Para poder cuidar hay que cuidarse.

En ocasiones, nos encontramos en situaciones de la vida en las cuales nos convertimos en el apoyo o sostén de otros. Suele suceder con frecuencia a las madres y a las esposas que dejan a un lado su desarrollo profesional en alguna etapa de sus vidas para ocuparse de los hijos, la casa y la familia. En otras ocasiones pasamos a ser quienes nos hacemos cargo cuando en nuestras familias, en la pareja, con nuestros padres o algún familiar muy cercano enferma y nos convertimos en sus cuidadores.

Es a este último caso al que quiero referirme hoy. Cuando alguien muy querido y cercano padece una enfermedad grave con el peor pronóstico y pasamos a ser su enfermera, cuidador, la persona que lo apoya y atiende durante toda su larga y dolorosa enfermedad.

La manera de asumirlo y vivirlo estará determinada por nuestro tipo de personalidad y la etapa de la vida que estemos viviendo. En cualquier caso, olvidarnos de nuestra vida para ponernos al cuidado de otra persona, dejar todo lo que queremos hacer y nuestras necesidades a un lado para entregarnos por completo al cuidado de otra persona, es un rol muy difícil que requiere que hagamos acopio de lo mejor de nuestros recursos y al mismo tiempo que nos procuremos un sistema de apoyo. Así y todo, habrá momentos en que nos encontremos rebasados por la situación, la relación y la dinámica entre el enfermo y uno durante todo ese tiempo.

En ocasiones te sentirás exhausto como resultado de llevar una carga emocional y de trabajo tan pesada durante tanto tiempo, me refiero a años de convalecencia y llegará el momento en que colapses, atrapado y sin salida en esa situación. Pensar en encontrar una salida es casi tan difícil y triste como desear que el otro deje de estar para que la agonía termine para los dos, porque el final pronosticado para el otro es extremo.  Imaginar que todo acabe cuando al mismo tiempo nos invade la tristeza infinita de que el otro ya no esté, porque es alguien a quien amas profundamente y lo que más deseas es seguir a su lado, continuar juntos.

Es muy recomendable que como persona de apoyo te procures también un sistema de soporte y ayuda para ti. Necesitas un espacio, lugar y tiempo donde poder hablar de todo lo que estás sintiendo y viviendo. Resultará muy beneficioso participar en grupos donde los otros estén viviendo situaciones similares a la tuya para compartir todo lo relacionado con esta experiencia, el cansancio, el enojo, la impotencia, la frustración, el resentimiento, la compasión, la culpa, la tristeza y todos los sentimientos encontrados que afloran como resultado de esta situación.  Es importante poder comprender y compartir con total honestidad y entendimiento lo que representa el arduo, difícil y a veces devastador proceso de convertirse en el cuidador.

Habrá momentos en que te encuentres profundamente deprimido sin poder entender cómo tu vida se convirtió en la realidad tan difícil que estás viviendo, abatido por el torbellino emocional y psicológico en el que te encuentras, sin saber qué hacer, si culpar al otro o a la vida o a los dos por todo lo que estas pasando. Tendrás la sensación de que no tienes nada que argumentar a tu favor en la relación porque el otro esta peor. No importa cómo te sientas tú porque el otro es quien está enfermo o el que podría morir. Tus problemas y necesidades dejan de tener importancia pues estos se desvanecen ante la gravedad de la enfermedad del otro.  Además, los otros creen que como tú no eres el enfermo, no tienes necesidades o simplemente nadie las toma en cuenta. Pero tus necesidades no desaparecen, siguen ahí y peor aún, crecen en la medida que tu cuerpo físico y emocional se debilitan.

Te supera la impotencia ante la falta de solución, los sentimientos encontrados, el complejo de culpa junto a períodos de depresión donde la posibilidad de la pérdida de la persona amada sigue estando como telón de fondo. La angustia y la crisis de ansiedad provocadas por el abismo que separa lo que deseas y quieres de la realidad que te ha tocado vivir.

Es imprescindible buscar ayuda profesional, un amigo muy cercano u otro familiar que pueda comprender lo que estas viviendo. Contar con ayuda profesional o de alguien capacitado que pueda brindarnos el apoyo que requerimos para transitar de la manera más saludable este proceso tan desgastante y agotador, con tantos sentimientos encontrados y tanto amor. Porque hay muchísimo amor en la esencia de todo este proceso y a veces resulta difícil recordar como seguir entregando ese amor cuando nos sentimos agotados y superados por la situación.

