Aquel juego tan extraño.

Esa noche se inauguraba la feria en el pueblo. Desde las primeras horas se sentía el bullicio y entusiasmo para tenerlo todo listo y a tiempo a la hora en que iniciaría la gran fiesta. En un ir y venir incesante, la feria mostraba sus primeras formas. Aparecían los puestos para la comida, se ensamblaban los distintos juegos y así sucesivamente se construía aquel espacio para el disfrute y regocijo de todos. La explanada que servía de escenario a la feria poco a poco mostraba otra apariencia, se llenaba de alegría, música, colores y voces.

En el área de los juegos, frente a uno de ellos, en una construcción pequeña y muy parecida a una casita, se habían reunido varios perros del parque a jugar. Uno de ellos estaba parado frente a la puerta pues antes de entrar le gustaba escuchar lo que comentaban sus amigos que subían y bajaban de los juegos con gran frenesí. Allí estuvo un rato aquel perro, quieto frente al juego de la pequeña casa, viendo como entraban y salían sus amigos, los otros perros y a quienes les preguntaba: ¿Te ha gustado? ¿Cómo es? ¿De qué se trata este juego?

Para su asombro y despertando en él una gran curiosidad asombrosa, no comprendía cómo era posible que recibiera respuestas tan disímiles y extremas de unos y otros perros. Hubo algunos que le dijeron: es lo más divertido que existe, te encuentras a muchos otros perros como tú que te saludan, brincan, se alegran y enseguida comienzan a jugar contigo, ¡¡me encantó!! ¡¡¡No te lo pierdas!!! Y otros perros que salían muy disgustados, le decían: es el peor juego que he conocido en mi vida, todos te ladran, te gritan, te agreden, te dan la espalda, están todos muy enojados allá adentro.

El perro que aún no había entrado al juego no salía de su asombro ante comentarios tan diametralmente opuestos sobre un mismo lugar y una misma experiencia. ¿Cómo era posible que aquello que a unos les resultaba la mayor diversión, para otros había sido lo peor que habían conocido? Movido por el deseo de averiguar qué pasaba allí y buscando satisfacer su curiosidad creciente, quiso probar cuanto antes aquel juego tan intrigante. Al llegar a la entrada, se detuvo a mirar el cartel donde aparecía el nombre del juego. Allí pudo leer: “La casa de los espejos”. Y entonces, lo comprendió todo.

Ocurre con bastante frecuencia que así también es la vida, como un espejo que nos devuelve la cara que le ponemos. Escoge bien que cara le pones a la vida porque es muy probable que sea la misma que te regrese de vuelta. Con nuestra actitud creamos nuestra experiencia de vida y nuestra realidad. Es muy posible que aquello que vemos en los otros también sea nuestro, para bien o para mal. Tal vez y sin darnos cuenta, proyectamos en los otros aquello que negamos o rechazamos de nosotros mismos, nuestros temas no resueltos y que habitan casi siempre en nuestro inconsciente. Del mismo modo, lo que nos gusta en los otros, suele ser aquello que nos complace de nosotros mismos. Se trata de detenernos a observar y reflexionar que tanto de lo que vemos afuera y en los otros es también nuestro, para descubrir cómo son los lentes a través de los cuales miramos la vida y cuanto en ella acontece.

Cuántas veces decidimos de manera categórica y unilateral que el otro está mal, que es su culpa, juzgamos al otro y nos llenamos de excusas para justificar nuestro comportamiento, considerando que el problema son los demás. En esos casos, nos vendría muy bien detenernos a analizar nuestra parte, cómo y cuánto hemos contribuido nosotros a la situación o al conflicto que estamos viviendo.

Entreguemos nuestra mejor cara a la vida, la más amplia de nuestras sonrisas, aquello que deseamos que nos sea entregado de vuelta, lo que deseamos recibir. Y a su vez, procuremos tratar a los otros de la manera en que nos gustaría ser tratados. Y tú, ¿qué cara le pones a la vida?

El arte de sanar: transformando el dolor en conciencia.

Casi todos hemos vivido experiencias dolorosas a partir de las cuales nos ha tocado la ardua y difícil tarea de reinventarnos. Ese momento donde tenemos que recoger los pedazos de aquello que se nos ha roto por dentro para continuar avanzando en el camino de la vida.

Existen situaciones que nos causan profundo dolor y sentirlo así, casi siempre resulta inevitable. Cuando la vida o nuestras decisiones nos han llevado a ese duro y complicado lugar en el camino, ¿qué podemos hacer por nosotros para recuperar nuestro bienestar? Recuerdo esa frase que nos enseña que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Uno tiene el poder de elegir si desempaca sus maletas y se queda a vivir en los recintos del sufrimiento o, por el contrario, reconoces y aceptas tu dolor, al tiempo que decides continuar avanzando hacia horizontes más amables.

Como casi siempre y casi todo en esta vida, dependerá de dónde decidas poner tu atención, una vez más tienes el poder de elegir. Ante ti se presentan cuando menos dos opciones, entregarte a lo que te hace sufrir o poner tu atención en aquello que te ayuda a estar y a sentirte mejor. Porque donde pones tu atención, crece. Dedícale tu tiempo y energías a aquello que deseas lograr, sentir y atraer a tu vida.

Al mismo tiempo se trata de evitar rechazar o negar lo que estamos sintiendo y viviendo por dentro. Lo más saludable será aceptar ese dolor y cuanto sientes como resultado de esa experiencia, saber que está ahí, dentro de ti y, sin embargo, elegimos levantarnos y seguir, caminando por el sendero que nos conduce a sanar y a recuperarnos. Ese primer paso, es el más importante porque, aunque de momento no te lleve a donde quieres llegar, te saca de donde estabas. Es el inicio de una nueva etapa.

Hace algún tiempo conocí que existe en Japón una técnica de restauración para reparar la cerámica que se rompe en pedazos. Se llama “kintsukuroi” y consiste en componer la vasija que se ha roto uniendo y pegando con oro los pedazos que la conformaban. El resultado es la pieza de cerámica otra vez completa y que a su vez muestra todas sus fisuras, esta vez marcadas y resaltadas por delgadas líneas de oro, lo cual le imprime una belleza única y excepcional. Gracias a esta restauración, lo que eran pedazos rotos se convierte en una obra de arte única e irrepetible, en algo más hermoso y valioso que el original. Cuando supe sobre este arte, me pareció una metáfora muy representativa y delicada sobre el proceso de reparar, sanar y recuperarse de esas situaciones duras y difíciles que a veces nos toca vivir.

