Ya conozco de todas esas verdades tan ciertas. Que la diferencia entre un día malo y uno bueno depende de nuestra actitud. Lo que hace extraordinario a lo ordinario es ese “extra” que está del lado de la voluntad. Que no controlamos lo que sucede afuera, pero podemos decidir cómo queremos responder a esto. Porque lo único que controlamos es nuestra actitud. Que la vida y cuanto en ella acontece es cómo uno quiera mirarla, uno tiene el poder de elegir los lentes que usa para mirar y participar de la vida. Que construimos nuestra realidad a través de los pensamientos que hemos decidido creernos. Porque como pensamos, sentimos y como sentimos, actuamos. Elige pensar aquello que suma a tu proceso y te acerca a tu bienestar. Que somos los únicos responsables de nuestra felicidad y nuestro bienestar, lo cual más que un derecho y una responsabilidad, es un gran privilegio, saber que estás a cargo de tu vida. Eres el protagonista de tu historia. Que poseemos el poder de decidir cómo queremos estar y cómo nos queremos sentir.
Cuantas certezas entendidas y asumidas. Y, aun así, permanece ese deseo primario de dejarse caer, de contar con alguien, un espacio, un lugar, un instante, unos brazos donde simplemente descansar, abandonarse, sentir que has llegado a casa y todo está bien. La ilusión de compartir el viaje. Para acompañarnos y apoyarnos.
Que todo lo que sabemos, sentimos y deseamos deje de ser excluyente, que encontremos la manera de hacerlo compatible, para crear un lugar común donde puedan coexistir verdades y deseos, donde ambos sean posibles y realizables.