Todos tus intentos por sobreponerte, asumirlo de la manera más positiva y compasiva posibles serán muy válidos y necesarios. Así y todo, siempre será imprescindible que busques ayuda y construyas tu sistema de apoyo. Busca asistencia para sobrevivir psicológica y emocionalmente a la experiencia de ser durante años el cuidador. Sin dudas, esto será de los retos más difíciles que pueden presentársenos en la vida, dejar todo de lado: tu vida, aquello que quieres, lo que necesitas para dedicarte por completo al cuidado del otro.

A todo lo anterior se suma el dilema ético y emocional que representa, pues es lo que se espera de ti y más aun lo que tú mismo esperas de ti, porque no quieres darle la espalda a la persona que amas y que necesita de ti ahora más que siempre.

En muchas ocasiones lo que el otro necesita es sólo que estés a su lado, en silencio, escuchando, acompañándolo, como esponja emocional de todo cuanto está viviendo, absorbiendo su dolor, siendo su refugio emocional. No es que haya algo que tengas que hacer, solo ser y estar a su lado, real y presente. Porque estamos a su lado por amor y de manera voluntaria. Es por ello que resulta de mucha ayuda confirmarnos cada día en nuestras decisiones, reafirmarnos en aquello que hemos elegido hacer. Del mismo modo, aprendamos a estar completamente presentes para nosotros y para el otro en el hoy y el ahora, para hacer y sentir todo lo que toque y llegue con el día que estamos viviendo.  Un día a la vez…

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Dependencias y codependencias.

Las personas dependientes podríamos definirlas como aquellas que necesitan y demandan un nivel muy alto de atención y cuidados en la relación, requieren de la guía externa y el apoyo permanente del otro, consultan casi todas sus decisiones y buscan sentirse seguras bajo la compañía y protección de la otra parte de la relación. Tener seguridad es una de sus necesidades básicas, por lo que requieren la confirmación continua de la presencia del otro, necesitan tener el control y conocer el terreno que pisan. Les da seguridad saber que hay alguien que se hace cargo de ellos, que se siente responsable de su bienestar y cuanto pudiera acontecerles en su día a día.

Las personas codependientes son aquellas que suelen olvidarse de sí mismas para ocuparse y atender las necesidades del otro. En algún momento de sus vidas recibieron la aceptación, aprobación y amor de quienes eran sus pilares afectivos ocupándose de ellos, complaciéndolos y asumiendo la responsabilidad por su bienestar. Todo lo anterior bajo el falso entendido de que tengo que hacer algo, cumplir con lo que se espera de mí o complacer al otro para que me amen, para que me quieran, para que me acepten y poder pertenecer o simplemente para que no me abandonen. De este modo, se sienten responsable del estado de la relación y actúan desde la creencia errónea de que es su responsabilidad que la relación funcione y que el otro se sienta bien. De manera inconsciente se relacionan con personas con problemas y dificultades a las cuales poder rescatar, cuidar y atender para de este modo crear un lazo fuerte de unión, convencidos de que su amor, atención y cuidados hacia el otro le aseguran la relación estable, duradera y segura que desean con la persona amada.

En ambos comportamientos, dependientes y codependientes, la persona se siente desvalida cuando está sola, necesita asegurarse constantemente de la permanencia del vínculo con el otro y de que no será abandonada. Todo lo anterior bajo la falsa creencia de que su bienestar depende de la presencia del otro en su vida. Se establece una dinámica implícita y subliminal donde uno de los miembros de la pareja es sumamente demandante de la atención del otro, se queja, se pone en el papel de víctima, se enoja, manipula o se aleja, al mismo tiempo que el otro se hace cargo y se ocupa de las exigencias, necesidades, sentimientos, decisiones, problemas y bienestar del otro, desconociendo las necesidades propias. Deja a un lado sus necesidades, se olvida de lo que quiere para atender las demandas y reclamos continuos del otro, instaurandose de este modo una relación insana de codependencia.

Todo esto comienza y termina siendo un roto para un descosido, ambos con necesidades y trastornos emocionales por atender y solucionar, con una constante búsqueda de confirmación del vínculo, poniéndose de manifiesto sus inseguridades, problemas de autoestima, tendencia adictiva, ansiedades, baja tolerancia a la frustración, necesidad de control, dificultad para el manejo del dolor y el miedo al abandono.

Alguna vez escuche que del tamaño de tu enfermedad es tu pareja. En las relaciones disfuncionales la pérdida de salud emocional es proporcional y muy similar en ambos miembros de la pareja.  No hay buenos ni malos en esta historia, si no personas con diferentes niveles de salud: sanas, promedio a sana o insanas.