De este modo, el dolor se nos presenta como umbral, el punto de partida desde el cual reconocer y comprender que nos hemos desconectado de nuestro Ser. Nos hemos abandonado, perdimos contacto con nosotros mismos, adentro. Como consecuencia de la situación y lo ocurrido, nos hemos desplazado de manera inconsciente, unilateral y casi por completo, hacia nuestro cuerpo emocional o mental, donde se genera gran parte del sufrimiento que nos creamos y nos creemos. Se trata de escuchar dentro de nosotros esa llamada de atención, ese timbre que nos alerta a través de ese punto de dolor. Nuestro cuerpo nos habla, nos envía la señal que necesitamos para despertar, hacer una pausa y regresar a nuestro centro, para conectarnos a nuestro Ser, ese espacio interior donde encontrarás aquello que necesitas y donde restablecer el equilibro perdido, tu paz interior. Desde allí, podremos recuperar nuestro bienestar a través de este camino luminoso de aprendizaje y autoconocimiento. Para aprender y crecer adentro.

A través del proceso de sanar protagonizamos, aún sin darnos cuenta, nuestro renacimiento personal. Esta vez y movidos por las nuevas circunstancias, se nos ofrece la oportunidad descubrir todo aquello de lo que somos capaces, saber de qué estamos hechos y quienes en realidad somos. En nuestra recuperación podemos constatar, muchas veces desde el asombro, la presencia de un ancla interior e innata hacia la salud y el bienestar que nos moviliza y rescata. Aprendemos a reconocer y utilizar todos nuestros recursos, interiores y exteriores, para seguir adelante lo mejor posible. Honrando a la vida y todo lo que ella representa. Asistimos a nuestro proceso de transformación interior, lo cual nos permite evolucionar hacia un nuevo nivel de conciencia y le confiere a lo vivido un valor inigualable.

Reivindicando nuestro lado vulnerable.

Para muchos de nosotros la conexión que sentimos y creamos con aquellas personas que queremos es uno de los pilares fundamentales de nuestras relaciones. Establecer ese vínculo interior con aquellas personas que forman parte de nuestro universo afectivo, es la manera en que deseamos construir la relación, con mayor autenticidad y cercanía. Esta conexión se establece sobre todo cuando nos sentimos vistos, desde el deseo sincero de que el otro realmente nos vea, lo cual, en ocasiones, puede hacernos sentir vulnerables, en ese intento de desnudarnos desde adentro.

Parte de aquello que impide construir la conexión que deseamos en nuestras relaciones es la creencia de no ser cómo deberíamos ser, una cierta inconformidad o no aceptación de nosotros mismos que nos impide mostrarnos cómo somos. En nuestro interior creemos que al mostrarnos cómo somos, el otro va a conocer o ver algo en nosotros que no nos hará merecedores de la conexión que deseamos. Ese sentimiento conocido de “no soy suficiente”, hay algo en mí que no me gusta o no está bien o no es como debería ser o cómo me gustaría que fuera y que, por lo mismo, no le gustará al otro. Ese pensamiento saboteador que nos impide aceptarnos tal y cómo somos, incluyendo aquello de nosotros que no nos gusta o nos gustaría fuera diferente.

Y así, muchas veces y sin apenas darnos cuenta, nos creamos un ideal muy elevado de cómo deberíamos ser. Una especie de perfeccionismo interior que impide que nos sintamos a gusto y satisfechos con todo lo que somos. Se establece en uno cierta necesidad no confesada pero casi siempre actuada, de estar a la altura de ese ideal de nosotros mismos que nos hemos creado y creído sobre cómo deberíamos ser.

Como consecuencia de este ideal elevado del yo, comenzamos a sentirnos incomodos con nuestro lado vulnerable sin darnos cuenta de que la inseguridad, la timidez, la vergüenza, el temor a mostrarme como soy y los miedos son inherentes a nuestra naturaleza humana y por demás, común a todas las personas. Todos de una u otra manera y en algún momento de nuestra vida nos hemos sentido así.

La buena noticia es que justo porque nuestro lado vulnerable nos humaniza, del mismo modo nos ofrece la posibilidad de sentir empatía hacia los demás, comunicarnos afectivamente con los otros, ser sensibles y desarrollar cualidades tan valiosas y necesarias como la compasión, la bondad, la ternura, la generosidad, la solidaridad. Nos permite hacer contacto con los sentimientos del otro para crear la conexión interior que sustenta la relación.

Para lograr que esta conexión exista debemos permitir que nos vean tal y cómo somos, lo cual significa mostrarnos con la mayor autenticidad que nos sea posible. Elegir participar en la relación cómo realmente somos y dejar a un lado los pensamientos saboteadores sobre cómo deberíamos ser.

Una relación siempre es de dos por lo que mostrarte cómo realmente eres para crear la posibilidad de ser visto seria la mitad que queda de tu lado, tu parte en la relación. Lo que no depende de ti es que el otro realmente te vea, pues eso lo determina quién y cómo es el otro. Los lentes a través de los cuales mira la vida. Sucede a veces que por mucho que lo deseamos y hagamos para ser vistos, el otro sencillamente no nos ve porque no puede o no quiere o no le interesa. O las tres razones al mismo tiempo. Cualquiera que sea el caso, creo que siempre nos hará mucho bien y nos dará mucha satisfacción saber que uno hizo su parte, todo cuanto estuvo en sus manos para ser vistos, en favor de la conexión que desea sentir y vivir en la relación.

Para muchas personas esas etapas de mayor vulnerabilidad han resultado despertares espirituales en su vida, verdaderos procesos de transformación interior desde donde han renacido para vivir, amar y ser de manera plena, disfrutando cada momento y viviendo completamente presente en el ahora.

