos a reconstruir el vínculo con nosotros mismos desde la aceptación de todo lo que me gusta y no me gusta de mí. Sin juicios y con profunda compasión que no es otra cosa que comprendernos sin juzgar. Reconocer mis necesidades y elegir cómo, cuándo y con quién voy a satisfacerlas. Aprender a transitar las emociones y gestionar mis vacíos desde la certeza del “yo puedo” que es la base de la autoestima. El “yo puedo” tiene diferentes dimensiones: yo puedo sola, yo puedo aprender, yo puedo pedir ayuda, yo puedo delegar. Comenzar a hacer uso de todas sus variantes porque desde el “yo puedo” me siento capaz y se cultiva la confianza básica que es una cualidad imprescindible para caminar por la vida.

Una vez que hemos creado la pareja interna, nos relacionamos con el mundo desde la plenitud y con la libertad de elegir. Aprendemos a disfrutar de la propia compañía y dejamos de depender. Ya no nos sentimos solos. Asumimos que somos creadores de nuestro bienestar y nuestra felicidad comprendiendo que nadie me va a querer cómo me quiero yo, que nadie me va a cuidar cómo me cuido yo, que nadie me va a respetar cómo me respeto yo, que nadie me va a mimar cómo me mimo yo. Porque esa es mi primera responsabilidad.

Y si todo lo anterior viniese también de afuera pues será dos veces bueno, sabiendo que tengo la garantía de que me lo he entregado primero yo. Recibo el amor, el cuidado, el apoyo, el mimo y la compañía que viene de afuera con gratitud y sin depender de esto para sentirme bien, simplemente reconociendo que suma a mi bienestar.

Se trata de salir al mundo a comer sin hambre, eligiendo alimentarme de lo que me hace bien. Uno tiene el poder de elegir de qué se quiere nutrir. Elige alimentarte de todo lo que sume a tu luz y tu bienestar, evita aquello que sabotea tu paz. El autocuidado parte por observar para luego poder elegir cómo me quiero nutrir, todo aquello que incorporo a mi vida a través de los sentidos y los lentes con los que miro e interpreto lo que ocurre afuera.

Es importante reconocer nuestras creencias limitantes, los condicionamientos familiares y sociales y aquellos mandatos externos que sabotean nuestro bienestar. Procuremos construir vínculos sanos reconociéndonos completos y capaces, con el propósito de compartir y nunca desde la carencia. Aprendamos a relacionarnos por placer y por disfrute para compartir sin depender. Liberarnos de la dependencia emocional es uno de los mejores regalos que podemos hacernos en esta vida, para viajar más ligeros y ser un poco más felices.

Aquel juego tan extraño.

Esa noche se inauguraba la feria en el pueblo. Desde las primeras horas se sentía el bullicio y entusiasmo para tenerlo todo listo y a tiempo a la hora en que iniciaría la gran fiesta. En un ir y venir incesante, la feria mostraba sus primeras formas. Aparecían los puestos para la comida, se ensamblaban los distintos juegos y así sucesivamente se construía aquel espacio para el disfrute y regocijo de todos. La explanada que servía de escenario a la feria poco a poco mostraba otra apariencia, se llenaba de alegría, música, colores y voces.

En el área de los juegos, frente a uno de ellos, en una construcción pequeña y muy parecida a una casita, se habían reunido varios perros del parque a jugar. Uno de ellos estaba parado frente a la puerta pues antes de entrar le gustaba escuchar lo que comentaban sus amigos que subían y bajaban de los juegos con gran frenesí. Allí estuvo un rato aquel perro, quieto frente al juego de la pequeña casa, viendo como entraban y salían sus amigos, los otros perros y a quienes les preguntaba: ¿Te ha gustado? ¿Cómo es? ¿De qué se trata este juego?

Para su asombro y despertando en él una gran curiosidad asombrosa, no comprendía cómo era posible que recibiera respuestas tan disímiles y extremas de unos y otros perros. Hubo algunos que le dijeron: es lo más divertido que existe, te encuentras a muchos otros perros como tú que te saludan, brincan, se alegran y enseguida comienzan a jugar contigo, ¡¡me encantó!! ¡¡¡No te lo pierdas!!! Y otros perros que salían muy disgustados, le decían: es el peor juego que he conocido en mi vida, todos te ladran, te gritan, te agreden, te dan la espalda, están todos muy enojados allá adentro.