En el peor de los casos la relación de codependencia suele involucionar de manera patológica hacia un espiral insano descendente. Primero busco que el otro me quiera, si esto no sucede intento que me necesite, al fin que me necesite se parece bastante a que me quiera. Si tampoco me necesita, al menos que me tenga lástima para que no me abandone. Y si todo lo anterior no resulta, lograré entonces que me tema. Que tenga miedo de lo que puedo llegar hacer o hacerme, manipulando así el sentimiento de culpa del otro. Aquí hago la aclaración que este modelo no es lineal, es común que se puedan saltar fases y pasar de que me quiera a que me tenga lástima o de que me necesite a que me tenga miedo, sin tener necesariamente que transitar por todas las fases intermedias.

Como casi siempre en los trastornos psicológicos y emocionales, el primer paso en el camino hacia la salud es darse cuenta. Esto lleva tiempo e implica todo un trabajo personal de introspección y reflexión sobre mí, el otro y la dinámica de la relación. La necesidad de replantearte las bases de tu relación de pareja y de tu vida, es el resultado de un proceso de toma de consciencia al sentir que no somos felices. Es precisamente esa infelicidad lo que nos lleva a buscar soluciones y tomar acciones para iniciar el camino hacia la recuperación de nuestra salud emocional y nuestro bienestar.

Siempre se puede retomar el camino hacia la salud. ¡Siempre!  Solo necesitas darte cuenta y hacerlo consiente, admitir primero que todo que la relación no está funcionando porque tú no estás bien y te sientes frustrado, enojado o triste la mayor parte del tiempo.

Todos tenemos derecho a estar y a sentirnos bien con nosotros mismos y en nuestras relaciones, es el punto de partida para disfrutar de la vida y encontrarle sentido. También tenemos derecho a amar y a ser amados sin que tengamos que hacer algo a cambio u ocuparnos del otro, derecho a que nos amen por ser la persona que somos. El amor por definición es incondicional lo cual significa que no tienes que hacer algo o dar algo a cambio para que el otro te ame.

Eres responsable de ti, de tu vida y de tus días, de hacerte cargo y ocuparte de tus necesidades. Ser adulto significa ocuparnos de nosotros mismos, somos los únicos responsables de cuidarnos, amarnos, atender a nuestras necesidades, reconocer nuestros sentimientos y procurarnos lo que queremos. Nadie más es responsable de ello y esto va de ida y vuelta, ni yo de los otros ni los otros de mí.

Ser adulto significa reconocernos con carencias y necesidades, comprender que de esas carencias y necesidades me ocupo yo, el adulto que soy hoy. Porque puedo y quiero hacerlo, porque es un privilegio y da mucha satisfacción ocuparme de mí y saber lo que quiero. Es la adulta que soy hoy quien elige hacerse cargo de la niña dependiente que también vive en mí y cuando mi yo adulto no pueda, buscará ayuda y encontrará soluciones, se hará responsable.

Resulta imprescindible para nuestra salud emocional encontrar el camino hacia la autodependencia en nuestra vida y nuestras relaciones, para que interactuemos, nos comuniquemos, convivamos, nos apoyemos, nos ayudemos unos a otros reconociéndonos y comportándonos como los adultos que somos.  De este modo construir nuestra relación sin que ninguna de las dos partes se sienta responsable de la otra, sin esperar que alguien se haga cargo de mi vida, ni ocuparme yo de la vida del otro para asegurar el vínculo y desde el miedo al abandono. Somos compañeros de viaje en el camino de la vida, compartir significa caminar y crecer uno junto al otro como adultos, sintiéndonos responsables de nosotros mismos.

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Enojo y dolor, en la misma frecuencia.

Nos enseñan los sanadores que trabajan con la energía del cuerpo que el enojo y el dolor vibran en la misma frecuencia en nuestro interior. Cuando tuve la oportunidad de conocer sobre esto comprendí las razones por las cuales resulta tan común que confundamos en nosotros y en los otros, los sentimientos asociados al enojo y el dolor.

Cuando vivimos situaciones personales y familiares que traen consigo dolor y frustración, la manera de expresarlo se parece mucho al enojo. Con frecuencia no podemos ver que detrás de lo que interpretamos como enojo, hay un proceso de duelo, tristeza o miedos, un conjunto de emociones que nos superan y necesitan tiempo para ser comprendidas y poder sanar.

Las personas hablando se entiende. Cuando sea posible, esta será siempre la mejor manera, la más saludable, para tratar el conflicto y encontrar soluciones a la situación que estamos viviendo, para deshacer el nudo emocional que se ha creado. Resulta importante aprender a escucharnos y entendernos sin juzgar. Lo cual es parte inherente al proceso de aprender, crecer y compartir, para vivir nuestras relaciones en un espiral ascendente hacia nuestro bienestar y salud emocional.