Es así como la vulnerabilidad nunca será sinónimo de abatimiento, debilidad, sufrimiento, inseguridad o poca valoración de uno mismo. Nuestro lado vulnerable es, sobre todo, un espacio de aceptación y amor hacia uno mismo desde el cual renacer, la puerta hacia la empatía, la alegría y la felicidad, para vivir en el presente y en plenitud. Reconocer nuestra vulnerabilidad nos permite incorporar una perspectiva más amplia a nuestra vida y cuanto en ella acontece. Nos permite estrenar una mirada nueva. Es una manera muy sabia de reinventarse en el camino para ser, estar y vivir mejor.

Además, la vulnerabilidad está intrínsecamente vinculada a la creatividad. Desde allí han nacido las mejores canciones, poemas, libros, piezas musicales y obras de arte en todas sus manifestaciones. Casi todo lo que nos conmueve, nos toca por dentro y nos alimenta el alma, proviene o pasa por nuestro lado vulnerable, que nos permite sentir y hacer contacto. Vibrar en la misma frecuencia.

La manera más común que utilizamos para lidiar con la sensación de vulnerabilidad es intentar anestesiarnos, para de este modo dejar de sentir aquellos sentimientos que nos producen dolor, enojo, incomodidad y malestar. Es así como elegimos dejar de sentir todos aquellos sentimientos o emociones que no queremos como la tristeza, frustración, miedo, desilusión, vacío, resentimiento o soledad.

El problema es que uno no puede elegir qué sentimientos y emociones quiere sentir y cuáles no. Nos hay manera de seleccionar cuando optamos por anestesiarnos, por lo que cuando eliges desconectarte de lo que sientes, te anestesias para todo, dejas de sentir aquello que no quieres, pero también dejas de sentir lo que si quieres. Es así como te privas de sentir alegría, gratitud, felicidad, confianza, satisfacción entre muchas otras emociones que iluminan y dan color a nuestra vida. Esta desconexión con el lado más amable en nosotros y cuanto nos rodea, nos conduce irremediablemente a estar alejados, sin motivación, en piloto automático y con muy poca ilusión para participar de la vida. Se trata de darnos cuenta de que el método de anestesiarnos que hemos elegido es justamente lo que nos está impidiendo experimentar también todo lo bueno que si deseamos vivir. Se trata de comenzar a otorgarnos el permiso para sentir y aprender a transitar nuestras emociones.

Tu lado vulnerable no te hace débil, te hace humano, te hace completo. La vulnerabilidad es parte de ti, expresa mucho de la valentía y el coraje que tienes para conectar con esta parte tan íntima y mostrarla, porque crees en ti y te aceptas cómo eres. Se trata de abandonar la necesidad de ser perfecto en favor de vivir y construir la conexión que deseamos en nuestras relaciones.

Esta conexión nos ofrece la posibilidad de sentirnos vistos, amados y aceptados, nos permite confiar en el otro, sentirnos seguros hasta el punto de bajar nuestras defensas, porque lo que nos une y sostiene es superior a cualquier cosa que pudiera ocurrir. La conexión que nos permite sentir y vivir el amor incondicional. Tener la certeza que hemos llegado a casa y que no importa lo que pase, todo estará bien. Esa conexión afectiva profunda e interior es posible gracias a nuestro lado vulnerable, desde allí se crea la posibilidad para ese encuentro de las almas. Esa unión que trasciende y nos hace plenos.

Reconocer nuestra vulnerabilidad nos permite experimentar todos nuestros sentimientos y emociones de la manera más saludable, construir el vínculo con los otros desde la conexión que deseamos sentir. Nos ofrece una oportunidad para practicar la gratitud y la aceptación, reconociendo que nos sentimos vivos porque podemos sentir, con la certeza de que todo tu valor radica en la persona que eres y cómo eres siempre será suficiente. Nuestra vulnerabilidad nos permite poder vivir a plenitud cada momento y poco a poco ir liberándonos de los miedos e inseguridades que no nos impiden sentirnos completos y conectar con el otro. De este modo, podremos crear el vínculo en nuestras relaciones desde todas las posibilidades de encuentro y realización que nos ofrece nuestro lado vulnerable.

Ligas y Olas.

Esta historia comienza hace miles de años. Cuenta la leyenda que los hombre venían de Martes y las mujeres de Venus. Un buen día, hombres y mujeres fueron enviados a la Tierra. Después de haber transcurrido todos esos miles de años y como era de esperar, ambos olvidaron su origen pero aún pueden reconocer que son diferentes. Con esta introducción de novela fantástica y mitología planetaria, presentó su libro al mundo hace algunos años un reconocido psicoterapeuta quien basó su teoría en todos los estudios de caso que tuvo la oportunidad de conocer en su consultorio, a través de su experiencia ejerciendo como terapeuta para parejas durante casi toda su carrera profesional.

Como todo aquello que decidimos creer pasa a ser cierto, quiero tomar esta referencia como punto de partida para reconocer las diferencias entre hombre y mujeres, las cuales han sido muy comentadas, avaladas y expuestas en trabajos de todo tipo e investigaciones científicas basadas en estudios neurológicos, estructura del cerebro, conexiones neuronales, composición hormonal y bioquímica que determina las razones por las cuales hombre y mujeres, piensan, sienten, actúan y tienen necesidades diferentes.

Las generalizaciones son injustas porque ponemos a todos en el mismo saco, por eso aunque estas diferencias de género están fundamentadas en estudios de campo, información científica y investigaciones académicas, me gusta dejar un margen a la posibilidad a que no sea siempre así para todos. Estas características expresan de manera general algunas diferencias, lo cual no significa que todos los hombres sean de una manera y todas las mujeres de otra. Algo similar a la estatura de las personas, en promedio la estatura del hombre es superior a la de la mujer, lo cual no significa que todos los hombres sean más altos que las mujeres, porque sabemos que existen mujeres más altas que muchos hombres.

Cada quien podrá reconocer y sentir desde su intuición que tanto de todo esto sobre las diferencias entre hombres y mujeres es cierto, según aquello que resuene dentro de si mismo con su verdad interior y considere válido según su experiencia personal.