El perro que aún no había entrado al juego no salía de su asombro ante comentarios tan diametralmente opuestos sobre un mismo lugar y una misma experiencia. ¿Cómo era posible que aquello que a unos les resultaba la mayor diversión, para otros había sido lo peor que habían conocido? Movido por el deseo de averiguar qué pasaba allí y buscando satisfacer su curiosidad creciente, quiso probar cuanto antes aquel juego tan intrigante. Al llegar a la entrada, se detuvo a mirar el cartel donde aparecía el nombre del juego. Allí pudo leer: “La casa de los espejos”. Y entonces, lo comprendió todo.

Ocurre con bastante frecuencia que así también es la vida, como un espejo que nos devuelve la cara que le ponemos. Escoge bien que cara le pones a la vida porque es muy probable que sea la misma que te regrese de vuelta. Con nuestra actitud creamos nuestra experiencia de vida y nuestra realidad. Es muy posible que aquello que vemos en los otros también sea nuestro, para bien o para mal. Tal vez y sin darnos cuenta, proyectamos en los otros aquello que negamos o rechazamos de nosotros mismos, nuestros temas no resueltos y que habitan casi siempre en nuestro inconsciente. Del mismo modo, lo que nos gusta en los otros, suele ser aquello que nos complace de nosotros mismos. Se trata de detenernos a observar y reflexionar que tanto de lo que vemos afuera y en los otros es también nuestro, para descubrir cómo son los lentes a través de los cuales miramos la vida y cuanto en ella acontece.

Cuántas veces decidimos de manera categórica y unilateral que el otro está mal, que es su culpa, juzgamos al otro y nos llenamos de excusas para justificar nuestro comportamiento, considerando que el problema son los demás. En esos casos, nos vendría muy bien detenernos a analizar nuestra parte, cómo y cuánto hemos contribuido nosotros a la situación o al conflicto que estamos viviendo.

Entreguemos nuestra mejor cara a la vida, la más amplia de nuestras sonrisas, aquello que deseamos que nos sea entregado de vuelta, lo que deseamos recibir. Y a su vez, procuremos tratar a los otros de la manera en que nos gustaría ser tratados. Y tú, ¿qué cara le pones a la vida?

Vivir es un acto de fe.

Hace tiempo cambié los “¿por qué?” por los “¿para qué?” Creo que en esta vida todo sucede para algo y casi siempre para bien, todo tiene un propósito, aunque en el momento que lo estamos viviendo nos cueste trabajo comprenderlo o aceptarlo. La claridad nos llega casi siempre en retrospectiva, al mirar hacia atrás todo cobra sentido y comprendemos su razón de ser. La vida casi siempre nos enseña que aquello que creíamos un inconveniente, termina siendo una bendición. Se trata de poder ver las bendiciones escondidas detrás cada situación y cada experiencia que se nos presenta. Aprender a mirar con la sabiduría del alma.

Otra de mis certezas de vida es que lo que nos hace sentir mal, lo que nos provoca frustración, malestar y sufrimiento, no son los hechos por sí solos, si no nuestra interpretación personal y muy particular sobre el hecho, nuestros pensamientos asociados a este. Se trata de estar conscientes, observar e identificar aquel o aquellos pensamientos que provocan la tristeza, el enojo, la frustración o la emoción que siento, para dejar de poner mi atención allí. Evitar dedicarle tiempo y energía a esos pensamientos que decidí creerme y que provocan esos sentimientos que me hacen tanto daño. Dejar de poner nuestra atención en los pensamientos que no me sirven porque me hacen sentir mal. Intentar separar las interpretaciones de los hechos y más aún, cuestionarnos esos pensamientos hasta deshacerlos.

Intentemos contemplar los pensamientos en la mente como a las nubes en el cielo, ellos están ahí, los puedo ver, observo cómo se mueven, cómo cambian, cómo pasan y decido que no me voy a enganchar en ellos, voy a dejarlos ir, porque mi mirada y la plenitud de mi Ser, está más allá de esas nubes, está en el cielo…o en el mar…en el infinito que nos une y nos conecta, desde una esencia común de luz, amor y vida.