Se trata de hablarnos y escucharnos desde nuestro Ser, haciendo a un lado al Ego que nos separa, juzga y aleja de los demás. Darnos cuenta de que el ego se alimenta de nuestro sufrimiento que se expresa a través de sentimientos y pensamientos negativos.

Hay ocasiones en las cuales no es posible hablar, para esos casos solo nos queda darle tiempo al tiempo y esperar a que se presente la oportunidad para reparar el daño. Todo en esta vida ocurre cuando tiene que ser, ni antes ni después … timing is always perfect. Obsérvate, se consciente de tu ritmo y de tus tiempos, cuando sea el momento indicado sentirás y sabrás qué es lo que quieres hacer.

No tenemos el poder de cambiar la personalidad de los otros, ni lo que ellos decidan, ni de solucionar sus conflictos interiores. Se trata de crecer en el proceso de aceptación de nosotros, de los otros y de nuestra circunstancia para dejar de engancharnos con aquello que interfiera en nuestro bienestar. Practicar la aceptación como el proceso de liberación interior en favor de nuestro Ser, permitiéndote ser quién eres y cómo eres, conectando con tu poder interior, tu bienestar y tu espiritualidad expresada en la relación con Dios o aquello en lo que creas, de la manera como tú lo concibas.

Dios o la vida casi siempre nos hablan a través de nuestras sensaciones y nuestra intuición, esa es su voz dentro de cada uno de nosotros y sólo depende de nosotros escucharla. Sigue a esa voz dentro de ti, esa es tu guía interior, ten la certeza de que allí están tus respuestas y ese es tu camino. Confía en ti y recuerda que no hay errores si no lecciones por aprender en este viaje hacia la conciencia al que llamamos vida.

 

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Religión y espiritualidad…que no es lo mismo ni es igual.

La espiritualidad es el camino interior que le permite a cada persona descubrir la esencia de su Ser. A través de la espiritualidad podemos reconocernos y hacer contacto con nuestra identidad real. Nuestra verdadera naturaleza es la esencia del Ser que reafirma nuestros valores, creencias y fundamentos más profundos, define nuestra existencia y la manera como participamos de la vida. Es fuente e inspiración.

La espiritualidad es parte del proceso de crecimiento interior que vive cada persona, trascendemos al mundo material, nuestro cuerpo, mente y emociones para llegar a un estado de conciencia más profundo, incluyente y superior al estado anterior. Se trata de despertar a una inteligencia y sabiduría interior que nos conecta a una esencia compartida de amor, espíritu y vida a la cual todas las personas y todo lo que existe en este mundo está interconectado. Expresa una verdad profunda, el vínculo entre la condición humana y el mundo espiritual.

La religión es uno de los caminos para llegar a la espiritualidad y no es el único. Conozco muchas personas profundamente espirituales que han llegado allí por caminos diferentes y de manera individual, quiero decir, sin pertenecer a ningún credo o grupo religioso.

Del mismo modo que existen muchas personas para quienes la religión ha sido el camino y el puente para encontrar y vivir su espiritualidad. A través de su religión han podido tener la experiencia directa de Dios en sus vidas, sentir que son una extensión de su espíritu, conectar con su esencia divina e inmortal para ser uno con el Todo. Descubrir, crecer, practicar y compartir la espiritualidad como pilar fundamental de su religión.

También sucede lo contrario. No resulta extraño encontrar personas que pertenecen a una religión sin que por ello vivan ni practiquen la espiritualidad. Personas religiosas, más no espirituales. Viven, comparten y participan solo de la parte formal, la estructura y los  rituales establecidos por la religión sin hacer contacto interior con su Ser ni establecer un vínculo espiritual con el mundo que les rodea.

Estas personas usualmente buscan en la religión un refugio donde disipar sus inseguridades, una guía exterior que les indique el qué y cómo de la vida, instrucciones sobre la manera cómo deberían ser y vivir, a veces llegando a sentirse en una posición de superioridad moral frente a sus semejantes. En la religión encuentran la protección para manejar sus complejos, angustias y temores, se sirven de ella para sentir la seguridad, sostén y apoyo que tanto necesitan.

