La atención hace milagros.

Cuando nos preguntan cuál es nuestro recurso más valioso, lo más común es que digamos el tiempo, el dinero, los conocimientos, la información o algún otro. Casi siempre olvidamos tomar en cuenta uno de los recursos más preciado que poseemos: la atención. Su valor no reside en que sea un recurso precisamente escaso, por el contrario, podemos tenerla en la cantidad que así lo deseemos según nos dediquemos a desarrollarla, practicarla y dirigirla hacia nosotros y a los demás. Su valor reside en que muy pocos hemos aprendido a utilizarla para obtener los mejores resultados, aquello que deseamos lograr en nuestra vida y en nuestras relaciones. 

La atención nos permite darnos cuenta de todo aquello que resulta importante en cualquier área de nuestra vida y en nuestras relaciones, poniendo la mirada hacia nosotros y hacia nuestro entorno. Una mirada neutral, sin juicios ni prejuicios, con el propósito sincero de aprender y entender sobre nosotros y los otros, para lograr objetivos en nuestra vida y en nuestras relaciones. Cuando hablo de relaciones me refiero al más amplio espectro de nuestra interacción en cualquier área de la vida: profesional, personal, familiar, de pareja y todas las demás en las cuales participamos.

Cuando diriges la atención hacia ti, fortaleces tu posición como observador para aprender cómo eres, identificar tus pensamientos más comunes y emociones asociadas a estos, identificar cuáles son tus necesidades, validar tus sentimientos, reconocer cuáles son tus creencias, valores, aquello que has asumido, los comportamientos que repites en automático, todo lo que permanece en tu inconsciente y que de muchas maneras determina tu vida y tus decisiones. Mientras más y mejor te conozcas, mejor preparado estarás para tomar decisiones que te conduzcan a lograr aquello que deseas lograr en tu vida.  Porque nuestra vida se construye en base a nuestras decisiones.

Prestar atención a todos estos temas personales te llevará a hacerlos consciente lo cual es el primer y más importante paso para cambiar o modificar aquello que afecta a tu bienestar e impide que logres lo que deseas en cualquier área de tu vida y en tus relaciones. Se trata de convertirte en espectador activo de tu proceso personal en todas sus dimensiones: escuchando a tu cuerpo físico, observando tus pensamientos, reconociendo tus emociones y sentimientos y apreciando lo que acontece en el mundo exterior.

La atención dirigida hacia los otros es el puente sobre el cual se construyen nuestras relaciones. La mejores. Esta se expresa como presencia en muchas maneras, no únicamente física, si no través de la comunicación, la cercanía, el entendimiento sin juzgar, acompañando, apoyando y escuchando. Para poder ver y hacer contacto con el otro. Lo que muchas veces se ha denominado tiempo de calidad que no es otra cosa que el tiempo y la atención que entregas y compartes con aquellos que quieres.

La atención también resulta imprescindible para aprender en el camino de la vida. Las lecciones son variadas, múltiples e ilimitadas y nos son entregadas en todo tipo de presentaciones y envolturas a las que llamamos experiencias. El aprendizaje como parte intrínseca de la evolución personal, al igual que todos aquellos conocimientos y habilidades que aprendemos durante nuestra etapa escolar, requiere que dediquemos toda nuestra atención al proceso y a sus enseñanzas. Cada experiencia que vivimos tiene al menos una lección valiosa e importante para nuestro crecimiento personal.

La buena noticia es que la atención, como la concentración, se practica, se desarrolla y se fortalece para poder utilizarla en nuestra vida diaria, incorporándola a nuestro estilo de vida. La atención es como un músculo. Para desarrollar nuestra capacidad de atención es necesario practicarla y ejercitarla todas las veces que nos sea posible, apartando un tiempo y un espacio del día para esto, comprobando si estamos completamente presentes en cualquier actividad que realizamos por más sencilla y rutinaria que nos parezca y en especial, cuando estamos en compañía de otras personas. Comprobar que estamos completamente presentes en el aquí y el ahora, identificando dónde hemos puesto nuestra atención en ese momento.

Se trata de observar para decidir dónde pones tu atención según aquello que deseas lograr en tu vida y en tus relaciones, porque donde pones tu atención crece. Dedica tu atención a aquello que deseas que exista, crezca y permanezca en tu vida. 

Nuestra atención, expresada en presencia, es el mejor regalo que podemos entregar a quienes queremos en nuestra vida. A través de la atención que entregamos al otro se construye, fortalece y se hace real el vínculo en nuestras relaciones.