Resulta que los hombre son como ligas, en determinadas situaciones y etapas de su vida se alejan de su pareja para experimentar la sensación de libertad que necesitan y para solucionar de manera individual aquel proceso personal que están viviendo en su interior, a veces de manera consiente y otras no. Los hombres buscan ser queridos y aceptados por sus habilidades y estos espacios en solitario les permiten reasegurar, confirmar y fortalecer sus habilidades y capacidades, aquello por lo que quieren ser reconocidos y valorados.

Por su parte, las mujeres son como olas, subimos y bajamos, oscilando en el amplio espectro de los estados emocionales posibles, desde los más luminosos, elevados y positivos hasta aquellos más profundos de dolor, soledad y tristeza. Las mujeres buscan ser queridas por sus sentimientos, por lo que poder expresar y compartir sus sentimientos, es un tema fundamental en su vida de pareja, necesitan ser escuchadas.

Y es así como se establece una dinámica en las relaciones en la cual los hombres manejan la distancia como ligas que se acercan y se alejan, mientras las mujeres suben y bajan en sus estados emocionales como las olas y la marea.

Como parte de esta diferencia, es muy común que cuando se presenta una situación especifica, los hombres lo interpretan como problema a solucionar y las mujeres como un espacio donde poder expresar lo que sienten, donde ser escuchadas como muestra de validación de sus sentimientos y su proceso emocional. Ellos que se identifican con sus habilidades y capacidades, entre estas la de solucionar los problemas, quieren que la conversación sea concreta y enfocada algo en especifico, orientada a solución. Ellas no esperan llegar a ningún otro lugar ni solución, únicamente necesitan ese espacio donde se sienten escuchadas y validados sus sentimientos y estados emocionales, el reconocimientos a lo que están sintiendo. Cada grupo busca ser reconocido de manera diferente.

En esas etapas que los hombre se apartan de la relación para solucionar sus temas o vivir experiencias necesarias para ellos, les molesta la compañía expresada en ayuda o asistencia por parte de su pareja. Quieren estar solos. Las mujeres por el contrario cuando se encuentran en la parte baja de la ola es cuando más necesitan de compañía. La compañía en esta etapa representa el apoyo y la presencia que la mujer desea sentir de su pareja. Ellas no necesitan soluciones porque no ven la situación como un problema si no como un espacio donde compartir y expresar lo que sienten.

Una vez reconocida e identificada esta diferencia en cuanto a cercanías, distancias y oscilaciones es importante que ambos dejen de tomar estas etapas de manera personal. En realidad lo que esta ocurriendo no necesariamente tiene que ver con el otro, si no con lo está viviendo y necesitando cada miembro de la pareja en su interior, en su proceso individual.

Es así que cuando la mujer está en la parte baja de la ola y necesita sentir la presencia, atención y apoyo de su pareja, este en su experiencia como liga interpreta que ella necesita su espacio y su tiempo para estar sola, vivir su proceso por separado y encontrar sus respuestas. Esta lectura basada en la óptica masculina de alejarse genera un sentimiento de soledad y debilita en la mujer la conexión con su pareja, lo cual conduce a que ella se hunda aún más en su estado.

Por su parte, cuando el hombre se aleja para vivir esta etapa en solitario, reasegurar sus habilidades y encontrar soluciones, la mujer en su experiencia de ola intenta acompañarlo, estar más presente, busca que este se comunique, cuente lo que le ocurre para asistirlo en su proceso, lo cual es justamente lo opuesto a lo que el otro necesita, pues se siente invadido en su espacio, coartado en su libertad y puesta en duda su capacidad y habilidades para solucionar cualquiera que sea su tema.

En estas situaciones, la mujer deberá entregar el espacio y el tiempo que el hombre necesita en esa etapa. Lo que normalmente sucede es que una vez que la liga se estiró hasta donde lo necesitaba, regresará a su estado anterior como si nada hubiese sucedido, siendo el mismo de siempre y comportándose de igual manera.

El hombre por su lado deberá darse cuenta cuando su pareja está en la parte baja de la ola para procurarle el apoyo y la compañía que ella necesita, sin darle soluciones ni animarla, pues esto de alguna manera invalida su proceso y demerita su estado emocional, ella sólo necesita ser escuchada para sentirse acompañada. De este modo que el hombre comprenda cuando su pareja está viviendo un proceso interior de esclarecimiento y reacomodo emocional para evitar tomarlo de manera personal y dejar de sentirse criticado o señalado.

Se trata de reconocer las diferencias para tenerlas en cuenta en aras de comprendernos mejor en nuestra relación de pareja. Construir el vínculo poniendo nuestra atención en lo que ocurre dentro y fuera de nosotros, en el otro, para poder vernos y escucharnos, entender cómo somos. Para de este modo crear ese espacio de conexión y encuentro donde la relación que deseamos vivir sea posible.

Como las nubes en el cielo.

Casi todo el tiempo estamos pensando de manera involuntaria, del mismo modo que respiramos y realizamos muchas otras funciones vitales sin apenas notarlo. Nuestra mente produce pensamientos que nacen, crecen, se acumulan, se repiten y cambian de forma como las nubes en el cielo. Es importante aprender que todos esos pensamientos que generamos de manera espontánea no representan lo que somos y al igual que las nubes en el cielo, no son el cielo. Nuestro Ser, la esencia de lo que somos, en cualquier caso, sería el cielo mas no sus nubes. Los pensamientos forman parte de lo que somos, pero no definen quienes somos.

La mente es un instrumento muy valioso e imprescindible para recorrer el camino de la vida. Y es sólo eso, un instrumento que utilizamos y nos servimos de ella para lograr nuestros propósitos y objetivos en la vida. Su valor reside en que somos nosotros quienes la utilizamos, nos servimos de ella y no a la inversa. Cuando es la mente quien manda, quien lleva el control y determina nuestra vida, entonces le hemos entregado nuestro poder para convertirnos en su subordinado suyo y sufrir las consecuencias. Comenzamos a tener una mente tirana que nos juzga, critica, exige y domina hasta dejarnos agotados y exhaustos.

Hacer consciente nuestros pensamientos nos ayuda a conocer cómo somos y aquellos comportamientos que repetimos en automático, los cuales muchas veces se convierten en saboteadores de nuestro bienestar.