Este tipo de personas no se limita únicamente a participar en grupos religiosos. Es común encontrarlos en asociaciones y organizaciones de diferente índole. Los podemos reconocer porque se compartan de igual manera un tanto radical y poco tolerante hacia otras ideas, posturas, religiones o grupos. Buscan satisfacer la misma necesidad de seguridad y guía, al pertenecer a un grupo u organización que represente una autoridad confiable que les brinda protección y orientación para sus vidas.

Cada quien está en todo su derecho de pertenecer a las organizaciones, instituciones o religión de su preferencia, cada quien podrá elegir el lugar a donde desea pertenecer y con quienes quiera compartir. Es nuestra responsabilidad buscar nuestro bienestar y satisfacer nuestras necesidades donde cada uno así lo determine. Tu vida es tuya, tú decides cómo y con quienes quieres vivirla y compartirla.

Todo muy bien y muy de acuerdo hasta que nos topamos con aquellos que justificados por sus creencias religiosas se sienten con el derecho a discriminar, invalidar y hacer daño a otros. Algunas de estas personas suelen tomar posturas extremistas y muy identificadas con su Ego, se vuelven fundamentalistas dentro de su religión, grupo u organización, en detrimento de cualquier otro grupo, asociación o religión. Sólo ellos están en lo cierto. Es la postura a través de la cual se expresa el Ego que divide, discrimina, compara, juzga y condena. Nada más ajeno a la espiritualidad que por definición es incluyente pues se sostiene sobre la certeza de que todos formamos parte de una misma esencia, que nos une, comunica y conecta.  La fuente inagotable y permanente de vida, principio creador de amor, compasión, tolerancia, perdón, gratitud y sabiduría.

Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana en el mundo material. Parte esencial del proceso es encontrar el equilibrio de nuestra presencia en ambas dimensiones de la existencia. La eterna batalla entre el Ego y el Ser que el Ego se resiste a perder.  Sigue dando la pelea por ganar, alimentándose de nuestra energía negativa para poder mantenerse y subsistir. El Ego como todas aquellas representaciones mentales y falsas identificaciones que nos separa y divide de los demás, nos lleva a juzgar, compararnos, jerarquizar, atrincherarnos y a sufrir.

El Ego se alimenta de nuestro sufrimiento, de nuestro malestar e insatisfacciones expresadas en la forma de pensamientos negativos y quejas, ambos son el combustible que lo mantiene.  Lo que nos lastima y duele no es lo que sucede si no la lectura que le damos.  El Ego interpretando al hecho.

Las lecciones son aprendidas cuando el alumno está listo, en el momento correcto, ni antes ni después. Reconocer y despertar a tu Ser es el resultado inevitable de vivir el proceso de la espiritualidad. Para llegar allí hay muchos caminos, cada quien deberá descubrir y transitar el propio, a su manera, escuchando a su guía interior. De este modo podrá vivir su espiritualidad y no la de nadie más. No hay un camino mejor o peor que otro, sólo diferente. Se trata de encontrar el tuyo porque al final todos los ríos desembocan en el mismo mar.

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Los cambios físicos.

Fui de las niñas que desarrollaron tarde. En ese entonces me parecía una tragedia, de las peores cosas que podrían ocurrirme en la vida. Eso significaba que era diferente a las demás y mucho menos atractiva que mis amigas. Todas ellas luciendo sus lindas figuras de jovencitas, en lugar de la estampa de sardina escuálida que traía yo por aquellos años. Como sabemos, a esa edad la necesidad de pertenencia al grupo resulta tan básica como el aire que respiras. De ninguna manera quería yo desentonar. Querer diferenciarme solo podía obedecer a una manifiesta vocación suicida. Y ese no era mi caso.

Por eso entiendo tan bien a mi hija mayor que ni siquiera acepta escuchar el más mínimo comentario sobre mi desarrollo tardío con la genuina esperanza de no haber heredado tan mala suerte. Don’t jinx me!, me dice…que viene siendo en español de algo así como, no me eches la sal. Y después nos reímos las dos juntas.

En aquel entonces la abuela, mi madre, las amigas de mi madre, las madres de mis amigas y demás mujeres cercanas, me enumeraban las incontables ventajas de desarrollar después. Pero yo no encontraba consuelo, ninguna de ellas se ponía en mis zapatos, ni vivía en mi piel. Al final me sentía igual de incomprendida en mi pesar y mis tristezas.

Mi desarrollo tardío contribuyó a que en el tema sentimental, cuando mis amigas eran cortejadas y admiradas por los chicos de la secundaria, en mí pocos se fijaran o al menos yo no me daba cuenta. No quiero ver tan negro el panorama de aquel entonces en cuanto a mis posibles conquistas, así que voy a concederle algo de crédito a mi crónico despiste en eso de no darme cuenta de cuando alguien se fija en mí.