Uno de lo más aportes más valiosos de la psicología positiva es que nos ofrece un nuevo paradigma, desde el cual, en lugar de enfrascarnos en batallar y rechazar el sufrimiento o el malestar que sentimos, centremos nuestra atención y energía a construir y amplificar nuestro bienestar. Uno siempre tiene el poder de elegir donde pone su atención, lo cual resulta crucial porque donde pones tu atención, crece y lo que resistes, persiste cuando le entregas tu energía a lo que no quieres, a aquello que te hace sentir mal. Se trata de crear nuestro bienestar poniendo nuestra atención en aquello que si funciona, si me gusta, si está bien y me hace sentir bien. Recalibrar la brújula para construir nuestro bienestar poniendo nuestra energía y presencia en esas relaciones y áreas de tu vida donde encuentras satisfacción y bienestar.

Aprendí que la paz no es la ausencia de conflictos. Los conflictos forman parte de las relaciones al igual que son parte de la vida, nos ayudan a conocernos, a poner límites saludables, a aprender y crecer. Descubrí que puedo vivir con ellos porque siempre me ofrecen la oportunidad de aprender lecciones importantes y necesarias para mí. Cuando evitamos el conflicto casi siempre lo estamos internalizando, lo llevamos hacia dentro de nosotros, con el consiguiente costo emocional, negándonos la oportunidad de aprender y de ganar presencia en el mundo exterior.

La paz es un lugar interior, un espacio dentro de uno, en el centro y la esencia de lo que somos, a la cual podemos conectarnos de muchas maneras, para intentar vivir y actuar desde allí. Lo que sucede afuera nos afecta, en especial, las interpretaciones que le damos a esto que sucede afuera.  Por eso es tan importante tomar tiempo y distancia cuando se presentan situaciones que nos sacan de nuestro centro, para evitar reaccionar ante esto.

El cuerpo emocional está acostumbrado a reaccionar, es su naturaleza, por eso procuremos hacer una pausa para evitar reaccionar y comenzar a responder de la manera que mejor nos ayuda a comunicarnos y relacionarnos. Concedernos tiempo para que nuestras respuestas y acciones sean el resultado de nuestras decisiones, dejando de reaccionar en automático, tomando en cuenta lo que queremos y lo que no queremos, para nosotros, en nuestra vida y nuestras relaciones.

La felicidad es un acto de decisión personal, uno decide ser feliz. Es un estado general y superior de la existencia. Se puede ser feliz, lo cual no significa que estés todo el tiempo contento. Habrá momentos en los que no te sientes bien o te pongas triste o te gustaría que algo fuera diferente. Estas son situaciones temporales y especificas dentro de un estado más amplio, superior y permanente de bienestar o felicidad. Ambos, lo transitorio y lo permanente más allá del momento, la situación, los pensamientos y las emociones asociadas a todo esto, son muy válidos, todo tiene su razón de ser. Su propósito primero o más evidente, su beneficio inmediato, es aprender las lecciones que nos son entregadas a través de los vivido. Los significados son dinámicos y según pasa el tiempo estos evolucionan hasta convertirse en razones y lecciones más cercanas y personales, significados propios.

En la vida no hay errores, sólo lecciones y estas se repiten hasta que nos las aprendemos. Detrás de cada relación, de cada persona y de cada experiencia hay enseñanzas de vida importantes y necesarias para nosotros, para crecer adentro, para despertar, para evolucionar hacia un nuevo nivel de consciencia, una nueva manera de participar de la vida. A vivir se aprende viviendo y eso nadie más puede hacerlo por ti. Tu vida es tuya. Cada relación es una escuela y cada persona en ella es un maestro.

Todos actuamos y nos comportamos de acuerdo con nuestro tipo de personalidad, el entorno en el que crecimos y nuestro nivel de conciencia. Nuestra actitud, respuestas, decisiones y acciones son el resultado de cómo somos, los lentes a través de los cuales miramos la vida, nuestra historia personal, las circunstancias que nos rodean y el nivel de conciencia que poseemos. Todo esto nos permite comprender mejor a nosotros y a los otros. Darse cuenta será siempre es el primer y más importante paso en el camino a partir del cual lograr aquello que deseas.