Parte inseparable de nuestra esencia humana la constituye la necesidad de conexión. Esta se realiza y expresa a través de la atención entregada a nosotros y a nuestras relaciones. La atención viaja en ambas direcciones, hacia nuestro interior y hacia nuestro entorno.  Es el recurso más valioso con que contamos para hacer esta conexión posible y real, el puente para comunicarnos y construir un mejor vínculo: la relación profunda y verdadera con nosotros y con todos aquellos que queremos.

Para comunicarnos mejor.

En nuestras relaciones personales a veces tomamos decisiones que provocan algún tipo de conflicto o nos vemos inmersos en problemas que debemos solucionar de la mejor manera posible.  Muchas veces las situaciones de conflicto están relacionadas con límites que necesitamos establecer para mantener relaciones saludables en nuestra vida.

Todos tenemos necesidades diferentes que intentamos satisfacer a través de nuestras relaciones afectivas. Nuestras necesidades emocionales están determinadas por nuestro tipo de personalidad, así como nuestras creencias y valores. Habrá, por ejemplo, quien necesite tener la razón, afirmarse en su versión de la historia porque esto les da seguridad y necesita sentirse seguro. Hay otros que su necesidad primaria es tener paz y tratarán casi todo el tiempo de evitar el conflicto, en su creencia errónea de que la paz es la ausencia de conflictos. También están los que necesitan sentirse reconocidos, otros que buscan ser admirados, sobresalir y acaparar todos los reflectores, otros tener poder, ser fuertes, estar al mando, otros sentir que los necesitan, otros sentirse deseados, otros tener control, otros ser únicos, especiales y así sucesivamente. Las relaciones se van articulando sobre la base de las necesidades de quienes participan en ella. No siempre somos conscientes de cuáles son nuestras necesidades básicas en el área afectiva y emocional, estas permanecen en nuestro inconsciente y de igual manera determinan nuestro comportamiento y nuestra elección de pareja. Porque aunque nos resulte difícil de creer, el inconsciente manda…en especial a la hora de relacionarnos.

La comunicación es el medio para interactuar en todas nuestras relaciones. A través de la comunicación el vínculo se construye y permanece. Como dice el refrán, hablando la gente se entiende o al menos se enteran de que no se entienden. Cuando nos comunicamos con los demás, el “qué” es igual de importante que el “cómo” por lo que resulta crucial lograr el balance entre forma y contenido. Nos comunicamos para algo, es decir, hay un propósito y una intención en el diálogo. La manera cómo expresamos aquello que deseamos comunicar hace la diferencia y será decisivo para que logremos o no nuestro propósito.

Resulta muy buen punto de partida tener claro nuestro propósito, qué es lo que deseamos lograr con esa conversación y encontrar la manera más eficaz para transmitirlo. Valorar cuáles son las opciones que tenemos y elegir la que mejor nos garantice que logremos el resultado que deseas alcanzar con esa conversación. A continuación les presento otras recomendaciones que hacen del intento por comunicarnos y entendernos algo más simple y asertivo.

Es muy recomendable intentar sustituir los “pero” por “y”. El “pero” casi siempre invalida a la frase que lo precede y quien lo escucha solo recibe y procesa el mensaje después del “pero”.  El “y” suaviza el mensaje sobre todo restándole la carga negativa que podría proporcionarle el “pero” que impide que el otro incorpore lo positivo en la frase que le precedía. Es muy probable que cada uno de nosotros tenga algunos ejemplos en su vida con lo cual clarificar esto.

También resulta muy útil hablar en primera persona. Eliminar los “tú” que casi siempre traen un gustillo a reclamo. Esto es lo que se conoce como el Yo mensaje o “I message”, hablar en primera persona de lo que quieres, lo que sientes, lo que percibes, tu punto de vista, aquello que deseas, todo lo que “si” y lo que “no” en la relación en cuestión. Cada frase podría iniciar con:  A mí o me: A mí me pasa…A mí me molesta…A mí me lastima…A mí me enoja… A mí me gustaría…Me siento… Me afecta… Me parece…Me pone triste…Me gusta…etc. Con la genuina intención de contactar con el otro creando un espacio para el diálogo.

Siguiendo esta línea, busquemos evitar los términos absolutos como el “nunca” o “siempre”, “todo” “nada” y suavizarlos en el “casi” que resulta muy útil para evitar que el otro se atrinchere. Buscar el punto de encuentro mediante frases como “Pareciera, tengo la sensación”… sin interpretarnos y procurando hacer contacto con el otro desde nuestro Ser, haciendo a un lado al Ego que nos separa, divide y juzga.