Afortunadamente no hay plazo que no se cumpla y el mío no podía a ser la penosa excepción. Un buen día me descubrí también crecida y mucho más mujer, al menos en apariencia. El espejo me regresaba una imagen bastante parecida a la que desde hacía tiempo tenían las chicas de mi edad. Al menos ya no desentonaba.

En el amor las cosas no mejoraron después de mi florecimiento, si antes no tenía muchos pretendientes en mi fase sardina, ahora los que se acercaban no me veían a mí. Solo les atraía la envoltura, la apariencia exterior, no veían dentro de mí a la persona que era y que soy. Así que si antes de desarrollar no me iba muy bien en las historias sentimentales, ahora que lo pienso y analizo bajo la perspectiva sabia del tiempo, creo que después no me fue mucho mejor. Antes al menos, los pocos que se acercaban veían a la persona detrás de la sardina, los de después sólo veían una parte de la persona que soy, el exterior.

Con los años y mirando hacia atrás, entiendo ese refrán que dice, “la suerte de la fea la bonita la desea”. Es que la menos bonita, porque todas las mujeres son hermosas, tiene la suerte de que la vean y quien este a su lado supere el tema envoltura para ver dentro de ella, que el vínculo se establezca desde el interior. Y eso sin duda es una gran fortuna.

Aclaro aquí que no minimizo en absoluto la importancia del cuerpo. El cuerpo es el templo que habitamos, nuestra casa, a través y gracias al cual vivimos y pertenecemos a este mundo físico y material. Es el continente de nuestro Ser y todo lo que somos. Es el único lugar que tenemos para vivir en toda la extensión de la palabra. Por eso resulta esencial cuidarlo, mantenerlo saludable y honrarlo.

Reconocer la importancia del cuerpo no significa identificarnos con él. No sólo somos un cuerpo, somos mucho más. Como casi siempre pasa cuando nos identificamos con lo que no somos, la pasamos mal y nos hacemos muy mala vida.

Como todo lo que pertenece al mundo físico, su naturaleza es el cambio en su estado temporal y transitorio. Por eso resulta una batalla perdida de antemano luchar contra el envejecimiento y todos los cambios que ocurren en nuestro cuerpo según pasan los años, es declararle la guerra a su decursar natural.

Procuremos reconciliarnos con los cambios físicos de nuestro cuerpo para vivirlo y asumirlo como lo que es, un proceso natural.  Aprendamos a fluir con gratitud en el desarrollo natural de los cambios físicos a través de nuestra vida. Nos regalaríamos tanta paz que sería muy sano y beneficioso intentarlo.

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Vivo contigo.

La espiritualidad entendida como el crecimiento interior a través del cual sentimos y vivimos la conexión con una energía divina de amor y vida que es fuente y esencia de todos y todo en el universo. Es la unión interior con esa esencia de amor, vida, luz y sabiduría, permanente e invariable, presente en todas partes y dentro de cada uno de nosotros.  Trascendiendo todos los estados para conectar con nuestro Ser, en el reconocimiento y confirmación de lo que somos. Cómo quieras definir, nombrar y entender aquello en lo que crees.

Vivo contigo

Antes de conocerte ya te amaba

no sé cómo, pero tú vivías conmigo

sin saberlo allí te presentía

a cada paso que andaba del camino.

Eran tus huellas dentro de mi alma

recreando cada instante y lo que hacía

una dulce presencia de fantasma

conformando el mundo en que existía.

Tal vez te habré amado en otra vida

o fue profética la abuela que decía:

-Estás enamorada del amor-

esa frase tan rara y misteriosa

que a mi corta edad yo no entendía.

Será que el amor nació conmigo

se me coló adentro con la luz primera

desde entonces allí me habita siempre

rociando con certezas los días de mi vida.

Donde quiera que mis ojos se detienen

allí está confirmando su presencia

intentando llenarme la mirada

para fortuna de mi alma enamorada.

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Darnos permiso.

Muchas veces nos resulta difícil regalarnos tiempo para nosotros, para disfrutar sin complejo de culpa de hacer simplemente lo que se nos antoja, para consentirnos y tratarnos bien, para satisfacer deseos sencillos y muy personales que simplemente no nos permitimos.

Cuántas veces en secreto agradecemos un catarro o alguna otra enfermedad menor y pasajera que nos permita quedarnos por más tiempo en la cama, delegar alguna tarea de la casa o de la familia que ese día sencillamente no deseamos realizar. Se trata de hacer una pausa en el andar para estar con nosotros.