Los pensamientos traen asociados de manera espontánea emociones y muchas veces resulta más fácil reconocer cómo nos sentimos que el pensamiento que lo origina. Podemos constatar y percibir con mayor facilidad las emociones y sentimientos que nos provocan nuestros pensamientos. Se trata de fortalecer nuestro observador interior para poder identificar cuál es el pensamiento que nos produce malestar, inseguridad, tristeza, ansiedad, sorpresa, disgusto, enojo o miedo. ¿Cuáles pensamientos son la causa, los responsables de cómo nos sentimos?

Por lo general, cuando descubrimos que tenemos una marcada tendencia a vivir preocupados o anticipar mentalmente situaciones y escenarios negativos, esto nos provocan inseguridad y ansiedad y lo más probable será que nuestros pensamientos están volcados hacia el futuro. El futuro por definición es incierto porque hay múltiples variables que escapan de nuestro control y otras tantas que son impredecibles. Al vivir angustiados por lo que pueda suceder, esto incrementa la sensación de inseguridad y nos pasamos la mayor parte del nuestras vidas agobiados y rebasados por nuestras angustias y preocupaciones.

Del mismo modo, cuando identificamos que la tristeza es el sentimiento que predomina en nuestro estado de ánimo, es casi seguro que los pensamientos asociados a esta emoción estén anclados en el pasado y por lo general cargados de mucha nostalgia. Llevado de la mano de tus pensamientos, revives de manera inconsciente emociones vinculadas a situaciones anteriores que dejaron en ti la sensación de soledad, carencias, desamparo, abandono y pérdida que experimentaste en el pasado. En esta nueva situación te has enganchado de manera inconsciente al pensamiento que te lleva directa e irremediablemente a sentirte de manera muy similar a lo que sentiste en esas otras experiencias del pasado.

Se trata de darnos cuenta de que detrás de nuestros sentimientos y emociones hay siempre un pensamiento que lo provoca, intentar identificarlo, reconocer cuál es el pensamiento al que nos hemos enganchado para cuestionárnoslos. Podemos preguntarnos: ¿Es esto que estoy pensando cierto? Puedo estar completamente seguro de que es así, ¿Qué es verdad? ¿Qué pasa cuando decido creer este pensamiento? ¿Cómo me sentiría si decido dejar de creer este pensamiento?

Cuando nos identificamos con nuestros pensamientos, sin darnos cuenta pasamos a otorgarle la máxima credibilidad y nos cerramos a otras opciones y posibilidades, nos negamos la oportunidad de considerar otra mirada y otras maneras de interpretar la situación. Al observar nuestros pasamientos podremos darnos cuenta si vivimos aún anclados al pasado y a situaciones de entonces que aún nos producen dolor, nostalgia y tristeza; o si por el contrario estamos viviendo un paso adelante de la vida, volcados hacia el futuro y anticipando escenarios adversos.

La solución inmediata será aprender a centrarnos en el momento presente, poniendo toda nuestra atención en el ahora y desarrollar estrategias personales que nos permitan desconectarnos de aquellos pensamientos vinculados al pasado o al futuro que tienen un impacto emocional negativo en nosotros y seguramente en quienes nos rodean.

Todo lo que sentimos está asociado a un pensamiento que lo origina. Por lo general, la ansiedad es el resultado de pensamientos con exceso de futuro, del mismo modo que la tristeza suele ser producto de pensamientos cargados de pasado. Se trata de hacer consciente que tienes el poder de elegir tus pensamientos. No eres lo que piensas y la calidad de tus pensamientos determina la calidad de tu vida. Usa tu poder. Elige qué pensar.

Como nos lo anticipaba Carl Jung, todo que no hagas consciente seguirá dirigiendo tu vida y lo llamarás destino. Por eso es tan valioso identificar los pensamientos responsables de nuestros estados emocionales para poder hacer consciente todo aquello que nos ayude a implementar estrategias y acciones que nos regresen hacia el camino de la salud y el bienestar. Fortalecer nuestro observador para cuestionar nuestros pensamientos, reconocerlos, saber que están ahí, aceptarlos y dejarlos ir, que sigan su camino… como las nubes en el cielo.

Nota: Las preguntas relacionadas con la práctica de cuestionarnos nuestros pensamientos como método para dejar de identificarnos con ellos y recuperar nuestro bienestar emocional, han sido recreadas a partir de la teoría denominada The Work de Byron Katie en su libro, Loving what is.

Foto: Jorge A. Calderón

La atención hace milagros.

Cuando nos preguntan cuál es nuestro recurso más valioso, lo más común es que digamos el tiempo, el dinero, los conocimientos, la información o algún otro. Casi siempre olvidamos tomar en cuenta uno de los recursos más preciado que poseemos: la atención. Su valor no reside en que sea un recurso precisamente escaso, por el contrario, podemos tenerla en la cantidad que así lo deseemos según nos dediquemos a desarrollarla, practicarla y dirigirla hacia nosotros y a los demás. Su valor reside en que muy pocos hemos aprendido a utilizarla para obtener los mejores resultados, aquello que deseamos lograr en nuestra vida y en nuestras relaciones. 

La atención nos permite darnos cuenta de todo aquello que resulta importante en cualquier área de nuestra vida y en nuestras relaciones, poniendo la mirada hacia nosotros y hacia nuestro entorno. Una mirada neutral, sin juicios ni prejuicios, con el propósito sincero de aprender y entender sobre nosotros y los otros, para lograr objetivos en nuestra vida y en nuestras relaciones. Cuando hablo de relaciones me refiero al más amplio espectro de nuestra interacción en cualquier área de la vida: profesional, personal, familiar, de pareja y todas las demás en las cuales participamos.

Cuando diriges la atención hacia ti, fortaleces tu posición como observador para aprender cómo eres, identificar tus pensamientos más comunes y emociones asociadas a estos, identificar cuáles son tus necesidades, validar tus sentimientos, reconocer cuáles son tus creencias, valores, aquello que has asumido, los comportamientos que repites en automático, todo lo que permanece en tu inconsciente y que de muchas maneras determina tu vida y tus decisiones. Mientras más y mejor te conozcas, mejor preparado estarás para tomar decisiones que te conduzcan a lograr aquello que deseas lograr en tu vida.  Porque nuestra vida se construye en base a nuestras decisiones.