Los escritos que aquí les comparto indican el camino hacia el reencuentro con uno mismo. Cuanto en ellos entrego lleva el propósito implícito de comprender, descubrir y aprender cómo soy, qué quiero, qué es importante para mí, cómo puedo lograrlo, qué es posible, qué depende de mí, qué está en mis manos, con qué recursos cuento, dentro y fuera de mí. Abrir un espacio para reflexionar, meditar y participar de la vida desde nuestro ser y nuestra esencia, regresar a uno mismo, a ti, a tu esencia, a quien eres en realidad, a tu verdadera naturaleza. Para conectar con tu Ser. Para vivir y actuar desde allí.

Tan importante como aprender es hacer, aplicar y utilizar aquello que hemos aprendido. Porque entender no pasa de ser únicamente un ejercicio intelectual reducido al espacio de la mente. El verdadero cambio en nuestra vida, aquello que nos llevará a lograr lo que deseamos, son nuestras acciones. Tan imprescindible como contar con el conocimiento, será aplicar cuánto hemos aprendido en este camino, para de este modo lograr los resultados que deseamos. Tu actitud, tus decisiones y tus acciones son el puente que te llevará de tus sueños a la realidad que deseas crear. Se trata de comenzar a mirar las experiencias que vivimos bajo la luz y el deseo de aprender, crecer y compartir, lo cual le confiere propósito y todo su valor a este viaje que llamamos vida.

Como las nubes en el cielo.

Casi todo el tiempo estamos pensando de manera involuntaria, del mismo modo que respiramos y realizamos muchas otras funciones vitales sin apenas notarlo. Nuestra mente produce pensamientos que nacen, crecen, se acumulan, se repiten y cambian de forma como las nubes en el cielo. Es importante aprender que todos esos pensamientos que generamos de manera espontánea no representan lo que somos y al igual que las nubes en el cielo, no son el cielo. Nuestro Ser, la esencia de lo que somos, en cualquier caso, sería el cielo mas no sus nubes. Los pensamientos forman parte de lo que somos, pero no definen quienes somos.

La mente es un instrumento muy valioso e imprescindible para recorrer el camino de la vida. Y es sólo eso, un instrumento que utilizamos y nos servimos de ella para lograr nuestros propósitos y objetivos en la vida. Su valor reside en que somos nosotros quienes la utilizamos, nos servimos de ella y no a la inversa. Cuando es la mente quien manda, quien lleva el control y determina nuestra vida, entonces le hemos entregado nuestro poder para convertirnos en su subordinado suyo y sufrir las consecuencias. Comenzamos a tener una mente tirana que nos juzga, critica, exige y domina hasta dejarnos agotados y exhaustos.

Hacer consciente nuestros pensamientos nos ayuda a conocer cómo somos y aquellos comportamientos que repetimos en automático, los cuales muchas veces se convierten en saboteadores de nuestro bienestar.

Los pensamientos traen asociados de manera espontánea emociones y muchas veces resulta más fácil reconocer cómo nos sentimos que el pensamiento que lo origina. Podemos constatar y percibir con mayor facilidad las emociones y sentimientos que nos provocan nuestros pensamientos. Se trata de fortalecer nuestro observador interior para poder identificar cuál es el pensamiento que nos produce malestar, inseguridad, tristeza, ansiedad, sorpresa, disgusto, enojo o miedo. ¿Cuáles pensamientos son la causa, los responsables de cómo nos sentimos?

Por lo general, cuando descubrimos que tenemos una marcada tendencia a vivir preocupados o anticipar mentalmente situaciones y escenarios negativos, esto nos provocan inseguridad y ansiedad y lo más probable será que nuestros pensamientos están volcados hacia el futuro. El futuro por definición es incierto porque hay múltiples variables que escapan de nuestro control y otras tantas que son impredecibles. Al vivir angustiados por lo que pueda suceder, esto incrementa la sensación de inseguridad y nos pasamos la mayor parte del nuestras vidas agobiados y rebasados por nuestras angustias y preocupaciones.

Del mismo modo, cuando identificamos que la tristeza es el sentimiento que predomina en nuestro estado de ánimo, es casi seguro que los pensamientos asociados a esta emoción estén anclados en el pasado y por lo general cargados de mucha nostalgia. Llevado de la mano de tus pensamientos, revives de manera inconsciente emociones vinculadas a situaciones anteriores que dejaron en ti la sensación de soledad, carencias, desamparo, abandono y pérdida que experimentaste en el pasado. En esta nueva situación te has enganchado de manera inconsciente al pensamiento que te lleva directa e irremediablemente a sentirte de manera muy similar a lo que sentiste en esas otras experiencias del pasado.