Pareciera que tenemos que darnos permiso para tratarnos bien, para permitirnos hacer eso que deseamos y que a ojos de nuestra conciencia estricta y de lo que los otros pudieran opinar, nos parece inaceptable. Nos negamos esos momentos de bienestar y apapacho para con nosotros mismos porque el deber ser pesa un poco más sobre nuestra consciencia.

Hagamos el ejercicio imaginario que estás con alguien a quien quieres muchísimo y es muy importante en tu vida. Imaginemos que esta persona muy amada tiene deseos de quedarse ese día en casa o en su cama, en pijamas, tejiendo, leyendo, escuchando su música, en la tina, en la hamaca, inventando un postre, arreglando fotos, viendo una película, en fin, todo lo que se les pueda ocurrir sobre cómo consentirnos y pasarla bien. Nos parecería tan natural que lo hiciera, hasta la animaríamos a hacerlo, tendríamos tantas razones para convencerla de que se lo merece. Nos parecería muy bien y hasta lo justificaríamos con esa manera tan amorosa que tenemos para entender a las personas que amamos.

Aparentemente o al menos de palabra, todos parecemos muy convencidos de cuán importante somos para nosotros mismos y cuánto nos amamos. El amor propio es un tema fundamental e incuestionable en nuestras vidas. Sin embargo, nos cuesta tanto darnos permiso, tratarnos a nosotros de la manera en que lo haríamos con esa persona querida, que entiendes tan bien, procuras sin esfuerzo y conscientes de manera natural, sin juicios. Toda esa escena que antes imaginaste con esa persona tan querida e importante para ti, ahora intenta visualizarla y realizarla contigo. Para vivir y validar el amor en nuestra vida debemos comenzar por incluirnos.

Resulta muy sano ser coherentes, regalarnos amor y permisos para consentirnos cuando sea esto lo que queremos y lo podamos hacer. Procuremos encontrar el equilibro entre el deber ser y nuestros deseos para cultivar el gusto por la vida. Aprendamos a darnos permisos, porque a casi todos nos vendría muy bien querernos un poquito más y tratarnos mejor.

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De Vuelta.

 

A Marisa Wagner, mas allá de Los Montes de la Loca…

Aquí estoy escribiendo estos poemas

con una alegría adolescente,

con una pasión conocida, vivida y olvidada

con esa urgencia que trae lo inevitable

sin quererme contener en lo que siento

venerando cada verso de tu libro

descubriendo fascinada que al leerte

me  desenterrabas sin saberlo los amores,

la memoria de mi Ser, mis sentimientos,

para encontrame otra vez conmigo, adentro

para salir de lo cotidiano de mi día

y  amarlo como aquel regalo nuevo

comprendiendo que al leerte despertabas

algo tuyo que siento como mío

una  esencia antigua  que renace

al escuchar sin buscarlo en el silencio

las palabras que recitas a lo lejos

desde ese manantial  de agua revuelta

que es toda tu vida y tus delirios

ese torrente tan tuyo de poemas

cotidianos, coloquiales, tan sentidos

provocando con la magia de tus versos

despertar con tu luz aquellas almas

que naufragan en el mar de los olvidos.

NinaSorolla

Las personas se conocen por sus acciones.

A lo largo de nuestra vida conocemos e interactuamos con diferentes personas que formar parte de nuestro entorno: la familia inmediata y la extendida, los chicos de la escuela, los colegas del trabajo, los vecinos, los amigos y todos aquellos que conforman nuestro grupo social. Conocer a los otros lleva tiempo, lo mismo que hacer amigos.

Aprendemos a conocer a los otros a través de sus acciones. Para ello bastará con detenernos a observar cómo nos tratan, cómo se comportan con nosotros y con los demás, escuchar sus opiniones y saber cómo piensan. Así, poco a poco, vamos aprendiendo cómo es cada persona para de este modo decidir si deseamos propiciar y fomentar la amistad. A través de lo que observamos, ganamos en conocimiento, afecto y confianza hacia el otro para reconocer si nos sentimos a gusto y cómodos en su compañía, si puedes ser tú mismo en esa relación.

En este proceso de acercamiento e interacción para conocer cómo es el otro, es muy saludable tomarse el tiempo que sea necesario para hacerlo sin prisas. Si la relación tiene futuro no hay necesidad de precipitarse y llegar anticipadamente a conclusiones porque tenemos muchas probabilidades de equivocarnos. Observa al otro y obsérvate tú, cómo te sientes cuando conversas con él o ella, cuando están juntos, cómo te trata, cuál es la dinámica entre ustedes, los dos partes participan por igual o te toca poner más. Una acción vale más que mil palabras, a las palabras se las lleva el viento y las acciones nos definen.