Prestar atención a todos estos temas personales te llevará a hacerlos consciente lo cual es el primer y más importante paso para cambiar o modificar aquello que afecta a tu bienestar e impide que logres lo que deseas en cualquier área de tu vida y en tus relaciones. Se trata de convertirte en espectador activo de tu proceso personal en todas sus dimensiones: escuchando a tu cuerpo físico, observando tus pensamientos, reconociendo tus emociones y sentimientos y apreciando lo que acontece en el mundo exterior.

La atención dirigida hacia los otros es el puente sobre el cual se construyen nuestras relaciones. La mejores. Esta se expresa como presencia en muchas maneras, no únicamente física, si no través de la comunicación, la cercanía, el entendimiento sin juzgar, acompañando, apoyando y escuchando. Para poder ver y hacer contacto con el otro. Lo que muchas veces se ha denominado tiempo de calidad que no es otra cosa que el tiempo y la atención que entregas y compartes con aquellos que quieres.

La atención también resulta imprescindible para aprender en el camino de la vida. Las lecciones son variadas, múltiples e ilimitadas y nos son entregadas en todo tipo de presentaciones y envolturas a las que llamamos experiencias. El aprendizaje como parte intrínseca de la evolución personal, al igual que todos aquellos conocimientos y habilidades que aprendemos durante nuestra etapa escolar, requiere que dediquemos toda nuestra atención al proceso y a sus enseñanzas. Cada experiencia que vivimos tiene al menos una lección valiosa e importante para nuestro crecimiento personal.

La buena noticia es que la atención, como la concentración, se practica, se desarrolla y se fortalece para poder utilizarla en nuestra vida diaria, incorporándola a nuestro estilo de vida. La atención es como un músculo. Para desarrollar nuestra capacidad de atención es necesario practicarla y ejercitarla todas las veces que nos sea posible, apartando un tiempo y un espacio del día para esto, comprobando si estamos completamente presentes en cualquier actividad que realizamos por más sencilla y rutinaria que nos parezca y en especial, cuando estamos en compañía de otras personas. Comprobar que estamos completamente presentes en el aquí y el ahora, identificando dónde hemos puesto nuestra atención en ese momento.

Se trata de observar para decidir dónde pones tu atención según aquello que deseas lograr en tu vida y en tus relaciones, porque donde pones tu atención crece. Dedica tu atención a aquello que deseas que exista, crezca y permanezca en tu vida. 

Nuestra atención, expresada en presencia, es el mejor regalo que podemos entregar a quienes queremos en nuestra vida. A través de la atención que entregamos al otro se construye, fortalece y se hace real el vínculo en nuestras relaciones.

Parte inseparable de nuestra esencia humana la constituye la necesidad de conexión. Esta se realiza y expresa a través de la atención entregada a nosotros y a nuestras relaciones. La atención viaja en ambas direcciones, hacia nuestro interior y hacia nuestro entorno.  Es el recurso más valioso con que contamos para hacer esta conexión posible y real, el puente para comunicarnos y construir un mejor vínculo: la relación profunda y verdadera con nosotros y con todos aquellos que queremos.

Para comunicarnos mejor.

En nuestras relaciones personales a veces tomamos decisiones que provocan algún tipo de conflicto o nos vemos inmersos en problemas que debemos solucionar de la mejor manera posible.  Muchas veces las situaciones de conflicto están relacionadas con límites que necesitamos establecer para mantener relaciones saludables en nuestra vida.

Todos tenemos necesidades diferentes que intentamos satisfacer a través de nuestras relaciones afectivas. Nuestras necesidades emocionales están determinadas por nuestro tipo de personalidad, así como nuestras creencias y valores. Habrá, por ejemplo, quien necesite tener la razón, afirmarse en su versión de la historia porque esto les da seguridad y necesita sentirse seguro. Hay otros que su necesidad primaria es tener paz y tratarán casi todo el tiempo de evitar el conflicto, en su creencia errónea de que la paz es la ausencia de conflictos. También están los que necesitan sentirse reconocidos, otros que buscan ser admirados, sobresalir y acaparar todos los reflectores, otros tener poder, ser fuertes, estar al mando, otros sentir que los necesitan, otros sentirse deseados, otros tener control, otros ser únicos, especiales y así sucesivamente. Las relaciones se van articulando sobre la base de las necesidades de quienes participan en ella. No siempre somos conscientes de cuáles son nuestras necesidades básicas en el área afectiva y emocional, estas permanecen en nuestro inconsciente y de igual manera determinan nuestro comportamiento y nuestra elección de pareja. Porque aunque nos resulte difícil de creer, el inconsciente manda…en especial a la hora de relacionarnos.

La comunicación es el medio para interactuar en todas nuestras relaciones. A través de la comunicación el vínculo se construye y permanece. Como dice el refrán, hablando la gente se entiende o al menos se enteran de que no se entienden. Cuando nos comunicamos con los demás, el “qué” es igual de importante que el “cómo” por lo que resulta crucial lograr el balance entre forma y contenido. Nos comunicamos para algo, es decir, hay un propósito y una intención en el diálogo. La manera cómo expresamos aquello que deseamos comunicar hace la diferencia y será decisivo para que logremos o no nuestro propósito.

Resulta muy buen punto de partida tener claro nuestro propósito, qué es lo que deseamos lograr con esa conversación y encontrar la manera más eficaz para transmitirlo. Valorar cuáles son las opciones que tenemos y elegir la que mejor nos garantice que logremos el resultado que deseas alcanzar con esa conversación. A continuación les presento otras recomendaciones que hacen del intento por comunicarnos y entendernos algo más simple y asertivo.

Es muy recomendable intentar sustituir los “pero” por “y”. El “pero” casi siempre invalida a la frase que lo precede y quien lo escucha solo recibe y procesa el mensaje después del “pero”.  El “y” suaviza el mensaje sobre todo restándole la carga negativa que podría proporcionarle el “pero” que impide que el otro incorpore lo positivo en la frase que le precedía. Es muy probable que cada uno de nosotros tenga algunos ejemplos en su vida con lo cual clarificar esto.