Se trata de darnos cuenta de que detrás de nuestros sentimientos y emociones hay siempre un pensamiento que lo provoca, intentar identificarlo, reconocer cuál es el pensamiento al que nos hemos enganchado para cuestionárnoslos. Podemos preguntarnos: ¿Es esto que estoy pensando cierto? Puedo estar completamente seguro de que es así, ¿Qué es verdad? ¿Qué pasa cuando decido creer este pensamiento? ¿Cómo me sentiría si decido dejar de creer este pensamiento?

Cuando nos identificamos con nuestros pensamientos, sin darnos cuenta pasamos a otorgarle la máxima credibilidad y nos cerramos a otras opciones y posibilidades, nos negamos la oportunidad de considerar otra mirada y otras maneras de interpretar la situación. Al observar nuestros pasamientos podremos darnos cuenta si vivimos aún anclados al pasado y a situaciones de entonces que aún nos producen dolor, nostalgia y tristeza; o si por el contrario estamos viviendo un paso adelante de la vida, volcados hacia el futuro y anticipando escenarios adversos.

La solución inmediata será aprender a centrarnos en el momento presente, poniendo toda nuestra atención en el ahora y desarrollar estrategias personales que nos permitan desconectarnos de aquellos pensamientos vinculados al pasado o al futuro que tienen un impacto emocional negativo en nosotros y seguramente en quienes nos rodean.

Todo lo que sentimos está asociado a un pensamiento que lo origina. Por lo general, la ansiedad es el resultado de pensamientos con exceso de futuro, del mismo modo que la tristeza suele ser producto de pensamientos cargados de pasado. Se trata de hacer consciente que tienes el poder de elegir tus pensamientos. No eres lo que piensas y la calidad de tus pensamientos determina la calidad de tu vida. Usa tu poder. Elige qué pensar.

Como nos lo anticipaba Carl Jung, todo que no hagas consciente seguirá dirigiendo tu vida y lo llamarás destino. Por eso es tan valioso identificar los pensamientos responsables de nuestros estados emocionales para poder hacer consciente todo aquello que nos ayude a implementar estrategias y acciones que nos regresen hacia el camino de la salud y el bienestar. Fortalecer nuestro observador para cuestionar nuestros pensamientos, reconocerlos, saber que están ahí, aceptarlos y dejarlos ir, que sigan su camino… como las nubes en el cielo.

Nota: Las preguntas relacionadas con la práctica de cuestionarnos nuestros pensamientos como método para dejar de identificarnos con ellos y recuperar nuestro bienestar emocional, han sido recreadas a partir de la teoría denominada The Work de Byron Katie en su libro, Loving what is.

Foto: Jorge A. Calderón

El desapego desde el amor.

A veces pasamos buena parte de nuestro tiempo peleándonos con la realidad cuando se trata de ciertas personas y situaciones en nuestra vida. Nos desgastamos intentando que alguien nos ame de determinada manera cuando esta persona no puede hacer otra cosa que amarnos a través de la persona que es. Al final o desde el principio, cada uno ama según su tipo de personalidad que determina cómo interpreta la realidad, piensa, siente y actúa. Sabemos cuánta frustración, enojo y dolor nos produce esperar algo de alguien que sencillamente no te lo puede dar.

Cuando las personas que amamos actúan y se comportan de manera diferente a cómo quisiéramos o nos gustaría, casi siempre reaccionamos desde nuestra frustración, dolor y enojo ante esta situación. El otro también reacciona movido por sentimientos similares, el problema crece y el conflicto se hace cada vez mayor. Nos consumimos y agotamos en el drama.

Este es el momento para comenzar a practicar el desapego. Eso no significa que dejemos de querer a esa persona, si no que hemos comenzado a mirar y aceptar la realidad tal y cómo es, no como nos gustaría que fuese.  Le permitimos a esa persona ser quien realmente es y dejamos de desgastarnos en el intento infructuoso de que sea alguien diferente.