Los problemas y conflictos son parte de la vida y de las relaciones con la pareja, la familia, los amigos, los conocidos y nuestros colegas del trabajo. Aprender a solucionar los problemas y conflictos comunicándonos de la mejor manera, constituye una de las habilidades más importantes que podemos adquirir y desarrollar en la vida en aras de mejorar nuestras relaciones. Para ello debemos observar, aprender y practicar todos los días. Cada día es una oportunidad para hacerlo mejor y para ser como nos gustaría, con nosotros y en todas nuestras relaciones.

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Amor: los que lo dan y los que lo toman.

En la dinámica de casi todas las relaciones humanas y según los diferentes tipos de personalidad, podemos distinguir dos grandes grupos de personas: las que dan y las que reciben amor. Es muy posible que alguna vez hayas escuchado decir eso de que en el amor están los quieren y los que se dejan querer.

La relación con las personas que dan amor suele ser fluida, transparente, agradable y sin mayores conflictos. Estas personas entregan amor de manera natural y sin esfuerzo por lo que suelen ser empáticas, consideradas, cariñosas, cordiales y afectuosas. Estar con ellas resulta muy agradable y de gran satisfacción. Uno se siente cómodo y a gusto en la relación, percibiendo una grata sensación de paz, comprensión y armonía.

Por su parte, la relación con las personas que en el amor esperan recibir, a veces no suele ser tan sencilla, fácil, diáfana, ni apacible porque está cargada de expectativas, se establece bajo las condiciones y necesidades de la persona que está en la actitud de recibir amor. En numerosas ocasiones esta manera de vincularse en el amor suele expresarse como exigencia y manifestarse de manera condicionada.

En toda relación debería existir un equilibro en la dinámica de tres elementos: dar, recibir y pedir. Saber pedir es esencial para construir una relación sana donde la comunicación funcione, porque es muy poco probable que alguien puede adivinarnos el pensamiento. Cuando el pedido de amor se realiza de manera directa, transparente y amable la relación se hace mucho más sencilla y fluida. Uno entiende y considera las necesidades emocionales y afectivas de la otra persona, por lo que nuestra esencia humana sensible al amor y a los otros, casi siempre satisface de manera natural este pedido.

La situación se complica cuando la manera de pedir amor suele ser indirecta y muchas veces se expresa de forma totalmente contraria a lo que la persona en realidad quiere y necesita. El pedido de amor se realiza de manera encubierta, disfrazado de distancia calculada, frialdad, ambivalencia, el juego de me acerco, me aseguro y me alejo, reclamo y rechazo, ataque y defensa. Nos llega en clave y de maneras tan desconcertantes e ininteligibles que resulta muy difícil darnos cuenta de que detrás del enojo castigador, la actitud de superioridad y control, la distancia y la manera tan confusa como nos tratan, hay un pedido de amor de forma equivocada y contraproducente. Las razones por las cuales el pedido de amor se realiza de manera indirecta, ambivalente y encubierta obedece casi siempre al miedo e inseguridades del otro expresados en todas sus variantes: miedo al rechazo, a no recibir lo que queremos, baja tolerancia a la frustración, temor a que te digan que no, o la creencia errónea de que mostrar nuestros sentimientos nos hace vulnerables o débiles.

Sabemos que comprender no justifica y que no tenemos por qué aceptar relaciones en las cuales sentimos que nos tratan mal, nos lastiman, nos manipulan y se ha perdido el equilibro en la dinámica de dar, recibir y pedir.

Entender que hay muchas maneras de pedir amor nos ayuda a mantener y construir nuestras relaciones del modo más sano posible con aquellas personas que su manera de pedir amor y afecto resulta contradictoria o difícil de entender. Se trata de evitar caer en su juego y no reaccionar a su estilo. Dejar de engancharnos, corresponder a su pedido de amor cuando así lo consideremos y sobre todo sin lastimarnos. Para reestablecer el equilibrio… y nuestra paz.

Es importante comprendernos y entender a los otros sin juzgar, siendo considerados con los sentimientos y necesidades de los otros, a la vez que reconocemos lo que queremos y necesitamos nosotros, en aras de mantener el más sano equilibrio en nuestras relaciones. Como nos recuerda aquel mandamiento, amarás a los otros cómo a ti mismo, no más que a ti mismo.

Debemos aceptar la realidad de que cada persona vive su proceso interior psicológico, emocional y espiritual, para evitar juzgar y prevenir engancharnos con aquel pedido de amor que nos llega expresado de la peor manera.

