El arte de sanar: transformando el dolor en conciencia.

Casi todos hemos vivido experiencias dolorosas a partir de las cuales nos ha tocado la ardua y difícil tarea de reinventarnos. Ese momento donde tenemos que recoger los pedazos de aquello que se nos ha roto por dentro para continuar avanzando en el camino de la vida.

Existen situaciones que nos causan profundo dolor y sentirlo así, casi siempre resulta inevitable. Cuando la vida o nuestras decisiones nos han llevado a ese duro y complicado lugar en el camino, ¿qué podemos hacer por nosotros para recuperar nuestro bienestar? Recuerdo esa frase que nos enseña que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Uno tiene el poder de elegir si desempaca sus maletas y se queda a vivir en los recintos del sufrimiento o, por el contrario, reconoces y aceptas tu dolor, al tiempo que decides continuar avanzando hacia horizontes más amables.

Como casi siempre y casi todo en esta vida, dependerá de dónde decidas poner tu atención, una vez más tienes el poder de elegir. Ante ti se presentan cuando menos dos opciones, entregarte a lo que te hace sufrir o poner tu atención en aquello que te ayuda a estar y a sentirte mejor. Porque donde pones tu atención, crece. Dedícale tu tiempo y energías a aquello que deseas lograr, sentir y atraer a tu vida.

Al mismo tiempo se trata de evitar rechazar o negar lo que estamos sintiendo y viviendo por dentro. Lo más saludable será aceptar ese dolor y cuanto sientes como resultado de esa experiencia, saber que está ahí, dentro de ti y, sin embargo, elegimos levantarnos y seguir, caminando por el sendero que nos conduce a sanar y a recuperarnos. Ese primer paso, es el más importante porque, aunque de momento no te lleve a donde quieres llegar, te saca de donde estabas. Es el inicio de una nueva etapa.

Hace algún tiempo conocí que existe en Japón una técnica de restauración para reparar la cerámica que se rompe en pedazos. Se llama “kintsukuroi” y consiste en componer la vasija que se ha roto uniendo y pegando con oro los pedazos que la conformaban. El resultado es la pieza de cerámica otra vez completa y que a su vez muestra todas sus fisuras, esta vez marcadas y resaltadas por delgadas líneas de oro, lo cual le imprime una belleza única y excepcional. Gracias a esta restauración, lo que eran pedazos rotos se convierte en una obra de arte única e irrepetible, en algo más hermoso y valioso que el original. Cuando supe sobre este arte, me pareció una metáfora muy representativa y delicada sobre el proceso de reparar, sanar y recuperarse de esas situaciones duras y difíciles que a veces nos toca vivir.

De este modo, el dolor se nos presenta como umbral, el punto de partida desde el cual reconocer y comprender que nos hemos desconectado de nuestro Ser. Nos hemos abandonado, perdimos contacto con nosotros mismos, adentro. Como consecuencia de la situación y lo ocurrido, nos hemos desplazado de manera inconsciente, unilateral y casi por completo, hacia nuestro cuerpo emocional o mental, donde se genera gran parte del sufrimiento que nos creamos y nos creemos. Se trata de escuchar dentro de nosotros esa llamada de atención, ese timbre que nos alerta a través de ese punto de dolor. Nuestro cuerpo nos habla, nos envía la señal que necesitamos para despertar, hacer una pausa y regresar a nuestro centro, para conectarnos a nuestro Ser, ese espacio interior donde encontrarás aquello que necesitas y donde restablecer el equilibro perdido, tu paz interior. Desde allí, podremos recuperar nuestro bienestar a través de este camino luminoso de aprendizaje y autoconocimiento. Para aprender y crecer adentro.

A través del proceso de sanar protagonizamos, aún sin darnos cuenta, nuestro renacimiento personal. Esta vez y movidos por las nuevas circunstancias, se nos ofrece la oportunidad descubrir todo aquello de lo que somos capaces, saber de qué estamos hechos y quienes en realidad somos. En nuestra recuperación podemos constatar, muchas veces desde el asombro, la presencia de un ancla interior e innata hacia la salud y el bienestar que nos moviliza y rescata. Aprendemos a reconocer y utilizar todos nuestros recursos, interiores y exteriores, para seguir adelante lo mejor posible. Honrando a la vida y todo lo que ella representa. Asistimos a nuestro proceso de transformación interior, lo cual nos permite evolucionar hacia un nuevo nivel de conciencia y le confiere a lo vivido un valor inigualable.