Validamos nuestros sentimientos e iniciamos los primeros pasos en el camino del desapego para dejar de participar de una dinámica que nos produce infelicidad y mucho dolor.  Se trata de aprender a amar y a relacionarnos con los otros tomando en cuenta la realidad y aceptando cómo es la otra persona. Los otros casi siempre nos dicen cómo son, somos nosotros los que nos empeñamos en no verlo. A través de sus decisiones, comentarios, acciones, respuestas, cómo nos tratan y cómo se comportan en la relación, los otros nos están diciendo cómo son y qué quieren, se están definiendo a ellos mismos y esto nada tiene que ver con quién o cómo eres tú. Cómo son los otros es algo que no depende de ti. Intentar que el otro cambie es un desgaste inútil porque no tenemos ese poder. Las personas cambian, pero nadie cambia por otro. Cambiar es un acto de decisión personal.

En el proceso de desapego desde el amor se abre la oportunidad de replantearnos nuestras relaciones sobre nuevas bases, tomando en cuenta quiénes somos, cómo somos, cuáles son nuestras necesidades y lo que queremos, redefiniendo que es importante para nosotros en la relación, abriendo nuestras manos para dejar ir y dejar ser. Se trata de regresar la atención hacia uno mismo para restablecer el vínculo contigo y reducir el impacto emocional que nos producen las acciones de los otros, para lograr que te afecte cada vez menos, para construir una dinámica más sana donde tu bienestar y felicidad dependa principalmente de ti mismo.

De este modo, asumimos la responsabilidad con nosotros de querernos, atendernos y cuidarnos. Le entregamos al otro la libertad y la posibilidad de ser quien es del mismo modo que recibimos nuestra libertad y nuestra vida de vuelta. Podemos decidir qué tipo de relación queremos establecer y cómo vamos a participar en ella, tomando en cuenta la realidad y todo aquello qué es importante para nosotros.

En el proceso de desapego validamos nuestros sentimientos y reconocemos que detrás del apego está el miedo. Miedo a la separación, a la pérdida, a sentirnos solos, a contactar con nuestro vacío interior y demás, lo cual nos hace sentir ansiosos, depender y necesitar al otro. Para comprender nuestros miedos y llenar nuestro vacío, es importante comenzar a confiar en nosotros mismos, desarrollar el amor propio y entender que en esta vida todo es temporal, lo cual me conduce a apreciar y disfrutar el presente y todo lo que tengo, con la certeza de que dada esta dinámica de temporalidad todo circula y nada se termina, solamente se trasforma. Cada uno tiene su camino y somos compañeros de ruta por lo que dure el trayecto.

En el camino hacia el desapego asumimos nuestra responsabilidad con nuestro bienestar atendiendo a nuestras necesidades afectivas y emocionales, participando en las diferentes áreas de nuestra vida donde existen otras fuentes de bienestar y cariño. Aceptamos la realidad y cómo es el otro porque aquello que no somos capaces de aceptar es la fuente primaria de nuestro sufrimiento. Buscamos llegar a ese espacio de compasión y gratitud donde dejamos ser al otro, al mismo tiempo que nos liberamos a nosotros mismos de toda la energía negativa inherente a la situación.

No somos responsable de lo que hacen y deciden los demás. Si la otra persona le dedica la mayor parte de su tiempo y atención al trabajo, a sus amigos, a su familia, a cierto hobby, a su grupo religioso, a su negatividad, a su necesidad de control, a su insatisfacción permanente, a algún tipo de adicción, a su inseguridad o cualquiera que sea el tema en su vida; sacamos nuestras manos y nuestros corazones de allí. Tomamos distancia emocional para apartarnos de esa dinámica practicando el desapego, nos apartamos emocionalmente para hacernos responsables de nuestro proceso. Elegimos una manera más sana de relacionarnos con la realidad.

Al principio, la idea del desapego puede resultarnos cuestionable y difícil de aceptar porque podría interpretarse como que el otro o los otros no nos importan. Hemos vivido toda una vida y hasta hoy, en la creencia errónea de que, a través de nuestra conducta apegada y dependiente, centrada en el otro y sintiéndonos responsables de su bienestar, demostramos cuánto amamos y cuánto nos importan los demás. Hemos confundido apoyar, ayudar, escuchar y acompañar con sentirnos responsables y hacernos cargo de la felicidad o infelicidad del otro. Hemos construido nuestras relaciones a partir de la creencia equivocada de que es mi responsabilidad que los otros estén bien, y por tanto soy responsable del estado de la relación.