También resulta muy útil hablar en primera persona. Eliminar los “tú” que casi siempre traen un gustillo a reclamo. Esto es lo que se conoce como el Yo mensaje o “I message”, hablar en primera persona de lo que quieres, lo que sientes, lo que percibes, tu punto de vista, aquello que deseas, todo lo que “si” y lo que “no” en la relación en cuestión. Cada frase podría iniciar con:  A mí o me: A mí me pasa…A mí me molesta…A mí me lastima…A mí me enoja… A mí me gustaría…Me siento… Me afecta… Me parece…Me pone triste…Me gusta…etc. Con la genuina intención de contactar con el otro creando un espacio para el diálogo.

Siguiendo esta línea, busquemos evitar los términos absolutos como el “nunca” o “siempre”, “todo” “nada” y suavizarlos en el “casi” que resulta muy útil para evitar que el otro se atrinchere. Buscar el punto de encuentro mediante frases como “Pareciera, tengo la sensación”… sin interpretarnos y procurando hacer contacto con el otro desde nuestro Ser, haciendo a un lado al Ego que nos separa, divide y juzga.

Los problemas y conflictos son parte de la vida y de las relaciones con la pareja, la familia, los amigos, los conocidos y nuestros colegas del trabajo. Aprender a solucionar los problemas y conflictos comunicándonos de la mejor manera, constituye una de las habilidades más importantes que podemos adquirir y desarrollar en la vida en aras de mejorar nuestras relaciones. Para ello debemos observar, aprender y practicar todos los días. Cada día es una oportunidad para hacerlo mejor y para ser como nos gustaría, con nosotros y en todas nuestras relaciones.

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Amor: los que lo dan y los que lo toman.

En la dinámica de casi todas las relaciones humanas y según los diferentes tipos de personalidad, podemos distinguir dos grandes grupos de personas: las que dan y las que reciben amor. Es muy posible que alguna vez hayas escuchado decir eso de que en el amor están los quieren y los que se dejan querer.

La relación con las personas que dan amor suele ser fluida, transparente, agradable y sin mayores conflictos. Estas personas entregan amor de manera natural y sin esfuerzo por lo que suelen ser empáticas, consideradas, cariñosas, cordiales y afectuosas. Estar con ellas resulta muy agradable y de gran satisfacción. Uno se siente cómodo y a gusto en la relación, percibiendo una grata sensación de paz, comprensión y armonía.

Por su parte, la relación con las personas que en el amor esperan recibir, a veces no suele ser tan sencilla, fácil, diáfana, ni apacible porque está cargada de expectativas, se establece bajo las condiciones y necesidades de la persona que está en la actitud de recibir amor. En numerosas ocasiones esta manera de vincularse en el amor suele expresarse como exigencia y manifestarse de manera condicionada.

En toda relación debería existir un equilibro en la dinámica de tres elementos: dar, recibir y pedir. Saber pedir es esencial para construir una relación sana donde la comunicación funcione, porque es muy poco probable que alguien puede adivinarnos el pensamiento. Cuando el pedido de amor se realiza de manera directa, transparente y amable la relación se hace mucho más sencilla y fluida. Uno entiende y considera las necesidades emocionales y afectivas de la otra persona, por lo que nuestra esencia humana sensible al amor y a los otros, casi siempre satisface de manera natural este pedido.

La situación se complica cuando la manera de pedir amor suele ser indirecta y muchas veces se expresa de forma totalmente contraria a lo que la persona en realidad quiere y necesita. El pedido de amor se realiza de manera encubierta, disfrazado de distancia calculada, frialdad, ambivalencia, el juego de me acerco, me aseguro y me alejo, reclamo y rechazo, ataque y defensa. Nos llega en clave y de maneras tan desconcertantes e ininteligibles que resulta muy difícil darnos cuenta de que detrás del enojo castigador, la actitud de superioridad y control, la distancia y la manera tan confusa como nos tratan, hay un pedido de amor de forma equivocada y contraproducente. Las razones por las cuales el pedido de amor se realiza de manera indirecta, ambivalente y encubierta obedece casi siempre al miedo e inseguridades del otro expresados en todas sus variantes: miedo al rechazo, a no recibir lo que queremos, baja tolerancia a la frustración, temor a que te digan que no, o la creencia errónea de que mostrar nuestros sentimientos nos hace vulnerables o débiles.

Sabemos que comprender no justifica y que no tenemos por qué aceptar relaciones en las cuales sentimos que nos tratan mal, nos lastiman, nos manipulan y se ha perdido el equilibro en la dinámica de dar, recibir y pedir.

Entender que hay muchas maneras de pedir amor nos ayuda a mantener y construir nuestras relaciones del modo más sano posible con aquellas personas que su manera de pedir amor y afecto resulta contradictoria o difícil de entender. Se trata de evitar caer en su juego y no reaccionar a su estilo. Dejar de engancharnos, corresponder a su pedido de amor cuando así lo consideremos y sobre todo sin lastimarnos. Para reestablecer el equilibrio… y nuestra paz.

Es importante comprendernos y entender a los otros sin juzgar, siendo considerados con los sentimientos y necesidades de los otros, a la vez que reconocemos lo que queremos y necesitamos nosotros, en aras de mantener el más sano equilibrio en nuestras relaciones. Como nos recuerda aquel mandamiento, amarás a los otros cómo a ti mismo, no más que a ti mismo.

Debemos aceptar la realidad de que cada persona vive su proceso interior psicológico, emocional y espiritual, para evitar juzgar y prevenir engancharnos con aquel pedido de amor que nos llega expresado de la peor manera.

No tenemos el poder de cambiar la personalidad de los otros para que ellos se comporten y nos traten como quisiéramos. No tenemos ese poder, pero tenemos muchos otros poderes en nosotros y en nuestras relaciones, entre ellos no participar de su juego. Cuando se trata de los otros siempre tienes el poder de decidir si quieres o no participar de la relación, que tipo de relación quieres establecer, que nivel de cercanía, cuanto te quieres involucrar, decidir cómo quieres que sea tu parte, tu mitad en esa relación.

Procuremos dedicar nuestro tiempo y energía a nuestro proceso personal y aquello que queremos, haciendo contacto con los otros desde nuestro Ser con todo lo positivo que tenemos para entregar y compartir. Es importante que seamos capaces de relacionarnos con los otros de manera realista, sin juicios, para poder ver a los otros como son y decidir los niveles de relación y cercanía que nos sean posibles tomando en cuenta su impacto en nuestro bienestar.