A veces nos relacionamos con personas que tienen la capacidad de hacernos sentir incómodos en la relación. Por alguna razón tenemos que modificar nuestra conducta para que la relación funcione, para ser aceptados o evitar conflictos. Nos sentimos exigidos porque el otro demanda más de nosotros o establece las condiciones para que se mantenga la relación. De manera inconsciente nos transformamos para complacer o adaptarnos al otro, cedemos a sus demandas para evitar que el otro se enoje o actuamos en función de satisfacer sus expectativas. Aunque este comportamiento suele producirse de manera inconsciente, al pasar un tiempo comienzas a reconocer en ti sensaciones que no puedes explicar, te resulta difícil decir que no, debes ser más cuidadoso para que el otro no se moleste o se sienta con lo que dices, casi siempre te toca cargar con la culpa y da igual lo que hagas, el problema eres tú.

Existen personas que nos hacen sentir así. No podemos evitarlo, no tenemos el control sobre nuestros sentimientos y es muy sano reconocer lo que sentimos, es la señal de alerta que necesitamos para tomar decisiones, para cuidar de nosotros y de nuestro bienestar emocional. La mejor parte es saber que en estas situaciones no estás desprotegido, siempre puedes dejar participar de esa relación, o poner distancia y mantener el menor contacto posible con esta persona.

Resulta muy recomendable poner tu atención en cómo te sientes en esa relación y con esa persona, es lo que se conoce como el método interno para conocer a los otros. Cuando estás en una relación donde tienes que modificar tu comportamiento en función de lo que el otro espera y a veces exige de ti, cuando la otra parte te hace sentir culpable cada vez que decides establecer tus limites o tomar tus propias decisiones, cuando no puedes expresar libremente tus opiniones porque el otro actúa a la defensiva, es muy probable que te encuentres atrapado en una relación con una persona tóxica. Se trata de darnos cuenta cuando estamos participando de una relación bajo una dinámica de manipulación y agresividad pasiva, donde las reacciones del otro suelen ser radicales y desproporcionadas con relación a los hechos.

Aquí quiero hacer mucho énfasis en aclarar que no me refiero únicamente a la relación de pareja, aplica para todas nuestras relaciones: con la familia, los amigos y todos aquellos que participan de nuestro entorno inmediato.

Por lo general, los otros casi siempre nos dicen quiénes son y cómo son, somos nosotros los que pretendemos ignorarlo y hacemos casi todo para no verlo. Nos enganchamos así en relaciones insanas donde nos desgastamos pretendiendo lo imposible. Los otros tienen su proceso, su tiempo y su historia. Nosotros sólo podemos ocuparnos del nuestro, para sentirnos bien con nosotros y con nuestra vida. Para ocuparnos de nuestro bienestar y cuidar de nuestra salud.

Se trata de escuchar a nuestras sensaciones, lo que nos dice nuestra intuición, lo que estamos sintiendo, ahí reside la sabiduría, es la voz de tu guía interior.  Tú no eliges lo que sientes en una relación, pero siempre puedes decidir si quieres o no participar en ella. Ese es tu poder, úsalo.

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Un poco de todo esto…en versos.

Esta semana quiero compartirles el primero de una serie de poemas nacidos durante este proceso de búsqueda y de reencuentro conmigo. Ellos llegaron de manera involuntaria y vestidos de la manera más simple para acompañarme durante este tramo del camino. Su único valor es sentimental y no guardan pretensión literaria alguna, digamos que son versos….muy libres, en toda la amplitud de la palabra. Son fruto de las enseñanzas y lecciones que me ha regalado la vida. Va para ustedes con la gratitud de siempre.

No quise esperar para comenzar a vivir.

De repente comenzaba  a darme cuenta

Con una lucidez inesperada

Que todo se veía diferente

Bajo la nueva luz de mi mirada

Entre el conocerse y el saber

Las relaciones y el mundo en que habitaba

Yo en los otros y los otros en mí

Ese ir y venir de las miradas

Ese afán por convivir y comprendernos

Las conversaciones de siempre recordadas

Ocupando pensamientos recurrentes

Y nuevas voces que allí se presentaban

Todo llegaba en forma de poemas nuevos

Comentados, conocidos, personales

Rescatados del olvido y los anhelos

Rebautizados con otras palabras

Todo era nuevo y antiguo

Cada intento, cada idea y mi sentir

Las certezas y la luz

que el camino señalaban

Como por derecho propio

De alma recién estrenada.

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