Amar sin depender significa que queremos y nos importa mucho: los otros, nosotros y la relación, por lo que deseamos lograr que esta resulte lo más saludable posible para ambas partes. Porque cuando uno depende, ya no elige y cuando no tienes la posibilidad de elegir, no hay libertad y sin libertad no puede haber amor.

Aceptamos nuestra dependencia emocional porque dentro de nosotros vive el niño o la niña que alguna vez y por muchos años fuimos y nuestro niño es dependiente porque es un niño y esa es su naturaleza. El camino del desapego implica reconocer y aceptar nuestra dependencia para encontrar los caminos y las maneras de ocuparnos de ella, para satisfacer y procurarnos aquello que necesitamos y queremos desde la persona que soy hoy.  Desarrollar eso que se conoce como pareja interna, donde elijo a ocuparme de mi y mis necesidades practicando el amor propio.

La esencia del desapego desde el amor consiste en amar a los otros y en amarte también a ti. En griego amar se dice agapi que significa “dejar ser”. El desapego como acto de amor es justo esto, dejar ser al otro al mismo tiempo que nos permitimos ser a nosotros mismos, incluyéndonos en el amor.

Perdonar a los otros para liberarse uno mismo.

Recuerdo aquella historia en la que dos viejos amigos se reúnen después de varios años sin verse cuando uno de ellos se entera con profundo pesar que su amigo está muy enfermo, en fase terminal. Al conocer sobre la gravedad de su amigo, el otro decide ir a visitarlo cuanto antes para pasar un rato juntos y hacerle compañía. Es así como durante la visita los dos amigos recuerdan anécdotas del pasado, conversan sobre su vida de entonces y los eventos en lo que se forjó su amistad.

En este recuento de sus vidas, rememoraban cuando se conocieron hace ya muchos años en una cárcel, siendo ambos prisioneros de guerra. Después de una larga pausa reflexionando sobre el tiempo que compartieron en prisión, el amigo le pregunta al enfermo: ¿Y tú, ya los perdonaste? A lo que el otro responde con todo el peso de su dolor y enojo: No, nunca los voy a perdonar. Al escuchar la respuesta del enfermo, su amigo con profunda tristeza le contesta: Entonces todavía te tienen prisionero.

El perdón es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismo en esta vida. Es el camino para sanar y liberarnos de aquello que no hace sufrir y nos impide ser felices. Perdonamos porque nos merecemos y queremos ser libres, más allá de los otros y del pasado, deseamos sanar nuestras heridas para vivir a plenitud nuestro presente, sin lastres. Nos concedemos la libertad para dejar de estar atados a un pasado, situación o personas que nos producen sufrimiento e infelicidad. Perdonar es un acto de amor propio donde decidimos dejar ir aquella experiencia del pasado que afecta nuestro bienestar.

Cuando perdonamos esto no significa que aprobemos o estemos de acuerdo con lo sucedido, que validemos las acciones de los otros; si no que comprendemos y aceptamos lo ocurrido y elegimos quedarnos con lo más valioso de la experiencia que serán siempre sus lecciones. Dejamos de esforzarnos por tener un mejor pasado y decidimos aprender de lo vivido. Capitalizar la experiencia.

A través del acto de perdonar podemos salir de este atolladero emocional que nos ancla al pasado, para comenzar a vivir nuestra vida entregando toda nuestra atención y energía al presente, para dejar de estar prisioneros y limitados por lo ocurrido. Dejamos de entregarle a los otros y al pasado el poder de influir para mal nuestra vida, arruinar nuestro presente y contaminar nuestra alma.

Del mismo modo que no pondrías ni un gramo de veneno en tu comida, no permitas que el rencor y el resentimiento envenenen tu alma.

Perdonar sólo depende de ti, de que tú quieras hacerlo. Es algo que sólo tú puedes hacer por ti.  Se trata de ofrecer el perdón a todo aquello que haya causado dolor y sufrimiento, con la profunda convicción que tanto nosotros como los otros y las circunstancias, hemos sido instrumentos, el medio y canal, a través del cual son entregadas y recibidas aquellas lecciones importantes y necesarias para nuestro crecimiento personal.