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Aceptar nuestro enojo.

El enojo es un sentimiento y como cualquier otro sentimiento, no está ni bien ni mal y ni guarda relación con juicio moral alguno. Los sentimientos son sólo eso, lo que sentimos. No existe “bien o mal” en nuestros sentimientos, sólo en nuestras acciones y en nuestro comportamiento, en función del impacto que esto tiene para uno mismo y para quienes nos rodean.

Desde pequeños, en especial a las niñas, nos hicieron saber, creer y sentir de muchas maneras que enojarse estaba mal. Muchas de nosotras recordamos frases como: las niñas bonitas no se enojan, no te enojes que te ves fea, te enojas por todo, saca de ti a la niña mala… Y así crecimos, creyendo que enojarse estaba mal, representaba a una falta o un defecto en nosotras, por lo cual dejábamos de ser buenas o bonitas o más terrible aún, perdíamos la aprobación y el amor de las personas que queríamos. Nuestro enojo provocaba que dejáramos de sentirnos aceptadas y amadas.

Sin darnos cuenta comenzamos a reprimir o a negar nuestro enojo. Pero los sentimientos como los problemas no desaparecen porque uno no les preste atención, suele suceder todo lo contrario, por lo general crecen. Siguen ahí por más que nos empeñemos en mirar hacia otro lado.  El enojo que no queramos mirar hoy, lo tendremos que enfrentar más adelante y este suele salir en el peor momento o de la peor manera.

Recuerdo ahora una frase de alguno de esos griegos sabios que dice: cuando nos enojamos casi nunca es con la persona correcta, ni en el momento adecuado, ni en la justa medida. ¡Que cierto! Muchas veces desquitamos nuestro enojo y todas las frustraciones asociadas a este, con quien no tiene nada o muy poco que ver con su causa real. La cuerda siempre se rompe por el lado más débil y muchas veces actuamos nuestro enojo con quien no es.

Cuando te digan que no te enojes puedes explicar que estás en tu derecho de hacerlo y es tu deseo vivir tus sentimientos porque son parte importante de ti. Si es el otro quien tiene dificultades para lidiar y sobrellevar tu enojo, ese no es tu problema. No tienes que ser tú quien se reprima, deje de ser cómo eres y de sentir tus sentimientos para beneficio de los demás, para que los demás estén a gusto. Porque lo que nunca será saludable para ti es negar o reprimir tus sentimientos y vivir en función de cumplir con las expectativas que los otros se han formado sobre ti y cómo deberías ser.

Si estamos enojados, está muy bien sentirlo y validar ese sentimiento, es lo que nos mantiene emocionalmente sanos. Es muy saludable aprender a lidiar con nuestros enojos sin hacernos daño ni lastimar, ni a nosotros ni a los otros. Cuando aceptamos y entendemos nuestro enojo, estamos previniendo que este se endurezca y se transforme en resentimiento o barril de pólvora.

Resulta muy recomendable aprender a manejar el enojo de manera que sea beneficioso para nosotros y para nuestras relaciones. El enojo como cualquier sentimiento también tiene su lado positivo, sólo depende de cómo decidas encausarlo. El enojo es positivo cuando se transforma en motor, te pone en movimiento, te ayuda a establecer límites saludables para ti en tus relaciones y te provee la energía que necesitas para avanzar en la vida.

Escucha a tu enojo, él te está diciendo algo. Te está hablando de alguna necesidad, querencia o carencia no atendida. Te está diciendo qué quieres y qué necesitas, te está enseñando a ganar presencia y respeto en tu vida, a cuidarte y a ocuparte de ti.

Siente tu enojo, vívelo sin sentirte culpable, aprende de él, libéralo y libérate.

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Saber pedir.

Saber pedir es uno de los pilares básicos para una comunicación asertiva y nuestra responsabilidad en cualquier relación, porque es muy poco probable que los otros nos adivinen el pensamiento como por arte de magia. Esperar que los otros descifren nuestros deseos y necesidades como muestra de amor, cariño o consideración, sólo nos traerá frustración garantizada, porque el otro tendrá muy pocas probabilidades de acertar. Creo que adivinar los deseos de los otros está bastante por encima de nuestra capacidad humana.
Por mucho que nuestra pareja, hijos, familia y amigos nos quieran, convivan con nosotros y participen de nuestra vida, ellos no tienen la capacidad de adivinar nuestros deseos y necesidades. Y esto va de ida y vuelta, ni ellos podrán adivinarnos, ni nosotros a ellos.
Por eso, es una gran virtud aprender a decir y pedir lo que necesitamos, queremos o deseamos. Aprender a pedirlo desde nuestro lado amable o cuando menos de la mejor manera posible. Hay un dicho que nos recuerda que en el pedir está el dar. En la manera que pedimos las cosas, estás nos serán entregadas.
Tendremos muchas más posibilidades de éxito para recibir aquello que pedimos, si lo hacemos de una manera positiva, amable y directa. Se trata de hacerlo simple. Pide lo que quieres evitando quejas, reproches o descargando tu malestar. Comienza con el final en mente: ¿qué es lo que quieres lograr? Y sólo pide eso, en una frase simple, evitando que esta vaya precedida de todo el bagaje emocional que podría impedir que el propósito del mensaje llegue.
La comunicación es el camino para llegar a entendernos, dar y recibir, buscar las coincidencias y respetar las diferencias en cualquier relación. Es el puente que nos une y nos permite hacer contacto con los otros, para construir y mejorar nuestras relaciones.
Hagamos de la comunicación, un proceso simple, positivo y de acercamiento, donde no haya necesidad de interpretarnos, ponerse a la defensiva, ni descifrar las intenciones del otro. Todo esto enturbia y desgasta la relación. Nos alejamos irremediablemente cuando cada uno se queda atrincherado en su ego sin voluntad para entendernos ni dialogar. Construyamos un espacio común de comprensión y entendimiento, sin juzgar ni juzgarnos, donde lo positivo de todos sea posible, hablando y escuchando desde nuestro Ser.

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