No tenemos el poder de cambiar la personalidad de los otros para que ellos se comporten y nos traten como quisiéramos. No tenemos ese poder, pero tenemos muchos otros poderes en nosotros y en nuestras relaciones, entre ellos no participar de su juego. Cuando se trata de los otros siempre tienes el poder de decidir si quieres o no participar de la relación, que tipo de relación quieres establecer, que nivel de cercanía, cuanto te quieres involucrar, decidir cómo quieres que sea tu parte, tu mitad en esa relación.

Procuremos dedicar nuestro tiempo y energía a nuestro proceso personal y aquello que queremos, haciendo contacto con los otros desde nuestro Ser con todo lo positivo que tenemos para entregar y compartir. Es importante que seamos capaces de relacionarnos con los otros de manera realista, sin juicios, para poder ver a los otros como son y decidir los niveles de relación y cercanía que nos sean posibles tomando en cuenta su impacto en nuestro bienestar.

equilibro dar y recibir

Aceptar nuestro enojo.

El enojo es un sentimiento y como cualquier otro sentimiento, no está ni bien ni mal y ni guarda relación con juicio moral alguno. Los sentimientos son sólo eso, lo que sentimos. No existe “bien o mal” en nuestros sentimientos, sólo en nuestras acciones y en nuestro comportamiento, en función del impacto que esto tiene para uno mismo y para quienes nos rodean.

Desde pequeños, en especial a las niñas, nos hicieron saber, creer y sentir de muchas maneras que enojarse estaba mal. Muchas de nosotras recordamos frases como: las niñas bonitas no se enojan, no te enojes que te ves fea, te enojas por todo, saca de ti a la niña mala… Y así crecimos, creyendo que enojarse estaba mal, representaba a una falta o un defecto en nosotras, por lo cual dejábamos de ser buenas o bonitas o más terrible aún, perdíamos la aprobación y el amor de las personas que queríamos. Nuestro enojo provocaba que dejáramos de sentirnos aceptadas y amadas.

Sin darnos cuenta comenzamos a reprimir o a negar nuestro enojo. Pero los sentimientos como los problemas no desaparecen porque uno no les preste atención, suele suceder todo lo contrario, por lo general crecen. Siguen ahí por más que nos empeñemos en mirar hacia otro lado.  El enojo que no queramos mirar hoy, lo tendremos que enfrentar más adelante y este suele salir en el peor momento o de la peor manera.

Recuerdo ahora una frase de alguno de esos griegos sabios que dice: cuando nos enojamos casi nunca es con la persona correcta, ni en el momento adecuado, ni en la justa medida. ¡Que cierto! Muchas veces desquitamos nuestro enojo y todas las frustraciones asociadas a este, con quien no tiene nada o muy poco que ver con su causa real. La cuerda siempre se rompe por el lado más débil y muchas veces actuamos nuestro enojo con quien no es.

Cuando te digan que no te enojes puedes explicar que estás en tu derecho de hacerlo y es tu deseo vivir tus sentimientos porque son parte importante de ti. Si es el otro quien tiene dificultades para lidiar y sobrellevar tu enojo, ese no es tu problema. No tienes que ser tú quien se reprima, deje de ser cómo eres y de sentir tus sentimientos para beneficio de los demás, para que los demás estén a gusto. Porque lo que nunca será saludable para ti es negar o reprimir tus sentimientos y vivir en función de cumplir con las expectativas que los otros se han formado sobre ti y cómo deberías ser.

Si estamos enojados, está muy bien sentirlo y validar ese sentimiento, es lo que nos mantiene emocionalmente sanos. Es muy saludable aprender a lidiar con nuestros enojos sin hacernos daño ni lastimar, ni a nosotros ni a los otros. Cuando aceptamos y entendemos nuestro enojo, estamos previniendo que este se endurezca y se transforme en resentimiento o barril de pólvora.

Resulta muy recomendable aprender a manejar el enojo de manera que sea beneficioso para nosotros y para nuestras relaciones. El enojo como cualquier sentimiento también tiene su lado positivo, sólo depende de cómo decidas encausarlo. El enojo es positivo cuando se transforma en motor, te pone en movimiento, te ayuda a establecer límites saludables para ti en tus relaciones y te provee la energía que necesitas para avanzar en la vida.

Escucha a tu enojo, él te está diciendo algo. Te está hablando de alguna necesidad, querencia o carencia no atendida. Te está diciendo qué quieres y qué necesitas, te está enseñando a ganar presencia y respeto en tu vida, a cuidarte y a ocuparte de ti.

Siente tu enojo, vívelo sin sentirte culpable, aprende de él, libéralo y libérate.

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