Perdona y perdónate porque todos estamos evolucionando y evolucionar trae implícito equivocarse. Perdonar es algo que hacemos por nuestro bienestar, por nosotros y para nosotros.  Es primero que todo, un gran acto de amor por ti y si en el proceso resulta que le puede servir o beneficiar a alguien más, entonces será dos veces bueno.

Dejar ir… y la fábula del mono.

Cuentan que, en un lugar de África, los cazadores tienen una manera muy sencilla para atrapar a los monos. Van dejando en el camino un rastro de cacahuates y frutas que ya conocen les gusta mucho a los monos. Este camino llega hasta un pequeño agujero en un árbol. Allí depositan el resto de los cacahuates y será donde más tarde atraparán al mono.
El mono va siguiendo el rastro, recogiendo los cacahuates hasta llegar al pequeño hueco en el árbol. Allí introduce la mano y llena todo su puño con los cacahuates que se encuentra adentro. Cuando intenta sacar la mano, no puede al haber cerrado el puño para llevarse los cacahuates con él. Como mantiene el puño firmemente cerrado le resulta imposible sacar su mano por un agujero tan pequeño. El mono lucha y se desespera sin darse cuenta de que para poder liberarse solo necesita abrir su mano, dejar ir. Y así, al no poder comprender que solo tiene que abrir su mano y soltar los cacahuates para ser libre, es apresado por los cazadores.
Cuando escuché esta fábula recordé tantas ocasiones en las cuales nos encontramos atrapados de la misma manera que el mono. Sujetamos con fuerza y nos aferramos a situaciones y relaciones, con nuestros puños firmemente cerrados y en detrimento de nuestro bienestar.
Esta historia llevada al ámbito de los seres humanos y nuestras relaciones ilustra de manera elocuente como en ocasiones no nos damos cuenta de que nuestra liberación y bienestar sólo depende de soltar, de abrir nuestra mano para dejar ir. Desprendernos para dejar de sufrir y liberarnos de todo aquello que nos impide estar bien.
La manera más sencilla de soltar nuestros apegos es a través del profundo compromiso y práctica de conectarnos con el ahora, para vivir, ser y estar en el momento presente. Una de las maneras más utilizada para lograr estar en el ahora es a través de nuestra respiración. Pones toda tu atención en inhalar y exhalar y permaneces así durante unos minutos para de este modo regresar a tu Ser interior en el momento presente. Otra manera es a través de poner concentrarnos en la palma de las manos o la planta de los pies o ambas por unos minutos, hasta que tienes la sensación de estar en plena consciencia del momento presente. Existen otras maneras y cada uno podrá encontrar la suya. Se trata de darnos cuantas cuando no estamos en el presente para regresarnos a él una y otra vez. Estar en el ahora en realidad significa regresarnos de manera recurrente al momento presente. Y el mejor método será siempre el que a ti te funcione.
Cada final es un nuevo comienzo. En lugar de preocuparnos y llenarnos de ansiedad por lo que viene después o qué será lo siguiente, abracemos el momento presente con una actitud abierta y genuina curiosidad, con el propósito de aprender las lecciones que nos ofrece la experiencia o la situación que estamos viviendo. Son lecciones importantes y necesarias para nuestro crecimiento personal, para lograr ser la mejor versión de nosotros mismos, para realizar todo nuestro potencial. Se trata de convertirnos en observadores de nosotros, de todo aquello que vivimos en nuestro interior y de aquello que acontece afuera, en el mundo exterior. Donde quiera que estés, estar completamente allí, viviendo con presencia total esa experiencia para aprender las lecciones que nos ofrece. En esta vida no existen errores, solo lecciones y estas se repiten hasta que nos las aprendemos.
Nuestra vida es como un río, viajamos llevados por la corriente y se trata de aprender a disfrutar en sus aguas. Cuando nos resistimos nuestro cuerpo se tensa y nuestra alma se contrae, nos hacemos pesados y nos hundimos. Naveguemos con confianza y en paz, con nuestra fe y nuestras certezas, fluyendo con el proceso de la vida. Respira, conecta contigo, confía y fluye en paz en la corriente del río de la vida ….viajas en tu río y todo está bien.

selva